Se ha muerto Manolo Díaz Ron, como se le conoce en España. En París, en donde fue vicealcalde de Chirac, era simplemente monsieur Díaz.

Un grande asturiano donde los haya. Nacido en Abres, se consideraba «de la Villa», donde su padre había sido alcalde republicano y él llegó a tener, muchos años por medio, una ganadería notable, que le relajaba de tantos negocios en Persia, Oriente Próximo, Canadá... El mercado de Rengis y la Autoroute du Soleil están entre sus iniciativas.

Don José Maldonado, que fuera presidente de la República en el exilio, lo trajo hasta mí y gastamos una profunda amistad desde entonces, no contaminada jamás por nuestras diferencias políticas. Tanta amistad que, dejándome un nudo en la garganta, me llamó para despedirse. Profundo creyente, me dijo unas terribles palabras que nunca hubiera deseado oírle: «Me voy hoy mismo, a lo sumo mañana, te esperaré en la otra vida. Cuídate mientras». Y después, de forma sorprendentemente natural, se interesó por el viaje que yo acababa de terminar a lugares recónditos como Albania y Chipre, pero no tanto como los que él anunciaba con el pie en el estribo. El pasado octubre, Francisco Rodríguez y yo intentamos que viniera a los premios «Príncipe», a cuyo patronato perteneció, pero advirtió que no se encontraba bien y que, por otra parte, quería conservar el recuerdo de la ceremonia unido a Graciano García, al que tanto estimaba.

Sus actuaciones de empresario emprendedor le llevaron por el mundo entero. A mí generosamente me introdujo en su despacho para una emblemática operación inolvidable, la recuperación del control francés sobre «quesos de Rochefort», una seña de identidad del país vecino, y más en concreto, de Millau, de donde Manolo fue alcalde y antes libertador al frente del maquis.

Tan de París, tan de Millau, tan de Abres y Villaviciosa, últimamente era feliz dinamizando económicamente Córcega y sobre todo Calvi, adonde tanto solía.

En fin, seguiría escribiendo de él hasta quizá, no sé, volverle a ver, donde aseguró me espera.