El Día de Asturias se ha celebrado, como ya es habitual, partido en dos. Por la mañana tuvo lugar en Covadonga la tradicional misa, seguida de una procesión desde la basílica hasta el santuario. Por la tarde, en un hermoso paraje del concejo de Amieva, una romería típica puso el contrapunto lúdico a la solemnidad de la ceremonia religiosa. Los asistentes repartidos en ambas celebraciones, acompañados por un sol magnífico, llenaron de asturianía el ambiente festivo. A través del mensaje oficial el presidente del Principado llamó a todos los asturianos a «arrimar el hombro». Pero, más allá de esta apelación moral, en el día de la comunidad autónoma asturiana se ha echado de menos un discurso político. Tal vez los asturianos no tenemos unos problemas, aspiraciones y sentimientos comunes. O acaso no hemos encontrado aún la manera de expresar las inquietudes y los objetivos que compartimos. En cualquier caso, ha transcurrido mucho tiempo desde que otros se preguntaran por el estado de nuestra conciencia autonómica la última vez y quizá sea conveniente, treinta años después, plantear de nuevo la cuestión.

Antes es preciso distinguir entre la conciencia autonómica y la regional. La primera está relacionada con la organización territorial del Estado; la segunda se refiere a la región percibida por sus componentes como una realidad con personalidad propia y diferenciada. La creación de una comunidad autónoma no requiere la existencia de una conciencia regional desarrollada, pero suele incluirla. Asturias presenta un caso que ha desconcertado a los estudiosos del fenómeno regionalista. Los análisis realizados en los inicios del proceso autonómico dejaron constancia de la peculiaridad de la conciencia regional asturiana. A partir de encuestas hechas en 1976 y 1979, M. García Ferrando publicó un libro titulado «Regionalismo y autonomías en España», en el que concluía que los asturianos integraban a la perfección la identidad regional y la española. Según el sociólogo valenciano, el asturiano muestra un afecto muy profundo por el lugar donde vive, pero ese sentimiento es personal e íntimo y carece de connotaciones políticas. En 1983, F. Llera publicó los resultados de otro estudio en el Informe sociológico sobre la opinión pública asturiana ante la autonomía regional. Tres de cada cinco asturianos se sentían regionalistas. Pero su regionalismo tenía un carácter «difuso y primario». El politólogo nacido en Caravia observó el arraigo de un fuerte sentimiento de orgullo y defensa de lo asturiano, pero no encontró huella alguna de un discurso político regionalista o nacionalista, ni de las actitudes que pudieran contribuir a elaborarlo. Otros investigadores, entre los que pueden citarse a E. López Aranguren y J. Jiménez Blanco, también observaron que la conciencia regional se había filtrado en todos los sectores de la sociedad asturiana, pero desprovista de vocación política.

Aunque las actitudes regionalistas de los asturianos han pasando por diversas fases, de mayor o menor intensidad y centrando su atención en diferentes causas, continúan siendo tan peculiares como en los años del cambio democrático en España. Los elementos culturales sobre los que se asienta la identidad regional, lengua, tradiciones y valores, siguen a resguardo de cualquier implicación política. Así, el regionalismo asturiano existe como afirmación de una historia y un perfil sociológico específicos, pero no acaba de constituirse en una fuerza o movimiento político con una amplia implantación social. En realidad, éste es el estado en el que se encuentra desde hace algo más de un siglo, cuando las tendencias regionalistas aparecieron en toda Europa con gran pujanza. Lo ponen en evidencia las encuestas y los resultados electorales. Las organizaciones políticas asturianistas son minoritarias y pugnan por hacerse ver en la arena política, donde tienen una presencia muy discontinua. Su objetivo es tener algún papel, por subalterno que sea, en el sistema de partidos de la comunidad autónoma, algo que han logrado sólo en tres legislaturas. No obstante, esta imagen panorámica podría estar siendo modificada por Foro Asturias, que se ofrece a los asturianos con varias etiquetas, y la regionalista en un lugar muy destacado, con las que ha conseguido sumar el apoyo de casi un tercio de los electores. El tiempo despejará las dudas sobre la identidad política de Foro y dirá si los asturianos con su voto van a convertir en mayoritario a un partido regionalista, algo que todavía no ha sucedido en Asturias.

