Madrid, J. MORÁN

Camilo José Cela, Ernest Hemingway o el asturiano y premio Nobel Severo Ochoa fueron algunos de los grandes entrevistados y amigos de Marino Gómez-Santos (Oviedo, 1930), que en esta tercera y penúltima entrega de sus «Memorias» retrata aquellas relaciones.

l El talón devuelto. «Mi amistad con Cela se mantuvo hasta el final, pero relativamente. El gran amigo de Camilo era Pepe García Nieto y éste empezó a ponerme en guardia cuando me dijo un día: "Estoy preocupadísimo porque Camilo se ha enamorado y se quiere separar de Charito". "¡No puede ser!", reaccioné. Pero fue, y lo primero que hizo Marina Castaño fue separarle de los amigos antiguos y llevarlo a Marbella vestido de clown, con pantalones verdes y zapatos de charol con hebilla. Las cartas de Pepe no le llegaban y supongo que las de los demás, tampoco. Marina le procuró unos amigos nuevos que fueron Paco Umbral, Campmany y Raúl del Pozo. Hubo después un tiempo en el que, en Madrid, la gente quería sentar dos Nobel a su mesa (en referencia a aquello de «siente un pobre a su mesa). Invitaban a Ochoa y a Cela, y Camilo estaba muy molesto con Ochoa. Por ejemplo, cuando se presentó una gran enciclopedia en el Círculo de Bellas Artes, Ochoa y yo fuimos en taxi, y a Camilo le enviaron un Mercedes especial a Guadalajara, donde vivía entonces. Al terminar la presentación, le entregaron a cada uno un cheque de dos millones de pesetas y Severo lo rechazó. Aquello y otros episodios anteriores de esta naturaleza contrariaban a Cela».

l Ochoa, partidario de Delibes. «Con anterioridad, un día, en Estocolmo, Marina Castaño se había ido de compras y Camilo estaba solo en el Gran Hotel. Severo y yo nos sentamos después de comer en el "hall" porque tenía la costumbre de tomar una copa de Rémy Martin. "Tú, échate un pigazo ahí", me dijo. Veo que Cela me hace señas. "¿Le quieres preguntar a Ochoa que si me puedo sentar con vosotros?". "Camilo, ¿cómo me dices eso? ¿Cómo no vas a poder sentarte con nosotros?". Se sentó. Ochoa estaba callado y Camilo, para romper el hielo, lanzó una carcajada: "Me estaba acordando de que he hablado esta mañana con mi suegra, que ha estado a punto de morirse de un cólico miserere porque la pobre se tomó dos docenas de plátanos y una sandía". Ochoa responde: "Pobre señora, pero eso no es un cólico miserere". Vino Marina y se marcharon, y y Severo me comentó: "Ya te decía yo que tu amigo no me gustaba nada; para empezar, por la terminología de sus novelas y las palabrotas; cree que hace gracia y no hace ninguna. Yo soy partidario de Delibes; ya lo sabes"».

l Gijón contra Oviedo. «Mi amistad con Ochoa surgió cuando él empezó a venir por España con cierta frecuencia. Me enteré de que estaba en el Palace y fui a verle para hacer la entrevista de "Pueblo". Me encuentro a la puerta a don Ricardo Urgoiti, ingeniero, hijo de don Nicolás María de Urgoiti, el fundador de "El Sol". Don Ricardo había creado Unión Radio antes de la guerra, que luego sería la cadena SER, y era consejero de Antibióticos, S. A., donde yo colaboraba. Entramos juntos al Palace y Urgoiti me presenta, pero al cabo de un rato se va y dice: "Te dejo con Marino, que te hará una entrevista estupenda". Entonces Ochoa se retranqueó en el asiento: "No, un momento, un momento". Se puso muy serio: "Perdóneme usted, yo no tengo tiempo". Pero fue muy cortés y me impresionó muchísimo. Yo seguí intentando concertar la entrevista y en ésas estábamos cuando llega Carmen, su mujer, que venía de El Corte Inglés y era quien le quitaba los moscones de encima. Nada más verme, puso mala cara. Yo me quedé clavado en el suelo y la miré: "Señora, el que yo sea de Oviedo y usted de Gijón no tiene nada que ver". "¡Cómo!, ¿es usted de Oviedo?, ¡qué gracia!". Total, que nos fuimos a comer los tres a Valentín y concertamos la entrevista. Me pongo a prepararla y me encuentro con que en el archivo del periódico no había más datos que la crónica de la entrega del Nobel y que yo de Ochoa sabía tres cosas. Así que me fui a ver a Francisco Vega Díaz, cardiólogo nacido en Sevilla, de padres asturianos, e íntimo amigo de Ochoa de antes de la guerra.

