Soto del Barco, Mariola RIERA

«Esta casa no se vende», cuentan los del pueblo que dijo Yolanda Fierro Eleta al llegar ante la verja que preside la entrada al recinto del castillo de San Martín, en Soto del Barco. Retiró el cartel que estuvo colgado en el muro meses atrás -sin mucho éxito, se supone-. «Esto tiene que quedarse en la familia». Y abortó así una operación inmobiliaria que, de llevarse a cabo, habría supuesto el fin de la unión de casi un siglo entre el castillo y la saga de los Fierro.

El abuelo de Yolanda, Ildefonso González-Fierro Ordóñez, compró la fortaleza en 1919. Lo disfrutó, sobre todo, uno de sus seis hijos, Ignacio González-Fierro Viña, fallecido en 2002. Y ahora es su primogénita la que defiende la continuidad de la propiedad en el seno de la familia y parece resistirse a que ésta los abandone. Así cuentan la historia estos días los vecinos del pueblo, satisfechos de que las cosas sigan como están y de poder compartir unos días al año con los Fierro, una familia que transformó esta pequeña península en plena desembocadura del Nalón en su particular fortaleza, en la que aislarse y pasar períodos de descanso tan tranquilos como discretos. Ignacio González-Fierro solía visitar el castillo unas cuatro veces al año; sus hermanos Alfonso y Florentina (más conocida en los círculos sociales como «Cuqui») y algunos sobrinos han disfrutado también de él.

Pocos lugareños han tenido un contacto directo con los Fierro, quienes prefieren pasar desapercibidos en Soto y, en concreto, en el coqueto pueblo El Castillo, donde se ubica la propiedad. Una discreción que se ha visto favorecida por el respeto de los vecinos y los lugareños, quienes siempre saben más de lo que cuentan sobre las estancias de la familia en el pueblo. Mutismo que se ha visto recompensado, en parte, con la fidelidad de los Fierro.

Completamente al margen de la vida diaria de Soto del Barco, tampoco se puede decir que la familia le haya dado la espalda. Su aprecio a la zona se ha visto materializado con la financiación altruista de varios proyectos, como el de la iglesia de San Pedro. En la fachada del templo aún figura la placa colocada en su inauguración, en 1942, en la que se da cuenta de la «perenne gratitud a Ildefonso González-Fierro Ordóñez, a cuyas expensas fue construida la iglesia».

Una de las personas que llegaron a tener un estrecho contacto con la familia es Eloy Castro Menéndez, cuya mujer, María Luisa Fernández, fue la casera de la familia, tarea que heredó de sus padres y que a su vez ella ha traspasado a una hija. Todo empezó pasada la Guerra Civil. «El padre de mi mujer era guardabosques por Teverga, pero un día se mancó en un brazo. Don Alfonso Fierro le pidió entonces que se convirtiera en su casero», cuenta Eloy, de 80 envidiables años recién cumplidos y prudente al hablar de una familia a la que aprecia. Así se nota en sus palabras. Ahora vive a escasos metros del castillo, en una casa con privilegiadas vistas al río Nalón. Allí rememora los años en que su familia política fue la casera de los Fierro. Él, casado en El Castillo en 1953, nació en Somao (Pravia) y se dedicó a la madera. «Don Alfonso y don Ignacio eran muy buena gente. La familia en general es así», asegura Eloy, quien recuerda cómo peleaba con Ignacio Fierro Viña para que dejase el tabaco y mirase por su salud. «"¡Deje de fumar!", le decía yo cuando le pillaba con el cigarro. "No quiero", respondía...». Eloy lamenta, en parte, que el castillo, al menos los jardines, no tenga abiertas sus puertas y la gente del pueblo pueda conocer su interior. De manera ordenada, se entiende.

El recinto de esta antigua fortificación cambió completamente a mediados de los años noventa, cuando Ignacio Fierro decidió reformarlo. Acondicionó la milenaria torre, que ahora posee varios niveles, un ascensor y una escalera en caracol. Construyó una piscina climatizada que se nutre, al igual que toda la finca, de un manantial propio.

Son detalles que corren de boca en boca, pues pocos han pisado la propiedad y los intentos de conocerla, siempre de forma indirecta a través de los actuales caseros, son hasta la fecha infructuosos. Cuentan que no escatimó en la decoración y como ejemplo se cita la gran Cruz de la Victoria que preside el fondo de la piscina. En el proyecto de reforma también entraron varias casas que rodean el castillo, entre ellas, la casona principal.

Todo ello sigue tal cual lo diseñó Ignacio Fierro, para su disfrute y el de su familia. Y de momento parece que así seguirá siendo.