Avilés, J. MORÁN

El veterano sacerdote Ángel Garralda, de 87 años, relata en esta segunda entrega de «Memorias» sus vivencias en la Universidad de Comillas y su llegada a Asturias.

l Entre mártires. «Me crié entre mártires; aparte de mi antepasado, fray Lorenzo, cuando de niño venía de vacaciones a Tremañes, en Gijón, nos daba catecismo el padre Emilio Martínez, jesuita, al que mataron en 1934 en Ujo, junto al hermano Arconada. Fui a estudiar a Comillas llevando su estampa. Y luego, más mártires, como mi profesor de Latín en Comillas, y así sucesivamente. Y años más tarde me encuentro con que me toca escribir el libro "La persecución religiosa del clero en Asturias, 1934 y 1936-1937", porque si no lo escribo yo, no lo escribe nadie. Visité a todos los curas de Asturias que habían padecido la guerra y la persecución y tomé datos de muchos mártires. Cuando terminó la guerra en el frente norte, volví a Comillas inmediatamente, en octubre del 37. Como la Universidad había estado en zona roja, allí se habían guarecido los mineros de Barruelo, Palencia, así que estaba todo patas arriba, pero seguimos normalmente el curso. Avanzaban las tropas nacionales hasta que se liberó Barcelona, o hasta que en Castellón llegaron a Vinaroz, al mar. Y teníamos fiesta en el Seminario, con la alegría de que aquello avanzaba y de que se terminaba la guerra».

l Tentaciones de jesuita. «Estuve en Comillas desde los 11 años hasta los 27, dieciséis años en total: seis de Humanidades, tres de Filosofía, cuatro de Teología, dos de Derecho Canónico, y uno con los rojos. Tengo un gratísimo recuerdo de la juventud pasada allí. Admiraba a aquella Compañía de Jesús y a veces tenía tentaciones de hacerme jesuita. Mi madre, que siguió de maestra en Corrales de Buelna, Cantabria, hasta su jubilación, hacia 1953, pagaba mis estudios y los de mi hermano Nazario en Comillas. Y parte de nuestra carrera la pagó también doña Carmen Polo de Franco, porque mi madre había sido maestra particular suya en Oviedo. El padre Salaverri le mandó una carta a Carmen Polo hablándole de los dos hermanos. Éramos muy queridos en Comillas. En una ocasión, el rector, el padre Baeza, nos propuso que interrumpiésemos la carrera para ser profesores de Latín en el Seminario Menor. Yo no acepté y mi hermano sí lo hizo».

l Documento en caja fuerte. «En Comillas conocí al desgraciado de Marcial Maciel, que llega en esos años con sus seminaristas, con los que iba a fundar la Legión de Cristo. En principio, él llamaba la atención: un cura joven, de buena presencia, y con unos niños que vinieron en el barco "Marqués de Comillas" y que se instalaron en un edifico del pueblo. Subían a las clases a Comillas, en su guagua. Se observó que este hombre, con su ascendiente y poderío y ese atractivo que tenía, enganchaba a alumnos muy buenos de Comillas para llevárselos a su grupo. Enganchó a una serie de ellos, todos conocidos míos. Han muerto ya o puede que queden uno o dos, como Gregorio López, que era hijo de un médico y al que traté repetidas veces, también en Roma y en México. Y otro de los seminaristas de Comillas que se fue con Maciel era un gran amigo mío, Rafael Cuena, que fue el primer cura que se ordenó en la Legión. Rafael se fue a México, pero se salió enseguida de la congregación. ¿Qué vio? Algunas cosas me contó y por eso sé algo del asunto. Supe que después de dejar la Legión le perseguían porque no querían que dijera nada de lo que sabía, porque para salirse tuvo que haber motivos muy graves. Rafael Cuena escribió un documento en el que, seguro, denunciaba todo lo que había visto, y ese documento sé que lo tenía en una caja fuerte su hermano abogado, que también había sido alumno de Comillas. Con los dos hermanos, estando en Comillas, iba yo a su casa de vacaciones. Antes de que estallara todo el escándalo de Maciel, fui a ver a este abogado con otro comillés. Nuestra intención era salvaguardar aquel documento, para que no cayera en cualquier mano, y porque lo que tenían que haber hecho era mandarlo a Roma. Pero el documento siguió en la caja fuerte y después de fallecer este abogado, hace dos años, volvimos a ver a la viuda para ver qué había pasado con ese documento. La viuda nos dijo que su hermana y ella habían convenido en hacerlo desaparecer. Nuestra intención en ese momento era que se lo hubieran entregado al obispo Ricardo Blázquez, que entonces era comisario de la Legión, nombrado por el Papa».

