Oviedo, Sergio GRANDA

Diez años después de los atentados del 11-S, el recuerdo del momento preciso en que las Torres Gemelas, símbolo de los intocables Estados Unidos de América, saltaron por los aires, aún sigue latente en la memoria de los asturianos. El tiempo, en este caso, no ha conseguido curar la herida y así lo ha podido comprobar LA NUEVA ESPAÑA a través de esta encuesta en la que un nutrido grupo de asturianos del mundo de la cultura, la escena, la política, la religión y el arte recuerdan exactamente qué estaban haciendo el día en el que los EE UU se convirtieron en vulnerables.

«Me aterra pensar cómo una persona se prepara durante tanto tiempo para matar y morir él mismo». Son palabras de la escritora María Teresa Álvarez, viuda de Sabino Fernández Campo, ex jefe de la Casa Real y conde de Latores, al recordar aquel martes de 2001: «Justo había llegado a casa con Sabino, en cuanto pusimos la televisión no la apagamos en toda la tarde. Me resultó tan duró que a las 18.30 tuve que acostarme porque no podía más». No hizo ninguna especulación cuando todo estaba sin aclarar: «No pensé nada ni intenté imaginar las posibles explicaciones, porque yo huyo del miedo».

Los que tenían amigos o familia en el país norteamericano recuerdan aquel día con los ojos clavados en el televisor y los oídos en el teléfono. Es el caso del director y fundador de la feria de videojuegos «Gamelab», Iván Fernández Lobo, que narra haberse puesto en contacto con su familia y amigos de San Francisco, puesto que «es una ciudad muy simbólica de Estados Unidos, y en el momento uno piensa cualquier cosa». Lobo rememora aquel día como si todavía no se lo creyese. «Yo estaba con unos amigos en mi casa de Mieres y cuando pusimos las noticias, cambiamos una tarde de sol por una tarde de telediario». De entre todos los pensamientos que pasaron por la cabeza del mierense, hay uno que le llama poderosamente la atención: «Recuerdo que pensé que iba a ser algo interminable; que esos atentados traerían tras de sí una oleada de violencia sin fin». Pero no. «En comparación con mis expectativas todo paró relativamente rápido», relata. Al hablar del alcance que la masacre tuvo en la Historia, Fernández Lobo señala el cambio drástico en la relación de Occidente con el mundo musulmán: «Hasta el momento la confrontación era más anecdótica, pero los atentados radicalizaron mucho más el enfrentamiento entre ambas culturas».

El pintor moscón Hugo Fontela, ahora afincado en Nueva York, sólo tenía 15 años cuando las Torres Gemelas dejaron de existir. Reconoce que no percibió la auténtica magnitud de los atentados hasta pasado justo un año, cuando realizó un viaje a Nueva York: «Ahí me di cuenta de que los atentados hicieron ver a los estadounidenses que no era un país tan seguro, y que si había personas que querían atacarlo lo conseguirían». Este último recuerdo enlaza con uno de los mayores miedos en EE UU. «No saben en qué lugar se puede romper la seguridad, porque puede ser por cualquier lado», matiza Fontela. Hasta entonces, Hugo Fontela sólo recuerda de aquel día estar pegado al televisor sin pestañear. En sus posteriores estancias destaca que, al menos en Nueva York, no se inició un proceso de rechazo al mundo musulmán. «Nueva York es una ciudad que tiene bien asumida su multiculturalidad», afirma el joven, que ahora tiene 26 años. Diez años después, el pintor recalca el punto de inflexión que los atentados supusieron en la vida occidental: «Marcaron un antes y un después, del que todavía no somos del todo conscientes».

«¡Ay madre, que chocó un avión!». El rapero lenense Mario Fueyo se encontraba en su habitación haciendo música cuando su madre gritó esta frase. «Con el primer avión recuerdo pensar que el piloto debía de ser muy torpe». Con el segundo impacto, las cosas ya no parecían una falta de destreza del piloto. «En ese momento me asusté mucho, y pensé que era el comienzo de la tercera guerra mundial», explica el músico de 34 años. Con el paso del tiempo, Fueyo se volvió muy escéptico y las explicaciones que se dieron sobre los atentados no le convencieron, ni le convencen. «Hay muchas cosas que no cuadran y que son extrañas», asegura. Según el lenense, los atentados a las Torres Gemelas han propiciado unos controles exhaustivos a los ciudadanos: «El 11-S ha servido para justificar la supresión de libertades; nos tienen más clasificados que nunca».