l El cumpleaños de la Montiel. «Sobre Ochoa se produjeron algún tiempo después las declaraciones de Sara Montiel, fantasiosa y patética. Yo soy testigo de excepción de lo que sucedió. Solíamos ir los domingos mi mujer y yo de excursión con Ochoa, pero un sábado le digo: "Mañana no podemos, me ha invitado Sara Montiel a su cumpleaños". "Bueno, pues me quedo aquí solín". "No, vente con nosotros". "¿Y qué voy a hacer en casa de esa folclórica?". Ochoa se resistió, pero al fin accedió y subió con nosotros a casa de Sara, en Núñez de Balboa. Cuando entra Ochoa, la Montiel vio el cielo abierto. Estaban Paco Umbral, Norma Duval y otras gentes del espectáculo, y también Jesús Mariñas. Nos sentamos en un sofá: Ochoa, Sara en medio y yo al otro lado. Mariñas publicó en "Época" la foto, en la que me cortó a mí para que quedasen los dos solos. Umbral escribió una crónica en la que se preguntaba "qué hacía Ochoa en casa de Sara Montiel". Siguieron las especulaciones y Sara aprovechó para decir que había sido amante de León Felipe (cuando ella le conoció en México él era ya un anciano venerable), y de Hemingway, y de Gary Cooper, y de todos los muertos ilustres que se le pasaban por la cabeza. De Ochoa dijo que había querido separarse para casarse con ella. ¡Patética Sara Montiel!».

l Los gatos de Baroja. «Iban pasando las entrevistas de "Pueblo" y llegó un momento en que el limón estaba muy exprimido. Un día que tomaba una copa con Emilio Romero, me dijo: "Bueno, ¿qué te pasa que no escribes?". "No escribo porque estoy harto de la sección, que está agotada". "¿Quién te ha dicho eso? Haz entrevistas a Charlot, a la Reina Victoria Eugenia, a Hemingway... ¿No es Hemingway tan amigo tuyo?". A Hemingway le conocí a raíz de un almuerzo que había tenido él con Rafael García Serrano, que había nacido en Pamplona, y con Castillo Puche, que llevaba mi libro sobre Baroja. Hemingway, muy barojiano, puso las manos sobre aquel libro y le dijo a Puche: "Quiero conocer al autor". Hemingway vivía entonces en el hotel Felipe II, en El Escorial, porque no se atrevía a quedarse en Madrid; tenía miedo a que le echara el guante la Policía por haber participado en las Brigadas Internacionales. Era medroso para esas cosas y cuando se vino a vivir al hotel Suecia de Madrid salía por la puerta de servicio. Fui a verle a El Escorial y cuando nos dábamos la mano, con el puño izquierdo me lanzó un puñetazo en el costado, en plan amistoso, que me dejó sin respiración. Llevaba un chaleco de safari y su suite estaba llena de escopetas y de cananas, porque venía de África. Tenía también una gran bandeja, con botellas de whisky y limones, porque él tomaba whisky Xauen. Nos dieron las cinco de la mañana hablando y me hizo un interrogatorio exhaustivo sobre Baroja; se interesó hasta por el nombre de sus gatos, ya que él tenía muchos en su finca "La Vigía", en Cuba».

l El prendedor de Patricio. «Luego tuvimos mucha relación cuando él vino a vivir al hotel Suecia y nos veíamos en el bar. Viajamos juntos a corridas de toros por toda España en el famoso "verano sangriento", en el que se produjo la competencia entre Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín, con reportajes que Hemingway publicó en la revista «Life» y donde me menciona muy cariñosamente. Eso sí, Hemingway huía de las entrevistas. Pero en una ocasión, cuando estaba en Murcia, le dieron a firmar un abanico en el callejón de la plaza de toros. Al mismo tiempo, le metieron la mano en el bolsillo del pantalón y le sacaron 9.000 pesetas con un prendedor de plata que le había regalado su hijo Patricio. Esto le produjo más dolor que la pérdida del dinero. Ya en Madrid, le pregunté: "Ernesto, ¿qué puedo hacer por ti?". "Quiero recuperar el prendedor", me contestó, y le hice la entrevista con varias fotos. Y apareció el prendedor en el buzón de la casa de Antonio Ordóñez. Un gran amigo mío, Juan Antonio Pérez Torreblanca (magistrado y escritor, que tuvo un gran éxito en televisión con las crónicas del crimen de Jarabo), me pidió que le presentara a Hemingway. "Te lo presento, pero, por favor, no le hables para nada de la guerra". Fuimos al hotel y él estaba tumbado en la cama. Mi amigo, al verse al lado suyo, muy confidencialmente le preguntó: "Dígame usted, míster Hemingway, con la mano sobre el corazón: ¿cómo se le ocurrió escribir '¿Por quién doblan las campanas?'". Le quise matar allí mismo. Yo me iba a casar y Hemingway se volvía a EE UU, y nos despedimos: "Vendré a vuestra boda; soy católico y quiero ser testigo vuestro". Pero aquel verano, en julio, se suicidó».

Mañana, 4.ª y última entrega: Marino Gómez-Santos