Obispo de San Marcos, en Guatemala

Oviedo, J. MORÁN

Acaba de recibir el premio «Pacem in Terris», otorgado desde 1964 a personalidades como John F. Kennedy, Martin Luther King, Helder Cámara, Teresa de Calcuta o Lech Walesa. Su labor social y humanitaria, que incluso le ha costado amenazas de muerte, hizo acreedor de este galardón al obispo Álvaro Ramazzini, de la diócesis de San Marcos, en Guatemala, país con el que la diócesis de Oviedo colaboró años atrás, cuando los misioneros César Rodríguez, Marcelino Montoto, José María Orviz y José Antonio Álvarez trabajaron en el departamento del Quiché. Lo hicieron desde 1977 hasta 1980, cuando el nivel de violencia de la guerra civil guatemalteca les impidió seguir con su labor.

Aquella guerra duró treinta y seis años, de 1960 a 1996, y el obispo Ramazzini participó finalmente en los Acuerdos de Paz de Guatemala. Nacido en 1947, y miembro de la cuarta generación de una familia italiana afincada en el país centroamericano, Álvaro Leonel Ramazzini Imeri fue nombrado obispo en 1988. Pasa unos días en Asturias, invitado por la Semana Solidaria de Mieres, el Comité Oscar Romero y diversas comunidades de base de la región.

-Estudia en la Universidad Gregoriana de Roma ¿Iba para profesor?

-Me mandaron a estudiar Derecho Canónico, aunque me interesaba más la Teología Moral. Después fui profesor y rector del Seminario de Guatemala, pero lo que quise siempre fue ser párroco. Sólo lo fui un año antes de ser nombrado obispo por Juan Pablo II.

-Le llaman «obispo social», pero ¿quedan obispos sociales?

-Si por ello entendemos obispos que queremos llevar adelante la opción preferencial por los pobres y hacer entender a las comunidades católicas que no se puede ser cristiano sin involucrarnos en una transformación de la realidad, yo creo que en América Latina hay muchos que estamos tratando de hacer eso.

-Pero el pontificado de Juan Pablo II fue un esfuerzo por separar pastoral y política.

-Sin embargo, el magisterio de Juan Pablo II es intenso, con tres grandes encíclicas sociales. Tal vez se hace esa apreciación de Juan Pablo II porque en cierto país, Perú, hubo nombramientos abundantes de obispos del Opus Dei. O también porque en su pontificado mostró una cierta mayor preferencia hacia algunos sectores de la Iglesia como, por ejemplo, los neocatecumenales, que al inicio no se han involucrado fuertemente en acciones de tipo social; o los Legionarios de Cristo, que tenían fama de dirigirse a las élites; o el Opus Dei. Pero el magisterio social de Juan Pablo II es lo que nos está permitiendo decir a muchos: «Miren, las cosas son así».

-¿Por qué el proceso de beatificación de Oscar Romero va lento?

-Hace dos años participé en el aniversario de su asesinato y hubo una intervención de quien lleva adelante el proceso. Nos indicó que había personas en el Vaticano opuestas a que el asesinato de Romero fuera considerado un martirio. Entonces trataron de cambiar los motivos de que fuera declarado santo y esto hizo que poco a poco se fuera complicando el proceso.

-¿Beatificarlo no sería señalar un camino peligroso?

-En América Latina todavía persiste la idea de que defender la justicia social desde el Evangelio es defender el marxismo. No es así. Romero es un hombre que habla desde el Evangelio y hace sus opciones políticas en el sentido de buscar el bien común. Eso le lleva a decir frases muy fuertes, como las que pronuncia contra al Ejército salvadoreño.

-Originariamente, Romero era conservador.

-Le conocí cuando él era obispo auxiliar de San Salvador, y ésa era la percepción que yo tenía. Después, hay un cambio radical en él por el contacto con la realidad. No puede ser de otra manera: si el pastor ve la realidad de las ovejas a las que sirve y se da cuenta del sufrimiento y del dolor, no puede actuar de otra manera más que siendo solidario en un sentido profundo.

-¿Un cambio de mentalidad?

-Mi experiencia es que nací y viví en Ciudad de Guatemala y siempre traté de mantener una cierta relación con el área rural porque también mi padre era campesino. Pero cuando llegué a San Marcos y comencé a conocer la realidad, eso me cambió totalmente. Para cambiar la mentalidad y ponerse del lado de la gente empobrecida uno tiene que hacer la experiencia de esta gente empobrecida. Normalmente nosotros no hemos tenido esa experiencia, aunque vengamos de familias empobrecidas. Puedo decir que son pocos los días en mi vida que he padecido hambre. En casa no teníamos lujos y nos compraban un par de zapatos cada mucho tiempo. Pero los niveles de pobreza que yo encontré en los hijos de los campesinos de San Marcos, y en los hijos de los indígenas que bajan a cortar café, en la falta de acceso a la educación, en los gravísimos problemas de desnutrición infantil... San Marcos me abrió lo ojos y me tocó el corazón.

-Un obispo guatemalteco, Juan Gerardi, también fue asesinado en 1998.

-Le lapidaron y recientemente se ha descubierto que le dejaron asfixiarse en su propia sangre, antes de rematarle en la cabeza. Él promovió el proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica de la violencia en Guatemala: causas, efectos, víctimas, metodología de la violencia. En las diócesis hicimos ese trabajo de investigación a través de entrevistas con las víctimas. Dio como resultado los cuatro volúmenes del documento «Guatemala, nunca más». Dos días después de su presentación, Gerardi fue asesinado.

-¿Qué decía el documento?

-La mayoría de violaciones de derechos humanos fueron por miembros del Ejército, y la responsabilidad de las facciones guerrilleras había sido bastante mínima, en comparación.

-Con el apoyo de EE UU.

-Y también con la presencia de asesores israelíes y taiwaneses. Guatemala siempre ha tenido buenas relaciones con Israel. Su voto favoreció la creación del Estado de Israel, en 1948. Hay una comunidad judía fuerte en Guatemala.

-Ha recibido amenazas de muerte.

-En dos ocasiones. En una de ellas, a una persona involucrada en el caso de Gerardi le ofrecieron 50.000 dólares si me mataba. Le dieron fotografías mías e información. Pero esta persona lo denunció en la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado. Dijo que personas del Ejército le habían hecho la oferta.

-¿Usted cómo molesta al Ejército?

-No me consta que las amenazas vengan de la cúpula militar, con la que siempre he tenido comunicación. Creo que es más bien de algún sector intermedio al que no le agrada que yo tenga la fama de haber apoyado la guerrilla, cosa que nunca fue así. Es cierto que siendo ya obispo recibí a un soldado herido al que la guerrilla había curado.

-¿Se ve respaldado por Roma?

-Una persona que desde la Santa Sede siempre me ha mostrado su apoyo es el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Levada. También porque fue arzobispo de San Francisco y tengo familia en esa ciudad.

-¿Alguna vez le han dicho que sea más complaciente?

-Una vez me lo dijo uno de los nuncios: «Es mejor que bajes el perfil». Juzgo que lo que hago lo debo hacer y es a mi conciencia y a Dios a quien tengo que dar cuentas.