Oviedo, Javier CUERVO

José Manuel Nebot (Oviedo, 1928) fotógrafo crecido en Gijón que inició sus actividades sociales en Grado y desarrolló su mayor carrera en Oviedo, es un vitalista que se castiga y premia trabajando una huerta en Colloto y guarda recuerdos de la historia comunista reciente de Asturias. Carácter rebelde, gran organizador, es fundador de ANA, de la Federación de Fotógrafos Profesionales de España, de la Asociación de Comercio de Oviedo y de la Federación Asturiana de Profesionales y Autónomos de Asturias, entre otros colectivos.

-¿Sigue siendo comunista?

-Sí, aunque hay que cambiar bastante. La caída de la URSS significó mucho para el comunismo mundial. No lo hizo todo mal, pero hubo errores que costaron miles de vidas.

-Comunista y presidente de los autónomos.

-Ni mezclo ni mezclé nada.

-El PC tiene fama de exigir mucho al militante y darle poco.

-Recibo «Mundo Obrero», pero no hago vida de partido. Veo con cierto optimismo a Cayo Lara. A José María Laso y a mí nos echaron de IU, aunque quedó en agua de borrajas. Ha habido vaivenes y ligerezas personales grandes pero, de los míos, quedan Juan Ania; Pola, el de la banca, Francisco de Asís, Rivi y muchos más.

-¿Cómo conoció a Laso?

-En 1971. Era representante de chocolates Zahor, tenía un almacén junto al cine Palladium y de agentes a Lola Menéndez de Llano y a Gerardo Iglesias, en un tiempo en que lo echaron de la mina.

-¿Qué sabe de Gerardo?

-Nada. Él no quiere saber nada de nada. Tuvimos algún enfrentamiento y a lo mejor no soy objetivo... Recuerdo que, comiendo en casa con Horacio Fernández Inguanzo, me dijo que tenía que hablar con Gerardo porque le había llamado Santiago Carrillo para preguntarle qué le parecía si le proponía la secretaría general del PCE. Horacio, que era el valedor de Gerardo, le dijo a Carrillo que Iglesias no estaba maduro para el PCE, que lo necesitábamos en Asturias y que si esperaba que fuera una marioneta suya, que se olvidara.

-Carrillo desoyó al «Paisano».

-No. Cuando Gerardo volvió de Madrid, Manuel Nevado, secretario general de la Federación Estatal de Minería de CC OO, que ya estaba hospitalizado de su cáncer, me arrancó que sacara a Gerardo de la mina y que lo promoviera a la dirección del partido. Hablé con Gerardo y vi que no había nada que hacer. Horacio zanjó: «No pierdas el tiempo. Gerardo es como un hijo para mí, pero está perdido para la política».

-¿Qué importa en la vida?

-Ser honesto, transparente y decir la verdad. Respetar lo que no compartes y exigir que lo tuyo sea respetado. Eso inculqué a mis hijos.

-¿Los adoctrinó?

-No, pero hice que tuvieran conciencia social y política. Mi primera mujer, que murió en 1970 de una endocarditis que la tuvo varios años muy enferma, no militó. Vivían con nosotros mi suegra y mi cuñada, que era testigo de Jehová y quería inculcarles esa religión a mis hijos de 14 y 11 años. Exigí que los dejaran elegir de mayores, y ellas se marcharon de casa. Quedé solo con ellos. En 1974 me casé en segundas nupcias con Rosa María Fernández, que trabajaba conmigo hacía años y se hizo del partido. Tuvimos a Ana, la cantante de ópera. Sólo el mayor, Luis Carlos, militó.

-Usted sufrió pérdidas muy graves pero es muy vitalista.

-Mi primera mujer y mi segundo hijo murieron muy jóvenes: 37 años ella, y 36, él. La muerte de Juan me afectó mucho: era un artista muy solicitado en Madrid por modistos, modelos, actores y actrices. Pero soy vitalista y tengo mala memoria.

-Su militancia no le impidió retratar a la burguesía de Oviedo.