La debilidad política del regionalismo asturiano es una constante histórica, motivo de frustración para unos y de conformidad para otros. Otra cuestión, bien distinta, y más apremiante, es el estado de la conciencia autonómica en Asturias. El Estado autonómico es un hecho y en su desarrollo más reciente está registrando tensiones centrífugas muy fuertes, notables asimetrías, desequilibrios internos, y todo ello sin que disponga de una instancia multilateral de representación política, deliberación y orientación del conjunto, como podría ser el actual Senado transformado en Cámara de las Autonomías.

La conciencia autonómica en Asturias se ha desarrollado más que el regionalismo político, de una manera igualmente irregular y dubitativa, y acusa debilidades importantes. Una radica en que Asturias no ha definido con precisión su lugar en el complejo y variable Estado autonómico. Las Autonomías más avanzadas practican lo que podríamos llamar una geopolítica, que Asturias no tiene diseñada. En estos días, los alcaldes de las doce principales ciudades mediterráneas se han reunido para reclamar la prioridad del eje costero que promueven. El encuentro fue, implícitamente, una respuesta a las comunidades de Madrid, Aragón y Castilla-La Mancha, que se coordinan desde hace algún tiempo para desarrollar el eje central. Asturias es una comunidad uniprovincial, de tamaño más bien pequeño, y necesita concertar con otras Autonomías objetivos estratégicos de desarrollo y criterios de actuación concurrentes en relación con el Estado autonómico, su financiación y la distribución de poder institucional y simbólico.

Por otro lado, los asturianos no hemos obtenido unos rendimientos satisfactorios de las instituciones autonómicas a la hora de resolver nuestros grandes problemas, en particular los económicos. Para empezar, la comunidad autónoma no dispone de una agenda pública donde figuren los mayores desafíos en los que concentrar nuestros esfuerzos. Y esa agenda no existe porque no hablamos las cosas ni tomamos las decisiones de la forma adecuada. La consecuencia es que cada gobierno que se forma se muestra ufano de reinventar la realidad asturiana, cambiar por completo el orden de las prioridades de todos y dar la vuelta a lo hecho por gobiernos anteriores.

En tercer lugar, el tamaño de Asturias posibilita la introducción de innovaciones en la organización territorial de la Comunidad y en el proceso de adopción de decisiones políticas, que aumentaría la calidad de la democracia en nuestra región, pero sea por desconocimiento o por falta de empeño, el hecho es que han sido exploradas con excesiva timidez y, en consecuencia, sin resultados visibles.

En este punto al que han llegado el proceso autonómico en España y la conciencia autonómica en Asturias, no estaría de más retomar el planteamiento de la cuestión que Pedro de Silva expuso en una Memoria que entregó a Felipe González en 1986. De forma precisa y en los términos que más convienen a Asturias, el argumento principal de su discurso está resumido en el siguiente párrafo: «Frente a la erupción nacionalista ¿qué cabe? Cabe que el Estado disponga cada vez con mayor nitidez de su propia teoría de transformación del poder y la administre y la practique con perseverancia. Cabe que la igualdad sustancial de niveles competenciales vaya trascendiendo del discurso político a la práctica autonómica, cabe que el acento del proceso se desplace realmente a las ideas de eficiencia, racionalidad, servicio, agilidad, reparto del poder, proximidad de éste a los ciudadanos...»

Asturias no tiene un nacionalismo o regionalismo político fuerte, ni débil casi, pero eso no impide, sino al contrario, hace recomendable, pensar el Estado autonómico de otro modo. La autonomía política es la herramienta específica de que disponemos los asturianos para resolver el futuro. Pero da la impresión de que aún no nos hemos dado cuenta de ello. Deberíamos preguntarnos si nuestra prioridad hoy es desarrollar una conciencia política regionalista o madurar la autonómica.