LA NUEVA ESPAÑA, para conceder esta distinción, tiene en cuenta, sobre todo, una trayectoria, es decir, unos méritos acumulados, pero, con un criterio periodístico, se apoya en un hecho que la ha puesto especialmente de relieve en un momento dado. En el caso de Arturo Álvarez-Buylla Roces, un científico de fama internacional desde hace muchos años, pese a su juventud, el hecho, «la percha», que decimos en nuestra jerga, fue su designación como premio «Príncipe de Asturias» en unión del investigador estadounidense Joseph Altman y el italiano Giacomo Rizzolatti por sus investigaciones en neurobiología, una rama de la ciencia que trata de responder a un reto como el aumento de las enfermedades neurodegenerativas -alzhéimer, párkinson, etcétera- que se está volviendo cada vez más acuciante con el aumento de la esperanza de vida del ser humano. Arturo Álvarez-Buylla sigue así el camino, sin duda glorioso, que inició Santiago Ramón y Cajal hace más de cien años.

Una vez más se pone de manifiesto que, si se puede superar a los gigantes es porque, subiéndose a sus espaldas, se puede ver más lejos de lo que ellos pudieron. Tal como recordaba nuestro galardonado en una entrevista que LA NUEVA ESPAÑA publicó el pasado martes, Cajal, que estableció certeramente que el sistema nervioso no se regeneraba en nuevas células, no llegó a percibir que hay unas células, las gliales, que son progenitoras de nuevas neuronas que pueden migrar en cadena a diferentes zonas del cerebro, mecanismo de regeneración que es conocido como neurogénesis. Arturo Álvarez-Buylla, licenciado en Investigación Biomédica por la Universidad Nacional Autónoma de México, doctorado en la Universidad Rockefeller de Nueva York, en la que ejerció la docencia y en la actualidad profesor de Anatomía y Neurocirugía en la Universidad de California en San Francisco, es uno de los científicos que han contribuido al avance de esa nueva rama científica, absolutamente de vanguardia, que trata de desvelar el mecanismo de regeneración de neuronas en cerebros adultos. Como él mismo dice muy gráficamente, se ha hallado así una nueva veta en la que se espera encontrar mucho oro. No hace falta añadir que ese oro que se traducirá en conocimiento y salud cotiza hoy en esperanza.

Los periódicos están al servicio de la sociedad y deben asumir sus valores y promoverlos desde una jerarquización adecuada. En LA NUEVA ESPAÑA, estimulados por pertenecer a la tierra de científicos tan ilustres como Severo Ochoa o Francisco Grande Covián, siempre hemos estado convencidos de que la investigación es fundamental para el progreso de la Humanidad y hemos procurado ser coherentes con esa convicción. El primer «Asturiano del mes», en 1996, fue concedido precisamente a una investigadora, Margarita Salas, y desde entonces han sido muchos los científicos a los que hemos tratado de rendir homenaje de la forma que consideramos más adecuada: proponiéndolos como modelos ante sus paisanos.

Para otorgar nuestra distinción hemos utilizado el concepto «asturiano» con la generosa amplitud que es usual en esta región, en la que no se miran las credenciales administrativas, sino el sentimiento de pertenencia, que muchas veces es ajeno al lugar de nacimiento. Para nosotros son tan asturianos los nacidos aquí como los que han venido a enriquecernos. Y tanto los de dentro como los de afuera, pues es sabido que Asturias se desdobla en dos: la interior y la exterior. Esta última, la más entrañable, es la de la emigración, que en los peores momentos, hoy por fortuna superados -y esperamos que para siempre- tuvo una vertiente particularmente dolorosa, la del exilio.

Arturo Álvarez-Buylla Roces, nieto de una víctima de la Guerra Civil, Arturo Álvarez-Buylla Godino, fusilado por defender la legalidad republicana frente al alzamiento militar de 1936, e hijo de un exiliado, Ramón Álvarez-Buylla Aldama, ilustre fisiólogo, y nieto de un exiliado, Wenceslao Roces, intelectual destacado y político comprometido, es mexicano de nacimiento, crianza y formación como consecuencia del desgarro producido por una atroz guerra civil. Pero en su caso exilio no equivalió a extrañamiento, pues, como ha repetido infinidad de veces, siempre se ha sentido en conexión con Asturias a través de su familia. Con nuestro modesto reconocimiento nos gustaría contribuir a reforzar esa vinculación.