Madrid, J. MORÁN

El periodista y escritor Marino Gómez-Santos (Oviedo, 1930) evoca en esta segunda entrega de sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA sus entrevistas en «Pueblo», con las que adquirió fama y trabó grandes amistades.

l Populares de «Pueblo». «La realidad es que yo no tenía ninguna experiencia, pero le dije a Emilio Romero que sabía hacer de todo. "Pues propóngame cosas". Lo primero que hice fue una entrevista a Carmen Laforet, en la que me decía que se le había aparecido la Virgen en El Retiro. Carmen monta un cirio y escribe una carta insolente al director en la que dice que me había recibido porque los periodistas tiene que ganar unas pesetas (sin reparar en que ella estaba casada con un periodista). Pero después fue una de mis grandes amigas y también su marido, Manolo Cerezales, que nos contrató a Paco Umbral y a mí para la revista "Vida Mundial", que editaba José Manuel Lara y en la que los dos publicamos mucho. Otra entrevista que le propuse a Romero fue con Cela, que titulé con que él sólo hablaba de escritores muertos. Empecé a ir por "Pueblo". Romero había hecho una redacción que era una universidad, con redactores magníficos de varias generaciones. Él paseaba por la redacción, con los brazos colgando, y no saludaba a nadie, pero observaba las mesas y a todos nosotros, tecleando en las máquinas de escribir. Un día me hace una señal: "Venga un momento; usted es un asturiano empinado y lo que tiene que hacer es una sección que se llamará 'Pequeña historia de grandes personajes'. Por ejemplo, de lunes a viernes confiesa a una persona y yo le voy a dar la primera: Bobby Deglané". Yo repuse: "Hombre, gran persona, pero...". "Sí, sí, usted es muy literario, pero hay que empezar por lo que yo le diga". Hice media página diaria y Romero me llamó al despacho: "El siguiente, Domingo Ortega, y que sea una página entera diaria". Y así estuve hasta hacer ciento y pico series de entrevistas. Romero organizó al cabo de un tiempo una cena en el Castellana Hilton, inaugurado por entonces, y allí estuvieron Paulino Uzcudun, Pastora Imperio, Fernández Flórez, Hipólito Lázaro, Ricardo Zamora..., todos los que habían pasado por mi sección de lunes a sábado. De ahí salieron los premios "Populares de Pueblo", y un año me lo llevé yo».

l La taquígrafa desaparecida. «Realizaba las entrevistas con una taquígrafa, Mari Luz, que me había puesto Romero, pero hubo temporadas en las que estaba enamorada y desaparecía con las notas. Yo nunca entregué una serie completa, sino que la del día siguiente la escribía cada noche, después de haber ido a cenar, por ejemplo, con Rafael Sánchez Mazas. Cenar con él era como una profesión; vivía solo en el hotel Velázquez y era muy absorbente, como cuenta Ignacio Agustí de una temporada que le trató. Entonces, después de cenar con Rafael o de haber ido a bailar con mi novia, Angelines (después mi mujer), me iba al periódico a teclear y Mari Luz no había llegado. Ella trabajaba en Sindicatos y era una taquígrafa magnífica, además de guapísima. "¿Dónde está?". Era la época en la que ella salía con Dieguito Jalón. "Escapados", me decía alguien. Pues nada, yo tenía que ponerme a rememorar la entrevista. Como la elaboraba a diario, uno de mis hijos estuvo a punto de nacer en un taxi. Ese día estaba escribiendo en casa y a mi mujer le llega el momento de ingresar en la clínica. "Venga, vámonos". "Sí, sí, pero antes tengo que pasar por el periódico a dejar el original". Lo dejé y cuando bajé ella estaba ya en un grito; llegamos a la clínica por los pelos. Algunas de las entrevistas las hacía en los ensayos de teatro o en los camerinos, por ejemplo con Irene López Heredia, Carlos Lemos o Alejandro Casona. No eran entrevistas de pregunta y respuesta, sino conversaciones acotadas. Hacía un retrato literario, gestual, es decir, con mucha atención a la persona. Intentaba ser una cosa creativa, fresca, hecha cada día y escrita en caliente. El periódico salía por la tarde y yo lo escribía la noche antes, ya digo. Por la mañana me levantaba e iba al taller, junto al regente, para confeccionar la página sobre la platina: "Venga, Juanito, un poco de interlineado ahí; el titular para arriba; sube el grabado..."».

l Oficina en el hotel Palace. «El periodismo supuso para mí entrar en un mundo fascinante. Tenía mi centro de operaciones en el vestíbulo del hotel Palace: venía Rubinstein a tocar a Madrid e iba al Palace, o Josephine Baker, o Lola Membrives, la actriz argentina. Por allí pasaba todo el mundo, salvo los pocos que iban al Ritz: Somerset Maugham, Cocteau... Iban menos al Ritz porque era muy rígido y no admitían artistas, sobre todo de cine. Al Ritz llegó James Stewart y le dijeron: "Señor, perdone, es usted muy famoso, pero artistas de cine no admitimos". "Tienen ustedes toda la razón", respondió, y sacó su tarjeta de oficial de las Fuerzas Aéreas americanas. Hice entrevistas largas a personas que eran amigos míos antes de ser mis entrevistados, por ejemplo Edgar Neville o Conchita Montes. Pero además yo tenía mucha disposición para crear amistades y con muchos de esos personajes no es que les hiciera una entrevista, es que hice amistades que duraron toda una vida».

l El capote de Roy Campbell. «A Cela le había conocido a través de César González Ruano. Eran vecinos de la misma casa y el mismo piso. Después, en 1957, me sorprendió la gripe asiática pasando unos días con Cela y Charito en Mallorca, y estuvo cuidándome como una hermana de la Caridad. Yo había ido a Mallorca al hotel Bahía, donde me encontré de director a un chico de Oviedo, apellidado Botas. Cela se presentó allí y él mismo cogió mis maletas y las metió en su coche. "Estaría bueno que vivieras en un hotel estando yo aquí". Ese día se cumplía un año de una operación de Charito, su mujer, y fuimos a cenar con el cirujano y el cardiólogo. De pronto, cuando estábamos en la boîte Tito's, me entró una tiritona y acabé en cama. "Ahora te voy a tapar con el capote de Roy Campbell, mi amigo el poeta inglés", me dijo Camilo, que añadió: "Ya sabes que detrás de este tabique estamos Charito y yo; no tienes más que tocar con los nudillos si necesitas algo". Y se me presentaba por la noche en calzoncillos y camiseta de manga larga diciendo "¿te mueres, Marino?, ¿te mueres?". A los pocos días, todavía convaleciente, ya pude sentarme en la terraza de la casa, que daba al mar, y cuando pasaba un avión Camilo venía en calzoncillos y camiseta: "¡El aeroplano, Marino, mira el aeroplano!". Una tarde estaba yo entre dos luces, febril, y aparece un cura como Nazarín, el de la novela de Galdós, pequeñito y con un sombrero de teja. Y dice Camilo: "Esto es por si necesitas los auxilios espirituales", y el cura agregaba: "Hermano, no se alarme usted, no se alarme". Camilo era así, un gran tipo».

Mañana, tercera entrega: Marino Gómez-Santos