Tengo un amigo con el que interpreto, de vez en cuando, el dueto «Escondidos» a lo Bisbal-Chenoa en los bares y fue él quien me alertó, el martes, de que el casting de «OT» llegaba ayer a Oviedo. Yo siempre tuve un ramalazo o una vena de folclórica que se me enciende en cuanto alguien me da la primera nota, así que pensé que con la disculpa de que soy periodista podía ir al casting de «Operación triunfo» a hacer un reportaje y, de paso, que alguien me dijese de una vez si valgo o no para esto.

Que ya es hora: a mis 29 años puedo asegurar que no hay nadie que me conozca que no me haya oído cantar hasta aburrirle. No es la primera vez que me echan de un bar por no saber parar a tiempo, ni la primera vez, tampoco, que acabo pasando de mis colegas «no cantarines» para lanzarme a entonar la «Planta 14» con un paisano que está tomando un vaso apoyado a la barra. No suelo ir a misa, pero cuando voy, canto todas las canciones. Me molan los villancicos. ¿Puede haber algo mejor? No existe. Así que llamé para apuntarme a «OT». Utilicé el mismo procedimiento que los «guajes» que ayer vi en la cola, la mayoría, estudiantes de Bachillerato. Todos habían llamado a la misma línea 902 que yo.

Carraspeé un poco antes de explicarme ante el auricular. Siempre tengo la impresión, cuando me escucho en las grabaciones, de que mi voz es más propia de un camionero de Alcorcón, de esos que llaman a los programas de la radio de madrugada. Una voz mucho más dulce que la mía me contestó desde el otro lado y aseguró que me llamarían. «Bienvenido al casting de "Operación triunfo", déjenos sus datos y le llamaremos para participar en la selección». Me quedaba poco tiempo, apenas 48 horas, así que había que preparar el repertorio. Decidí recurrir a los amigos a ver qué me proponían y hubo de todo. Incluso una me recordó mi última interpretación en su casa, cuando me dio por cantar una especie de reggaetón ataviada con la careta de soldador de su marido.

No me estaban tomando en serio y mi hermana pequeña alertó a todos en el Facebook de que si iba a «OT», ella no me conocía. De repente me entró el miedo escénico. Temí que me paseasen por los «zappings» de la tele como la que dio el cante en Oviedo, así que empecé a centrarme en la música y deseché interpretar el «Soy minero», que por cierto lo bordo. «¿No sabes nada de "Black Eyed Peas"?», me preguntaron. El estribillo y por lo bajo. Yo soy minera.

Los que hacían cola ayer ante la puerta de un hotel en Oviedo, a la espera de que les cambiase la vida, me daban a mí mil vueltas. «Traigo preparada una de Paulina Rubio, otra de Edurne, otra de "La Quinta Estación", algo de "El Sueño de Morfeo" y un par en inglés», me aseguró con las partituras en la mano Melissa Montes, de Cangas de Onís. Miriam Alonso, amiga de Melissa, no venía menos preparada. «Me tomé una tila por la mañana y estoy repasando aquí porque éste es un sueño que tengo desde que vi a Chenoa en la primera edición del programa». A Miriam le faltaban dedos para agarrar todos los folios y canturreaba por lo bajo todo el rato. Sonaba bien.

Yo sólo me subí una vez a un escenario, y de tanta frustración escénica contenida y atrasada me lancé al público en un arrebato de amistad, confiando en que los que estaban abajo me elevasen, como a Yosi, el de «Los Suaves». Pero acabé con una amiga en el suelo. Ella, que se casaba pocos días después, se dislocó la muñeca.

Volviendo a la lucha del casting... Para llevar la letra bien aprendida decidí imprimir unos temas de los que yo creo que mejor se me dan y por la noche convencí a mi compañera de piso de las bondades de cenar anchoas. Le escuché una vez a Montserrat Caballé explicar que eran lo mejor para la garganta. Me puse a ello. Una fartura de anchoas de las buenas me pillé a lo tonto. Cinco veces me tuve que levantar a beber agua. Sólo me mosqueaba una cosa: nadie me había llamado para confirmar mi asistencia.

Ayer por la mañana se celebró el casting en Oviedo y no telefoneó nadie para requerir mi puesta en escena. Pero allí fui. No sé si será que con 29 «palos» a la espalda empieza a ser un poco tarde para despuntar en el cante, pero cuando llegué a la cola y vi lo que había esperando para vivir esa «experiencia maravillosa» -expresión muy de moda en los «realitys»- descubrí que lo mío no es lo mismo que lo que ellos estaban buscando allí. A mí me resurge la vocación cuando veo un especial de «la más grande» -Rocío Jurado-, se me ponen los pelos como escarpias con «Como una ola» y lloro porque nunca podré ir a un concierto de Camarón o de Lola Flores. Me priva Celia Cruz, la salsa, la tonada, el rock and roll... Soy de otro mundo. Los que ayer se presentaban al casting era mucho más jóvenes que yo y llevaban aprendidas canciones mucho más modernas que las de mi repertorio. Van a clases de canto y sus madres les apoyan. La mía paga porque no se me ocurra hacer este tipo de experimentos, «que somos gente seria», me dice. Los futuros aspirantes a «triunfitos» llevaban mezclas de miel con limón en el bolso para aclarar la voz y hacían ¿ejercicios vocales? «Oh, oh, oh, oh...», se escuchaba a lo largo de la cola.

Lo mío es distinto: a la media hora de empezar a cantar ya estoy afónica, se me hincha la vena y suelo quedarme tres días sin voz. No tengo ni idea de contraer el diafragma y ni se me pasa por la cabeza la idea de hablar menos para cantar mejor. Para mí, Lola Flores canta bien, porque es un «torbellino de colores». Las nuevas generaciones, las que se tragan cada año «OT», hacen falsetes a lo Rihanna y Beyoncé. Y se mueren por Bisbal. Son unos figurones. Heidy Catherin Tovar, que ayer hacía cola en Oviedo, cantaba casi tan bien como Aretha Franklin. No me hubiera atrevido ni ha acompañarla con las palmas.

Unos pasos más atrás me encontré con tres chicas que venían desde La Coruña. Se habían levantado a las cinco de la mañana y me explicaron toda su formación en cuestiones musicales. Extensa. Una de ellas, Tania Fuentes, me confesó que su preferida de «OT» era una del año pasado de cuyo nombre no se acordaba pero sabía que no había sacado disco. ¡Una pena! Fuentes venía bien preparada y nerviosa, igual que sus dos compañeras, Iria y Natalia. Se me ocurrió preguntarles si cantarían una muñeira. «¡Estás loca!», me contestaron. Hablando con ellas me di cuenta de que ellas quieren ser el Bisbal que gana premios «Grammy», a mí me bastaría con hacerle los coros en su antigua orquesta, «Expresiones». Les hubiera encantado pasar a las tres pero eran conscientes de que la cosa pinta difícil y de que Rosa, Chenoa o Bisbal no hay más que uno, o sea, que tres. «A veces no sabes si venir aquí vale para que la gente te valore o para que no te tenga en cuenta, pero hay que intentarlo», aseguraban las gallegas.

No sé si por la comedia o por la sensación o porque, como sentenció una aspirante, «aquí hay mucho talento de barrio», ayer me convencí de que si me hubiesen llamado, arrancaría tal que así: «Yo no maldigo mi suerteeeeeeeee». Pero la realidad es que sí que la maldigo, todavía no sé por qué nadie me ha llamado. En fin, este reportaje era la disculpa perfecta para vivir de la canción. Porque para cantar en los bares no hacen falta castings.