Cuando, hace medio siglo, en España había una sola cadena de TV la gente estaba condenada a ver lo que le daban por ella (que en general no estaba mal). Sin embargo, tanta libertad de elegir puede llegar a convertirse en una condena aún peor. Ahora, y más desde que hay cadenas con y sin anuncios, pasa uno más tiempo saltando de una a otra que viendo algo. Unas veces hacemos zapping huyendo de la publicidad, otras buscando mejorar la dieta que sirven en pantalla y casi siempre por el temor a que pase algo en otra parte y no nos enteremos. Esa pasión por mordisquear todos los frutos es fiel reflejo de la sociedad de consumo, y ésta la encarnación social del espíritu del doctor Fausto. La condena consiste en que tratando de probarlo todo no metemos nada consistente en el cuerpo, y lo poco que entra no nos sienta. Ahora vemos la tele como los niños comen chuches, engañando al estómago.