El Entrego,

Miguel Á. GUTIÉRREZ

Funcionó más de una década como paradigma de autogestión obrera, fue testigo de un tiroteo mortal y aspira a convertirse en centro museístico. Parapetado en una ladera próxima al Museo de la Minería de El Entrego, el pozo San Vicente puede pasar desapercibido para el ciudadano de a pie. Sin embargo, su calado histórico y su simbolismo para la región son incuestionables. Desde 1926 y hasta que la Guerra Civil truncó el experimento, sus trabajadores fueron también patronos. La mina, explotada durante esos diez años por el SOMA (en una experiencia pionera en España), sirvió para llevar a la práctica los postulados ideológicos del sindicato y demostró que los obreros, mineros en este caso, podían administrar de forma eficaz los medios de producción. Aunque para ello contaran con la colaboración del Gobierno.

Carbones de San Vicente se inscribió en 1916 en el Registro como la sociedad mercantil encargada de la explotación de la mina del mismo nombre. El yacimiento -asentado en un terreno geológicamente complejo con más pliegues de lo habitual y abundante grisú, y con importantes defectos estructurales en sus instalaciones- entró en una grave crisis en 1925. La situación derivó en impago de salarios y amenaza de huelga. El SOMA, ante el riesgo de quiebra y de dejar sin trabajo a unos 200 mineros, renunció a convocar nuevos paros, atendió la propuesta del patrón y decidió concederle un préstamo de 95.000 pesetas para mantener la actividad y abonar los atrasos. El aval sería la propia mina.

A pesar del acuerdo alcanzado, los trabajadores no llegaron a percibir sus nóminas. El patrón huyó con el dinero y dejó la explotación en manos del sindicato, dirigido en aquella época por Manuel Llaneza. Ante esta tesitura, los dirigentes del SOMA se vieron obligados a asumir la concesión y el papel de gestores. Lo contrario habría puesto en entredicho «su prestigio y la efectividad de sus ideales», según relata Enrique Moradiellos en su libro sobre el SOMA. Para este autor, el «experimento social» de mina San Vicente también suponía la oportunidad de pasar de la mera resistencia en la lucha sindical a una posición activa «que exigía planificación y proyectos».

El SOMA asumió la gestión de la explotación en enero de 1926, con unas perspectiva no demasiado halagüeñas. La deuda ascendía a 625.149 pesetas y los fallos estructurales del yacimiento (dimensiones de la caña, desnivel del cargadero o ventilación insuficiente) eran más severos de lo que se pensaba en un principio.

El Gobierno de Primo de Rivera acudió en ayuda del SOMA, concediéndole un préstamo para pagar los salarios atrasados y sanear las cuentas de la explotación. Además, en 1927, el Estado se hizo cargo de la producción (unas 4.000 toneladas mensuales) para destinarla principalmente a los barcos de la Marina. «Ese acuerdo hizo aflorar críticas de colaboracionismo con la dictadura, pero Llaneza entendía que lo primero eran los trabajadores», argumenta el historiador Ernesto Burgos, para añadir a continuación: «En mi opinión, los beneficios fueron mayores que los perjuicios porque las condiciones laborales de los mineros del pozo mejoraron considerablemente y los aspectos sociales también; se concedió carbón gratuito a las familias y se creó un hospital de urgencia, entre otras medidas».

Los trabajadores de San Vicente pasaron a ser los mejores pagados de las Cuencas y su jornada laboral era la más reducida. No obstante, la mina no estuvo exenta de conflictos. El más grave se produjo en 1927, cuando Ramón Gutiérrez, que colaboraba con la prensa comunista y que meses atrás había sido despedido, mató a tiros a un vigilante de la mina, José Iglesias, e hirió al director de los trabajos de interior, Belarmino Tomás, que años después jugaría un destacado papel político y sindical en la región. La prensa de la época apunta a que los artículos de Gutiérrez contra Iglesias, publicados en «La Antorcha», pudieron precipitar el despido y ser el caldo de cultivo de la posterior venganza, maquinada también contra Tomás.

Los hechos se produjeron en la tarde del 19 de noviembre de 1927, cuando Iglesias y Tomás examinaban unos documentos junto al capataz de la mina San Vicente, Leopoldo Fernández Nespral. El diario «La Prensa» reproduce la conversación que supuestamente se produjo entre el agresor y sus víctimas. Ramón Gutiérrez, esgrimiendo una pistola, les dijo: «Mirad también este documento». Tomás le conminó entonces a mantener la calma, a lo que Gutiérrez replicó: «Yo no vengo aquí a discutir». Varios disparos acabaron con la vida de José Iglesias, mientras que Belarmino Tomás resultó herido en un brazo.

El sepelio de Iglesias también resultó accidentado. Una multitud acompañó al féretro camino del cementerio de El Entrego. A su paso por el puente de La Oscura, los cables de sujeción de la estructura colgante cedieron y unas 600 personas cayeron al agua. La mayoría de los heridos, sin embargo, sólo resultaron contusionados, aunque también hubo otros muchos que sufrieron fracturas y lesiones graves.

El pozo San Vicente siguió funcionando como mina explotada por los propios trabajadores en la primera mitad de la década de los años treinta. «Es evidente que parte de los ingresos de la mina pudieron dedicarse a financiar las armas que llegaron a Asturias en la Revolución del 34. Por este motivo, y por lo que supuso como modelo de autogestión, hay que destacar el hecho de que una pequeña mina de San Martín del Rey Aurelio pudo cambiar la Historia de España», subraya Pedro Fandos, geólogo y experto en patrimonio minero.

La experiencia del pozo San Vicente duró hasta 1936, cuando estalló la Guerra Civil y buena parte de sus trabajadores dejaron la mina por el fusil. Con la caída del frente del Norte, la explotación pasó a manos del bando nacional. La empresa Hulleras del Rey Aurelio, S. A. (Reyasa) retomó la actividad extractiva en la década de los cincuenta, aunque con una producción limitada. En 1970, Hunosa compró el yacimiento y lo mantuvo como pozo auxiliar de María Luisa hasta hace unos años. El escritor Francisco Trinidad, que en la actualidad trabaja en un libro monográfico sobre el pozo San Vicente, destaca el peso histórico de la explotación: «Hubo algún otro intento que duró días, pero fue la única mina que funcionó de forma autogestionada de una manera continuada en España. Su trascendencia ha sido importantísima».

El siguiente reto de la mina San Vicente es contar su historia. De hecho, las instalaciones de la antigua explotación albergarán los contenidos del museo del movimiento obrero, que estará ligado al Museo de la Minería de El Entrego.

Mañana

Encierro en el pozo Barredo