Juan Bautista Avendaño Iglesias (Luanco, Gozón, 1961) se ganó la vida en el tenis como jugador, como entrenador y ahora como gestor. Con 14 años y una beca se fue a Barcelona y de 1980 a 1990 fue tenista profesional.

Tres veces subcampeón de España -una individual, dos a dobles- jugó la Copa Davis y fue el 90 mejor tenista del mundo en el «ranking» de la ATP. Fue capitán único de la Copa Davis de 1993 a 1995, uno de los cuatro capitanes del equipo que la ganaron en 2000 y uno de los tres que la consiguieron en 2004. Fue director técnico del Centro de Alto Rendimiento de San Cugat (Barcelona) durante catorce años y es director gerente de la Federación de Tenis de Madrid desde 2009.

-Cuando estaba solo en Barcelona, ¿tenía a quién acudir si sufría algún desasosiego personal?

-Lo gestionaba solo. Mi carácter es así. Con 18 años ya había viajado por toda Europa, Estados Unidos y Sudamérica, veinte semanas al año, había vivido en muchos hoteles y conocido a muchas personas de cualquier parte del mundo.

-El tenis socialmente era muy pijo. ¿Deportivamente?

-Nada pijo. Los jugadores íbamos tirados por ahí, una semana en un torneo de hotel de cinco estrellas y a la siguiente en una pensión. No había entrenadores de tenis que viajaran. Salvo en algún torneo por equipos, que ibas con capitán, viajabas solo. La Federación me pagaba los gastos -billete de avión, hoteles, comidas- y en el resto me tenía que espabilar. Calendario: enero, tales ciudades de Francia. Febrero, Gran Bretaña. El entrenador, por tu nivel, te decía a qué torneos ibas, según te correspondían por tu «ranking». En el tiempo libre de los torneos hacías lo que querías, normalmente estar en el club.

-¿Hizo turismo?

-Cuando fui entrenador.

-¿Un amor en cada puerto?

-Concentración total. Entrenar, descansar y jugar hasta que perdieras. El día que perdías te cabreabas y decías: «Estoy en París, voy a ver la torre Eiffel». A lo mejor habías estado 400 veces y no la habías visto. Al perder, tenías que irte al siguiente torneo o volver a Barcelona. Cuando estás en competición, no puedes entrenar y en los torneos tienes mucho tiempo libre que hay que saber gestionar. A mí me mataba porque no me gustaba mucho leer y quedaba en el hotel viendo una tele que tenía pocos canales donde escoger. No había consolas de videojuegos, ni teléfono móvil, ni ordenadores. Si querías telefonear a alguien, tenías que buscar una cabina. Ahora eso ha cambiado totalmente y desde la habitación del hotel tienes conexión para ver por la cámara a tu hijo y a tu mujer. Ahora acabas el torneo y en dos horas vuelas a donde te dé la gana. Antes, según donde fuera, tenías que aguardar dos o tres días a tener un avión.

-¿Cuándo empezó a ganar dinero?

-Mi primer contrato fueron 100.000 pesetas (600 euros) de Lacoste, que me vestía entero de deporte y de calle. Tenía 15 años. Pero empecé a ganar dinero a los 17, el primer año junior. Adidas, que no estaba implantada en el tenis, quiso competir con Fred Perry y Lacoste y apostó a unos jugadores juniors, entre ellos yo. Un millón de pesetas en 1978 era mucho dinero. Fiché por cinco años.

-¿Cómo fue ver esa pasta?

-Lo que dio dinero al tenis fue la televisión a partir de los años noventa, cuando me retiré yo. No fui un jugador de los de arriba del todo y no vi grandes cantidades, pero desde los 20 años tuve que espabilarme porque el tenista es su propia empresa.

-¿Cómo es eso?

