Oviedo,

María José IGLESIAS

Victorino Anguera Sansó (Palma de Mallorca, 1933-Madrid, 2010), fallecido el pasado 28 de septiembre, dejó su tranquila huella mediterránea en Asturias durante su etapa como gobernador civil, entre 1974 y 1976. Llegó a la región en los años finales del franquismo para lidiar con huelgas mineras y un floreciente ramillete de partidos opositores, por la izquierda y por la derecha. Después volvió a cruzar el Pajares, rumbo a Madrid, para formar parte, como subsecretario del ministro de Trabajo, del Gobierno anterior a las elecciones democráticas que ganó su admirado Adolfo Suárez.

Si en algo están de acuerdo quienes trataron a Anguera Sansó fue en que murió como vivió: con discreción. Tras la victoria de la UCD, el ministro de Sanidad Enrique Sánchez de León, su amigo del alma desde los tiempos del Colegio Mayor José Antonio, en Madrid, le nombró subsecretario de Seguridad Social y le encomendó la tarea de reestructurar el organismo con las tres figuras que aún hoy, con ligeras variaciones, se mantienen: el Insalud, el Instituto Nacional de la Seguridad Social y el Imserso.

Anguera tenía tablas para acometer la tarea. Antes de llegar a Asturias como gobernador civil, este mallorquín se había recorrido buena parte de la geografía española en distintos puestos desempeñados en la Administración de Franco. Fue inspector de Trabajo en Guipúzcoa, Ceuta y Melilla; delegado de Trabajo de Castellón, Valencia y Barcelona y gobernador civil de Gerona (1969-1974).

Durante su estancia en Asturias, quienes le trataron aseguran que no se arrugó ante las dificultades en aquellos años de la Transición. Subrayan que se preocupó por conocer los problemas de aquella Asturias de los setenta, y si un término definía a aquel joven de aspecto atlético, era el de «suarista».

Lo corrobora el abogado asturiano Francisco Ballesteros, en 1974 subsecretario general del Movimiento, que a los pocos meses de la toma de posesión de Anguera fue nombrado gobernador de Segovia. Ballesteros era devoto del asturiano Torcuato Fernández-Miranda y el mallorquín apoyaba ciegamente al avileño que capitaneó la Transición. Eso impidió una amistad profunda, pero no obstaculizo el afecto entre ambos.

Quienes le conocieron de cerca aseguran que trató con mano izquierda a quienes alteraban el frágil equilibrio social de la Transición. Era hombre tranquilo, de despacho, de exquisitos modales, que ganaba en las distancias cortas. Simpático con sus amigos, pero algo distante en público. Así lo definen Enrique Sánchez de León y también Jesús Ladero, jefe de Recursos en el Ministerio de Trabajo cuando Anguera fue subsecretario y, posteriormente, su abogado personal. Ambos destacan que Anguera hablaba con cariño de Asturias y de las cenas que compartía con su esposa, Isabel Gual, y la familia Sitges.

El hostelero ovetense Florentino Quirós, actual propietario de la Cava de Floro, le sirvió más de una fabada en un anterior negocio. Al personal del restaurante le fascinaban las buenas formas del matrimonio Anguera-Gual, padres de cinco hijos. En Madrid la familia se instaló en la colonia de El Viso. En 1978, una crisis de Gobierno obligó a Sánchez de León a cesarle. Anguera se retiró de la política y se dedicó a la abogacía en un despacho abierto en Madrid. Una vez a la semana acudía a la cita con el club Rotario de Madrid-Puerta de Hierro.

A él se le debe que en 2009 el Ministerio del Interior separase en el Registro a rotarios y masones, como señala el también mallorquín Bernardo Rabassa. A esas reuniones de rotarios no faltaba Sánchez de León, que recibió como un mazazo la muerte de su amigo. «Tuvimos vidas paralelas. Nos casamos el mismo año, hicimos la misma oposición, igual número de hijos...». La amistad prosiguió a pesar de que le había destituido. «Fue una medida propia de aquel momento de la UCD», señala el ex ministro. Anguera nunca llegó a tener carné del partido. Su amigo le recuerda así: «Para que me entienda, era un cachondo mental, nada que ver con un tipo apegado al sillón».