El relato del Padre Ángel, fundador de la ONG «Mensajeros de la Paz», tampoco se queda atrás. «Yo estaba en el Salvador con unos niños terminales. Lo vi por la televisión, pero al principio creía que eran las torres de Colón, en Madrid», explica. Cuando llegó más información, pensó en la posibilidad de una guerra mundial y afirma que incluso creyó que tendrían que abastecerse de víveres. Ese día el sacerdote tenía pensado dejar El Salvador, pero cerraron los aeropuertos «y entonces lo tuve que hacer vía Cuba», explica. El Padre Ángel dice haber vivido las consecuencias en sus viajes: «En los aeropuertos he sufrido todo tipo de registros. Se han exagerado porque no es cierto que media humanidad esté en contra de la otra media», concreta.

El Padre Ángel no fue el único que creyó, en un principio, que Madrid era el objeto de los atentados. El economista salense Juan Velarde se encontraba reunido en el norte Huesca, cuando «de repente llega el rumor de que se ha atentado contra unos rascacielos de Madrid», relata. Cuando se confirmó que fue en Nueva York, la sensación que experimentó fue del todo extraña. El momentáneo alivio que salvaba a los madrileños se mezcló con la mala sensación que tenían otros, sufriendo las consecuencias al otro lado del mundo. «A partir de ese momento en la reunión estuvimos pendientes todo el rato de la información y hubo continuas interrupciones», cuenta Velarde.

«A mí el 11-S me lo radiaron por teléfono». El mentalista ovetense José Luis González, más conocido como Anthony Blake, vivió los atentados de forma singular. Su amigo, el periodista Goyo González, quien por aquel entonces presentaba un programa de radio, le narró personalmente lo que ocurría en Nueva York. Él lo estaba viendo en la tele. «Me acuerdo que me llamó para contarme lo que pasaba. En mitad de la conversación dijo: "¡Acaba de chocar otro avión más!". Yo no daba crédito», concreta Blake. La alcaldesa de Avilés, Pilar Varela, volvía a casa en el momento del atentado que cambió el mundo. Se paró delante de una tienda de electrodomésticos que en su escaparate tenía televisores encendidos. Cuando lo vio, quedó atónita. «Lo primero que se me vino a la cabeza fue pensar si era realidad o ficción». Cuando salió de su asombro, corrió a su casa para enterarse de lo que pasaba. «Con el tiempo me asaltó la duda de hasta donde llega el fanatismo para preparar una acción en la que él mismo también morirá», relata Varela.

El líder del grupo «Ilegales», Jorge Martínez, acababa de llegar de gira por América, vía EE UU, cuando su amigo Ramón Zaraúza le dijo que pusiera de inmediato la televisión. El ahora vocalista de «Los Magníficos» se planteó si se trataba realmente de un «ataque externo para terminar con el sentimiento de invulnerabilidad de Estados Unidos» o si era «un ataque consentido por las fuerzas de seguridad de cara a justificar próximas acciones militares», como él mismo cuenta.

Resulta paradójico que mientras unos hacían la comida o disfrutaban de ella, otros cometían el mayor atentado de la Historia. María Jesús Álvarez, ex presidenta de la Junta General del Principado, se encontraba terminando de comer con más diputados. Alguien llamó por teléfono e informó. Nadie sabía qué pasaba. «Desde el primer momento comentamos ya la posibilidad de que fuera un atentado», recuerda. Cuando regresaron a la Junta vieron ya imágenes de las Torres ardiendo. «Aunque intentamos seguir con nuestros quehaceres, la cabeza estaba en otro lado», afirma esta socialista praviana. Sin duda, aquel 11-S quedará para el recuerdo como el día en que el mundo se hizo un poco más débil.