l Runrún de drogas. «Volviendo a Comillas, nosotros veíamos que Maciel confesaba a sus chicos seminaristas, lo cual era un fenómeno extraño: era su superior y, al mismo tiempo, su confesor. Y no me olvido de que había el runrún de que él se drogaba. Creo que en una ocasión quiso confesarse para obtener el sigilo sacramental, pero no lo logró. Consta que sobre todos aquellos sucesos Comillas hizo su denuncia correspondiente a Roma, pero no sé con qué grado de efectividad. Pero lo que sí es cierto es que los Jesuitas consiguieron a tiempo que Maciel no viviera en Comillas, y se fue a Cóbreces, y después a Ontaneda. Yo había tratado en ocasiones a Maciel en Comillas y siendo más tarde coadjutor en San Juan el Real de Oviedo, él paso por allí con unos chavalinos a decir misa. Y vi el poco aprecio que me hacía, ya fuera porque conmigo no había conseguido nada (por ejemplo, el ingreso en su congregación), ya fuera porque él tenía prisa o por lo que fuera. Seguro que vino a pedir dinero a alguien de Oviedo, porque eso se le daba muy bien y consiguió fortunas».

l Valentía de Ratzinger. «No me cabe en la cabeza cómo Roma no resolvió el problema de Maciel con más anticipación. El castigo que le impuso Benedicto XVI me gusta muchísimo, porque le quita de en medio y le dice que vaya a hacer penitencia hasta el fin de sus días. Y la Iglesia sigue siendo madre y quiere salvar esa obra, la Legión, porque en ella hay mucha gente inocente y de muy buena fe, y muy buenos sacerdotes. Maciel engañó totalmente a Juan Pablo II, porque fue el que le preparó los viajes a México, con un éxito rotundo. Y Juan Pablo II, en su engaño, lo nombra educador de la juventud. Pero se ha notado la valentía de Ratzinger, no sólo en este caso, sino contra la pederastia en Irlanda o Estado Unidos. Este Papa se atreve a barrer la basura de la Iglesia; es de una valentía indiscutible».

l Incardinado en Asturias. «En 1949 me ordenó sacerdote Lauzurica, que ya era obispo de Oviedo. Me incardiné en la diócesis de Pamplona y pedí seguir estudiando dos años más en Comillas, para hacer Derecho Canónico, con el padre Regatillo, al que quise muchísimo. Todavía, siempre que puedo, paso por Villagarcía de Campos, en Valladolid, donde hay una casa de la Compañía de Jesús, y lo primero que hago es ir al cementerio donde él está enterrado, junto a muchos profesores de Comillas. Yo me debo a los Jesuitas. Al terminar los estudios, en 1951, me excardino de Pamplona y me incardino en la diócesis de Oviedo porque mi madre era asturiana y, sobre todo, porque en Navarra había mucho clero; no habían matado a ningún cura en la guerra, pero en Asturias escaseaban, porque habían matado a 193. Lauzurica me destinó de profesor de Historia de la Filosofía en el Seminario y coadjutor de San Juan el Real de Oviedo».

l De la Concha y De la Peña. «Fui profesor, entre otros, de Víctor García de la Concha, que ha sido director de la Real Academia. Como Lauzurica visitaba el aula cuando cuadraba, yo tenía una gran solución con García de la Concha, porque era muy despierto, hablaba muy bien y era muy buen alumno. Tuve también de alumno a Juan Luis Ruiz de la Peña, al que llevé al Seminario. Estuvo conmigo de aspirante en San Juan, hasta que en un momento determinado me dijo que quería ser sacerdote. Su madre era una santa y sus hermanos, Nacho y Álvaro, también estuvieron conmigo. A Juan Luis quise llevarlo a Comillas, pero el rector del Seminario y Lauzurica dijeron que querían el orgullo de tener un grandísimo alumno. En todas las asignaturas del Bachillerato, que había hecho en el Hispania, Ruiz de la Peña había sacado matrícula. Fue un gran alumno del Seminario y luego fue a estudiar a Roma. Hizo dos carreras: Música y Teología, y brilló mas por la Teología, con todas sus publicaciones, que siempre me enviaba. En 1996, estuve con él en sus últimos momentos y lloré amargamente en la ventana del Centro Médico porque veía que se nos iba. Era muy joven. Escribí una página en su memoria en LA NUEVA ESPAÑA».

Mañana, tercera entrega: Ángel Garralda