Madrid, J. MORÁN

El cirujano Santiago Gómez-Morán (Oviedo, 1919) cierra estas «Memorias» con el repaso de sus años en Oviedo y en Casablanca.

l Sabor ovetense. «En el Oviedo de después de la guerra habían cambiado mucho las costumbres, pero todavía un grupo de ovetenses supimos conservar un íntimo sabor a nuestra ciudad. Alfonso, el caricaturista, o Luis Alberto Cepeda, al que yo operé de apendicitis y muchos años después, cuando volví a España, me recomendó para que fuese cirujano de la Asociación de la Prensa de Madrid, y me publicó varios artículos en LA NUEVA ESPAÑA, que entonces dirigía. El padre de los Cepeda, un hombre muy inteligente y amigo de mi madre, había trabajado en el periódico socialista "Avance" y después de la guerra tuvo problemas, pero Arias de Velasco lo ayudó mucho. El padre de los Cepeda escribía muy bien y había un sujeto que se llama Gil Nuño del Robledal que publicó un libro y éste se lo prologó en unos versos preciosos. La madre de los Cepeda era una mujer muy guapa, muy atractiva, que vivía en la calle de las Milicias. En nuestro grupo estaban también Víctor Lucas Hurlé, Julián Morán, Manolo Cueto, un ginecólogo muy simpático; Juanito Triviño, médico odontólogo, como su padre; Juan Piedra, sobrino de un famoso medico de Oviedo que se llamaba don Julián Clavería; Gabino Martín, hijo de don Gabino y que continuó con el negocio de sastrería; Viti Lucas, médico, casado con una hermana mía; Julián Morán, también médico y enamorado de Luanco, donde quiso que lo llevaran para morir viendo su mar... y otros muchos compañeros que nos jugábamos a los dados el aperitivo en el Paredes y subíamos al Buenavista los domingos de fútbol».

l Orgullo de artículos. «Yo nunca pensé que los artículos que publiqué por invitación de Cepeda en LA NUEVA ESPAÑA, u otros en "Región", los leyera mucha gente. Pero un día, en Praga, al subir al avión, dijeron mi nombre por los altavoces, y una señora se acercó a mí y me dijo: "¿Es usted el periodista que escribe en "Región" y LA NUEVA ESPAÑA?". "Sí, señora, pero no soy periodista, soy médico". La señora me dijo que varios de ellos los había recortado y guardado porque le habían gustado mucho. Creo que fue uno de los momentos en que me encontré más orgulloso de mí mismo».

l Prohibición de claxon. «Éramos un grupo de amigos que vivíamos una vida un poco bohemia, que estábamos solteros, que éramos independientes, pero muy entrañados con el Oviedo de finales de los cuarenta y comienzos de los cincuenta. Éramos socios del Automóvil Club, que estaba en la calle Uría, donde teníamos unas tertulias interminables en las que hablábamos de todo lo posible y lo imposible. En una época asistí a una tertulia de Antonio Martínez Torner, hermano del músico, que estaba casado con una puericultora hermana de Alejandro Casona, Matutina Rodríguez, y que frecuentaban Álvaro Valvidares, entonces presidente del Colegio de Médicos, y otros amigos con espíritu liberal. Allí se hablaba mal del régimen y sobre todo del Alcalde, que creo tenía una querida que vivía en una casa de la plaza de la Escandalera, y en esa esquina había prohibido tocar claxon de noche para no conturbar el sueño de la señora. Me casé el 27 de octubre de 1950 con Ana María Arias González, vallisoletana, a la que había conocido durante mi época de estudiante de Medicina».

l Bombas para Europa. «En el año 1955, justo antes de irme de España, fui vicepresidente de la Sociedad Ovetense de Festejos (SOF). El presidente era Eduardo Lacazétte, que tenía una ferretería y estaba casado con Paloma Clavería. Ese año me encargaron decir el pregón en el ventanal del Ayuntamiento. Lo preparé con mucho cuidado. Me había hecho Gabino un traje de franela verde cruzado, me escuchaba bastante gente en la plaza..., pero no funcionó la megafonía. Me voy a Casablanca porque mi hermana mayor, también médica y casada con otro médico, está allí e influye sobre mi ánimo. Al comienzo trabajé en un hospital montado por EE UU en Casablanca. Los americanos tenían base militar allí, y bombas nucleares, y la llamada "Task Force", una fuerza aérea que estaba permanentemente sobrevolando Europa. Los aviones salían con misiones reales, y preparados, por ejemplo, para bombardear Moscú, pero en el último momento les decían que abortasen la misión. Y EE UU había ayudado a Marruecos a montar un hospital brillante. Tuve buenos puestos de trabajo y una clientela privada floreciente. Pasaba mes y medio al año en el extranjero, mejorando mi capacidad profesional. En Londres estuve tres o cuatro veces, en el hospital San Marcos. Allí, y después en Leeds, aprendí, sobre todo, cirugía de colon con el profesor Golligher, y el profesor Hill me enseñó a hacer vagotomías altamente selectivas. Acudí a congresos en Roma, París, Londres, EE UU, y a cursos en el Hospital Monte Sinaí, siempre en el ámbito de la cirugía del aparato digestivo».

