Oviedo, Pablo GONZÁLEZ

«Los problemas de protocolo siempre eran con la Universidad, la Iglesia y Cascos». Esto lo dice alguien que vivió en primera persona las pugnas que Francisco Álvarez-Cascos protagonizaba en el ámbito protocolario cada vez que venía a Asturias en su etapa como miembro del Gabinete de José María Aznar -fue vicepresidente y ministro de Fomento-. Álvarez-Cascos, que ahora hace bandera del «orgullo de ser asturiano» y exhibe una ideología de corte regionalista, menospreció reiteradamente a los representantes de la autonomía asturiana haciendo prevalecer sobre ellos su cargo en el Gobierno central en todos los actos públicos a los que acudía en Asturias.

Las normas básicas de protocolo establecen que en ausencia del Rey o del presidente del Gobierno de la nación, el máximo representante del Gobierno en un acto es el presidente de la comunidad autónoma. Por eso Álvarez-Cascos insistía en viajar a Asturias con una delegación expresa del presidente José María Aznar. Esta delegación lo convertía en presidente del Gobierno en funciones, lo que le permitía, fundamentalmente, dos cosas: presidir los actos, pero sobre todo ser el último en hablar. «Tenía la picardía de hacer coincidir sus viajes a Asturias con los viajes de Aznar al extranjero para que no se notara mucho», explica uno de los protagonistas de aquellos años. Es norma que cuando el Presidente no está en el país algún miembro de su Gabinete asuma sus funciones.

Este mecanismo le vino muy bien en los tiempos, allá por 1998, del enfrentamiento fratricida con Sergio Marqués, único presidente del PP que ha tenido el Principado, y cuyo choque con el ex ministro le empujó a fundar la URAS. Cascos hablaba el último y, por tanto, tenía la última palabra y capacidad de reacción por si quien intervenía antes hacía referencia a la crisis política. Además, Álvarez-Cascos marcaba territorio dejando claro quién era el representante del poder central en unos tiempos en los que tomaba cuerpo la posibilidad de que Sergio Marqués encabezara un partido de corte regionalista, como hizo más tarde con la fundación de URAS. Ahora es el propio Cascos el que toma la derrota regionalista y se refiere a Asturias como «país», si bien éste último es un término que utiliza por imitación de Jovellanos, una de sus grandes referencias.

Pero Sergio Marqués no fue el único que sufrió el protocolo de corte centralista que Álvarez-Cascos impuso en sus tiempos de mando político. Ya como ministro de Fomento y con el socialista Vicente Álvarez Areces en la Presidencia del Principado, la misma película se repitió. «Nos lo hizo varias veces...», recuerdan fuentes socialistas, que echando la vista atrás dudan de que en alguna de ellas Álvarez-Cascos contara realmente con la delegación expresa de Aznar para presidir y cerrar los actos.

La pugna llevó incluso a los servicios de protocolo del Gobierno asturiano a quejarse a la Moncloa y a Fomento. La queja resultó. Pero no del todo, ya que el ex ministro comenzó entonces a «jugar» con el reparto de las invitaciones a las inauguraciones de obras de Fomento en Asturias. En un principio, dejó de invitar al presidente del Gobierno para sólo hacerlo con el consejero de Infraestructuras. Luego estas invitaciones se redujeron a los directores generales de Carreteras o de Transportes.

En 2004 Cascos protagonizó en cuestión de días dos roces protocolarios. El primero fue con Vicente Álvarez Areces, al que no invitó a la colocación de la primera dovela de la Variante. Horas después fue el turno del presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, que se enteró por la Guardia Civil de que Cascos estaba inaugurando un tramo de autovía. En la imagen, Cascos y Rato, durante la inauguración de las obras de la Variante.