-Cuando salí del amparo de la Federación, si me iba a Estados Unidos, tenía que pagarme viaje, hotel, comidas, desplazamientos. En los torneos vas ganando dinero conforme vas ganando partidos. Si caías en primera vuelta, perdías dinero. Ahora un billete de avión a Nueva York por internet puede costar 500 o 600 euros. Entonces costaba doscientas y pico mil pesetas (1.500 euros). Como esto era hace treinta año,s no sé qué barbaridad de euros serían hoy. Más el hotel. Entonces ibas a Estados Unidos y estabas tres meses fuera. Era una época dura, sin estabilidad y en la que no ganábamos para contratar un entrenador. Al final, yo era una empresa con un montón de gastos y un apartamento en Barcelona. A muchos que no ganaban se los comían las deudas. Ahora hay más ayudas, patrocinadores y becas.

-¿Qué tal le fue a usted como profesional del tenis?

-Me espabilé bien. Estaba soltero en Barcelona, tenía una novia en Madrid y trabajo, treinta semanas al año, donde fuera. Me retiré a los 30 años, pero desde los 28 tuve muchos problemas con la muñeca. Me operaron tres veces, me cortaron la cabeza del cúbito y ahí supe que tenía que dejarlo porque no podía entrenar todo lo que necesitaba. Decidí retirarme casi obligado. Entonces podías aguantar hasta los 35 con los torneos de dinero por España. Había una clasificación, que llamaban «los primeras», en la que mi mejor puesto fue el cuarto, pero hice pocos torneos de ésos. Cuando dejé de jugar, me ofrecieron entrenar a un grupo de chicos. Así empecé mi segunda parte en el tenis, como entrenador. En 1991 me ofrecieron a Mary Joe Fernández y fui un año a Miami, donde tenía la base. En 1992 me ofrecieron llevar la academia Bruguera, del padre de Sergi Bruguera. Ese año me ofrecieron que llevara a Jennifer Capriati y ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona con 16 años. Fue uno de los mejores momentos de mi carrera. A finales de 1992 me ofrecieron ser capitán de Copa Davis y ser director de la escuela de la Federación donde me había formado.

-¿Qué aporta usted como entrenador?

-Disciplina, exigencia y orden. No fui un gran jugador, pero vi a muchos grandes y sé lo que hay que hacer para serlo. El éxito del tenis español en los últimos años es que varios entrenadores nos dedicamos a enseñar lo que no pudimos hacer.

-Raqueta aparte, los chavales son un material inestable.

-Cada persona es un mundo y tiene condiciones diferentes. El objetivo es lograr el máximo del jugador. El entrenador de tenis vive con el jugador todo el día. El de fútbol o baloncesto, convive horas. Una parte del día eres entrenador; otra parte, padre; otra, amigo; otra, chacha. El que paga al entrenador es el jugador y eso también es diferente respecto a otros entrenadores. El jugador es el club, con los partidos que gana saca el dinero para pagar.

-O sea, que son algo socios.

-Cuanto más gana él, más ganas tú. Vas con sueldo fijo y porcentaje sobre victorias. En mi generación sólo hubo dos entrenadores que iban con jugadores. Hemos creado un puesto de trabajo nuevo.

-¿Cuándo estabilizó su vida personal?

-Me casé en Luanco en 1994. Había conocido a Marta, mi mujer, en un torneo en Madrid, en 1986. Tenemos dos hijos: Juan, de 7 años, y Miguel de 6.

-¿Les gusta el tenis?

-Y el fútbol. No salimos de esto.

-¿Qué pinta les ve?

-Tienen ganas. Juan, el mayor, es más como yo, sin mucho talento pero muy constante. Miguel es puro talento para todo lo que tenga una pelota por el medio.

-¿Qué clase de padre es usted?

-Voy a intentar ser un padre que les deje hacer las cosas que les gusten pero también quiero exigirles, sobre todo, valores. Me gustaría mucho que alguno fuera deportista y, si pudiera elegir, preferiría futbolista a tenista. Los deportes de equipo siempre son más agradecidos. El tenis es muy solitario.

-Ahora vive en Madrid por razones de trabajo. ¿Había enraizado en Barcelona?

-Sí, treinta y cuatro años son muchos. Tengo muchos amigos. Madrid me costó porque el trabajo era nuevo y la ciudad más grande y más agobiante.

-Trabajar de gestor es muy distinto.

-Es un máster en toda regla. Tenemos varios centros, somos 120 personas en nómina. A veces estresa pero estoy bien.