-Cuando abrí estudio en la calle Argüelles, expuse fotos murales en las Botas, Blanco y Negro, Gerbolés y Del Río Uribe y eso me dio fama. Muchos clientes no sabían que era comunista y les gustaba mi trabajo, acorde con los tiempos, una foto más espontánea y de expresiones naturales. Por las orlas entré en contacto con los comunistas de la Universidad y Pin Torre Arca. Tenía una tienda de fotografía en Milicias Nacionales, junto al estudio, fracasó y la dejé para reuniones de todo tipo. Al tiempo, hice cosas como la boda en Oviedo del hijo de Carrero Blanco.

-Cuente...

-Se casaba con la hija del doctor Martínez-Hombre. Venían la mujer de Franco, ministros... todo el que era alguien en 1970. Como los secretas que rodeaban San Isidoro no me querían dejar pasar, les remití directamente a Carrero Blanco. Estaba Astra, fotógrafo y chivato de la Policía, por si lograba que me sustituyeran. En el altar había cuatro fotógrafos de «Europa Press» por orden de Carrero. A la mujer de Carrero no le había gustado la ornamentación de la iglesia y trajeron tapices y bancos de la Diputación y del Ayuntamiento para los ministros, y dos tronos: uno para Carmen Polo y otro para la madre de la novia. El arzobispo Tarancón no los quiso casar. El padrino no quiso comulgar y se adelantó Carrero para tapar el gesto, y detrás todos los ministros. El banquete fue un buffet en el hotel Principado. Trajeron en avión cocineros, camareros, faisanes, langostas y salmones. Carrero me pidió fotos con la familia. Había un señor pequeñito que arrastraba el sable y me molestaba para una foto, le piqué en la espalda: era el ministro de Marina. Camilo Alonso Vega me sentó a comer con él para que no quedara toda aquella comida allí. Los policías estaban acojonados de ver al famoso ministro de la Gobernación mano a mano con un comunista. Mandé las fotos a Madrid y me las devolvieron todas. La novia y su madre cogieron las que habían encargado.

-¿Retrató a Franco?

-Sonriendo y fue portada de la revista de Ensidesa, 22.000 ejemplares, cuando se inauguró la laminación en frío. Herrero Merediz quería venir de ayudante, pero me negué. En la plaza de Llaranes estaban formados los grupos de pesca submarina, ajedrez y las niñas del ballet. En los altos, guardias civiles con metralletas. El comisario de la Brigada Social Claudio Ramos me impidió acercarme a menos de 50 metros del Caudillo. Castañón, director de la revista, me dijo que no hiciera caso. José Vélez me advirtió de que me podían romper las cámaras. Me acerqué, me cogieron en vilo, grité que me dejaran trabajar e intercedió en mi favor el ministro del Aire, José Daniel Lacalle, que dijo a Franco que mirase al fotógrafo. Al día siguiente me pidieron los negativos. Tardé en entregarlos y envié lo que me convino. No trabajé más para Ensidesa. Lástima: eran 25.000 pesetas al mes.

-¿Cuándo fue su última detención?

-En 1976. Intervine mucho en la constitución de la Junta Democrática, en 1974, primero en el despacho de Antonio García-Trevijano en Madrid, en la misma casa en que vivía el ministro de Exteriores Pedro Cortina Mauri, con el portal vigilado por policías. Allí estaban Rafael Calvo Serer, Armando López Salinas, Ramón Tamames, Juan Antonio Bardem y así hasta veinte personas. Yo iba por Asturias y salí con la misión de presentar aquí a García-Trevijano. Bajo el Gobierno de Arias Navarro hicimos la presentación de la Junta Democrática en el lagar de Herminio con la pantalla de un nombramiento académico de Julio González-Campos. Pedí 60 cubiertos y «el Gordo», José Luis Iglesias Riopedre, convocó a 500. Herminio me preguntó qué hacíamos, vi que había otra espicha de abogados de sindicatos y que alguno avisaría a la Policía y me despedí: «Gordo, vaya faena que me acabas de hacer. Voy a casa a esperar que me detengan». Así fue. En Comisaría me crucé con Herminio, también esposado, y pedí que lo soltaran, que me hacía responsable. El comisario, que no era Ramos, me dijo: «Pero, hombre, ¿Cómo me hace esta faena? El gobernador me ha puesto a parir porque no sabíamos de esa reunión y no hicimos detenciones». Pasé tres días en las asquerosas celdas de la Comisaría. El gobernador me multó con medio millón de pesetas. Pagué el 10%. A Trevijano lo presentó Ramón Fernández-Rañada.