l Medallas enfrentadas. «En la época de Casablanca me forzaron un poco desde el consulado a ser presidente de la Casa de España. No era bueno para mí profesionalmente, pero, al fin, acepté. Estuve cuatro años. Eso me dio ocasión de conocer a mucha gente de embajadas y del gobierno marroquí. Cuando me marché me llamó un mañana Esperancita, que era la secretaria del embajador de España. No recuerdo si entonces estaba don Manuel Aznar, con el que me llevaba mal, o era Jiménez Arnau, con el que me llevaba bien y estaba casado con una mujer encantadora que había sido actriz de cine y era de San Sebastián. Creo que se apellidaba Andrés, pero el nombre "de cine" era Conchita Montenegro. El que fuera que fuese me dijo que me habían concedido la medalla de Isabel la Católica. Le di las gracias, y me mandó el título firmado por Mondéjar. Lo increíble fue que unos días después se presentó en mi casa un señor que me dijo que la República en el exilio me había concedido la medalla de la Lealtad a la República. Eso me sorprendió y le dije: "No puedo recibirla, tenga en cuenta que yo luché contra la República". "No importa, usted ha ayudado mucho a los exiliados y queremos concedérsela". Tengo las dos en un armario de casa y no hago uso de ellas. Estoy orgulloso de que me las hayan dado..., pero son sólo un recuerdo».

l La Marcha Verde. «Estábamos muy a gusto y pensamos quedarnos definitivamente allí, pero en 1970 y tantos hay un atentado contra el rey Hassan. Hay muertos, inquietud, y después comienzan las tensiones de la Marcha Verde. Los marroquíes son muy hábiles políticamente y saben crear fricciones con España, y así tragamos inmediatamente, igual que ahora. Francia apoyaba a Marruecos y le interesaba emparedar a España entre los Pirineos y el Magreb. En el presente, quien manda en el negocio del norte de África es Sarkozy. Siempre ha sido igual con Francia. En vista de los problemas, pensamos que nos debíamos marchar. Vendimos lo que teníamos, muy mal vendido. Como yo tenía un buen expediente dentro de la Seguridad Social y un buen expediente académico, solicité el reingreso y me vine a Madrid en 1975, poco antes de la muerte de Franco. Me jubilé a los 70 y ahora tengo 91».

l Célula y relatos. «Cuando me fui de Oviedo a trabajar fuera de España quizá lo hice atraído por un cierto espíritu de aventura o por el espíritu asturiano emigrante. No lo sé... Creo que acerté. He visto un mundo diferente. Conseguí hacer una medicina y una cirugía de nivel superior. Aprendí también idiomas, y a jugar al bridge con una encantadora mujer que se llamaba Irina Servianof. Tuve ocasión de conocer y tratar a personajes atractivos, de ver paisajes y ciudades diferentes que nunca hubiera visto desde mi ciudad natal. Tuve la ocasión de convivir y comprender a personas de costumbres, lenguajes y religiones diferentes a la mía, y eso creo que me ha hecho más tolerante. Ahora, jubilado, escribo cuentos y relatos de cosas que invento y de otras que vi y que viví. Mi buen amigo Marino Gómez-Santos me animó a presentarme a concursos literarios y he ganado alguno. Pertenezco también a la Sociedad Española de Médicos Escritores. Ya no puedo esquiar, porque me comienzan a pesar los años y me gruñen las articulaciones. Además, me rompí un hombro y mi mujer guardó el equipo bajo llave. Tampoco puedo hacer windsurfing ni pesca submarina, que eran mis hobbies. Ahora me limito a escribir, a jugar al bridge y a intentar conservar a mis amigos, tanto los de España como los de fuera. Estudio Genética y Biología Molecular, que me apasionan. Me guía en ello el profesor Fausto García Hedgart, de Barcelona. Soy un enamorado de la célula y creo que la Iglesia católica debería poner más énfasis en la creación de la célula por Dios que en la creación del hombre. Somos hijos de la célula. Y también, de cuando en cuando, mi mujer me deja entrar en la cocina para guisar una sabrosa sopa de cebolla. En el cementerio de El Salvador hay un panteón de mi abuelo José, con una estatua de Víctor Hevia. En Sales, pueblecito de Colunga, otro, más humilde, de mi abuelo Manuel, sin estatua, y mi mujer, Ana, dispone de otros dos en Valladolid: uno de su padre y otro de su madre. Tengo dónde escoger..., pero me parece que me voy a quemar».