Escribe Jordi Doce en su reciente, y muy alto, «Perros en la playa»: «Una bestia quimérica: el aforista esperanzado». Suena a verdadero, y me pregunto por qué. ¿Será el aforismo la demostración de que la vida es breve y su verdad completa cabe en pocas palabras? ¿Se deberá a su invencible parentesco con el epitafio? ¿O será que el silencio que con su cortedad deja detrás, y al que se remite para las explicaciones, convoca, como todo silencio, los peores augurios? Finalmente opto por discrepar de la sentencia. En realidad, lo hace Jordi con mejores argumentos. Así, cuando dice: «Más que escribir, ser un espacio donde suceden cosas», ¿no está esperando salvarse como territorio? E incluso al decir: «No logro dar conmigo. Vivo en los lugares a los que no puedo ir», ¿no anuncia que seguirá buscándose? (Además, ¿no es la suprema esperanza no encontrarse?; todo cierre es por defunción).