Los hay que fuman Nobel y los hay que dejan de fumar por un Nobel. Esto último fue, precisamente, lo que le pasó a Graciano García, director emérito de la Fundación Príncipe, que debe al último premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, haber salvado sus pulmones de una marea negra de nicotina. Como diría Vargas Llosa, «¿cuándo se nos jodió el fumar?»

Ocurrió hace años, en una comida organizada con motivo de la entrega de los premios «Príncipe» en el restaurante Marchica de Oviedo, ya cerrado. Sentados a la mesa estaban Mario Vargas Llosa, galardonado por la Fundación Príncipe en 1986; el duque de Alba, Jesús Aguirre, y Graciano García. De aquélla, cuando aún se permitía fumar en bares y restaurantes, cuando prender un pitín con otro era de tipos duros a lo Bogart y el cowboy de Marlboro no había muerto aún de cáncer de pulmón, García y Aguirre eran dos chimeneas humanas.

Tanto despliegue de caladas no debió resultar muy del agrado del autor de «Conversación en La Catedral», así que procedió a relatar a sus compañeros de mesa cómo se había librado él del hábito fatal. Contó Vargas Llosa al cultísimo esposo de la duquesa de Alba y al periodista allerano que un buen día había recibido una llamada telefónica de una campaña publicitaria para animar a la ciudadanía a dejarlo. El escritor peruano detalló que una voz de mujer había empleado apenas un minuto y medio en detallarle todos los estragos que el consumo del tabaco podía causarle en su salud y que el relato había resultado tan espeluznante y certero que de inmediato había cerrado la cajetilla para siempre jamás. Pero como no es lo mismo que un fontanero te cuente cómo ha dejado de fumar que lo haga un premio Nobel de Literatura, aquel relato que hizo Vargas Llosa sustentado en los consejos de la teleoperadora ganó tanto en efectividad que el duque regaló al punto la cajetilla al camarero y, al igual que los generales vencidos entregan su espada al vencedor, dio su mechero (de oro) a Vargas Llosa. También Graciano García acabaría dejando el hábito, acaso igualmente estremecido por aquel descenso a los infiernos del tabaquismo de la mano del Dante peruano.

Nunca más se acercó Graciano García al pitillo. Pero Aguirre sí que siguió prendiendo un cigarrillo tras otro. No le salió precisamente gratis. Cuando Mario Vargas Llosa volvió a toparse con Graciano García se acordó del duque-chimenea y de cómo, a su modo de ver, volver a fumar le había costado la vida. Jugoso episodio. ¿Figurará en la biografía de Graciano García que escribe el periodista Juan de Lillo?