Pasan los días y ya se va apagando por suerte el revuelo suscitado por el trágico final del alpinista mallorquín Tolo Calafat, que ha quedado para siempre bajo el blanco manto de las altas nieves de las cimas del Annapurna. Este bello macizo (en realidad son varios Annapurnas los que lo conforman) es uno de los más peligrosos, tal vez el más, según las estadísticas de accidentes, de todos los ochomiles del Himalaya. Hace dos años quedaba también para siempre, muy próximo a Calafat, el montañero navarro Iñaqui Ochoa de Olza, al que todos recordamos por su extraordinaria proyección en la Semana de montaña de Oviedo.

La estéril polémica sobre a quién responsabilizar del fallido rescate de este alpinista español no cabe duda de que va a seguir generando toda clase de controversias y opiniones para todos los gustos. Si el rescate hubiera sido un éxito, muchos se lo habrían apuntado descarada e inmediatamente. Como no pudo ser, se buscan cabezas de turco. Lo que es irrefutable es el hecho de que todos los alpinistas experimentados conocen de sobra los riesgos de realizar un ascenso a estas cumbres con el tiempo justo a muy última hora del día. Cae la noche y las temperaturas se hacen glaciares, obligando a un arriesgado descenso en unas extremas condiciones de agotamiento, sin forma de protección alguna al no tener tiendas o sacos de vivac, expuestos además a quedar sepultados por las continuas nevadas. Creo que todo ello lo conocía sobradamente la expedición española y el riesgo lo habían asumido todos. Fallido el rescate del alpinista, no es procedente buscar culpables ajenos, tal y como se ha pretendido precisamente con las personas que solamente tienen la misión de trabajar en las expediciones porteando o equipando las vías de altura. Hablamos de los sherpas, los habitantes de los pueblos y aldeas de montaña del Himalaya, que sobreviven en aquellos lugares con sus familias, ayudando decisivamente a los alpinistas que se acercan a estas montañas. Casi siempre permanecen en el anonimato, pues los éxitos se los apuntan los demás.

Gracias precisamente a la amistad que une a esta señora, miss Hawley, con la gente que trabaja en las expediciones a las cumbres del Himalaya, hace pocos días pudimos realizar una entrevista a mediodía en el chalé que ocupa como «cónsul honoraria de Nueva Zelanda» (así reza en inglés a la entrada) en el centro de la ciudad de Katmandú. Y de esta manera, nuestro amigo sherpa Kishor Sharma, que habla varios idiomas, fue nuestro introductor y traductor. Mis Hawley, después de casi toda una vida dedicada al trabajo y estudio de las montañas del Himalaya y de llevar puntual control de todas y cada una de las expediciones a las diversas cumbres, se ha ganado el título de «notaria» de las ascensiones a los ochomiles del Nepal. Sus fidedignas fuentes de información son precisamente las per- manentes comunicaciones de los guías sherpas que acompañan a todas y cada una de estas expediciones. Su honestidad y honradez están a toda prueba, de forma tal que hasta los mismos alpinistas la visitan y le comunican sus actividades. En realidad, como nos indicó ella misma, sus esfuerzos y objetivo principal son dignificar y mejorar la vida de las personas que trabajan anónimamente con los visitantes que pretenden realizar ascensiones a las montañas. Tanto es así que en la actualidad los nepalíes la admiran y aprecian al nivel que lo fue antaño Edmund Hillary.

Conscientes de que nuestra visita era especial, gracias a la intervención de Kishor, aprovechamos la media hora de entrevista para regalarle un libro de Picos de Europa, de los autores Antonio Vázquez y Tomás Díaz, quedando admirada de la belleza de nuestro Picu Urriellu. Hablamos de nuestros alpinistas asturianos, manifestando también su admiración por Jorge Egocheaga, del que nos dijo «es un alpinista extraordinario que trabaja con seguridad y siempre dispuesto a ayudar a los compañeros». No fueron tan favorables sus comentarios con otros alpinistas españoles, «que no realizan las ascensiones como es debido». Al respecto, manifestó que «en estos momentos hay una pareja de alemanes (se refería a Ralf Dujmovist y a su esposa, Gerlinde Kalten Brunner, que proyectaron hace dos años en la Semana de Oviedo) que hacen las cosas bien y están ascendiendo al Everest buscando vías de alta dificultad y sin oxígeno». «Para muchos, un sherpa es un número, no una persona, y eso no puede ser así». En referencia a las controversias entre la española Edurne Pasabán y la norcoreana Eun-Sun-Oh por ver quién era la primera catorceochomilista, nos manifestó su decepción: «Todo es como un juego de niños, no es nada serio lo que han hecho».

Abandonamos la mansión de esta menuda y vivaracha mujer, que nos miraba por encima de sus finas gafas, contentos de haber conocido y tratado a una autoridad mundial en temas del Himalaya, pero, sobre todo, por tratarse de una persona que lucha por mejorar las condiciones de vida de las gentes de un país empobrecido por la falta de un sistema político eficaz y la falta de iniciativas de progreso. En cuanto a su control exhaustivo de las expediciones, hay que constatar que es muy difícil engañarla, pues puede contrastar perfectamente todas sus informaciones y es capaz de describir cada ascensión a cumbre con todo lujo de detalles. Está claro que su apodo de «notaria» se lo ha ganado a pulso.