Oviedo, Javier CUERVO

Rafael Anes y Álvarez de Castrillón (Trelles, Coaña, 1941) acaba de ser jubilado de la Universidad de Oviedo, donde ocupaba la cátedra de Historia e Instituciones Económicas y Empresariales. Hizo la primera parte de su carrera en Madrid, en el servicio de estudios del Banco de España y en la Universidad Autónoma. Regresó a Asturias en el equipo fundador de la Facultad de Económicas. Ha estudiado la banca y los ferrocarriles españoles y la banca asturiana, la emigración y la industrialización en Asturias. Está casado y tiene dos hijos.

-Le tocó una facultad en la que ya había inquietud política.

-Muy grande. La oposición estaba en la Federación Universitaria Democrática Española (FUDE), que era el Partido Comunista, con prosoviéticos y prochinos. No estuve en la plantilla de ninguno y en las manifestaciones procuraba colocarme lejos de los caballos. Se iba a clase con el «Informaciones», a veces tapando el «Marca». Veíamos cine de arte y ensayo y leíamos autores hispanoamericanos.

-Entonces ustedes acababan la carrera y conseguían trabajo.

-Tuve una oferta para entrar en Renfe, dentro del aparato administrativo, y al mismo tiempo, en el servicio de estudios del Banco de España. Era 1967. El Banco de España era el no va más por cualificación y por medios para trabajar, aunque no era el sitio que mejor pagaba. Dirigido por Gabriel Tortella, desde fuera, y por Pedro Schwartz, desde dentro, empecé con Carlos Fernández Pulgar la «Historia de la banca española». Nos llevó cuatro años largos. Me quedé con la historia del Banco de España desde 1856 a 1920, un trabajo que luego preparé como tesis doctoral, que defendí en julio de 1974.

-Le atraía la historia.

-Y me atrae. Era profesor ayudante de Schwartz en Historia de las Doctrinas Económicas y vi que para eso tenía que saber historia económica. Cuando preparábamos la «Historia de la banca española» no teníamos fondos documentales. El Banco de España fue un banco privado hasta 1962 y conservaba su propia documentación, pero hasta entonces la inspección la controlaban otros organismos. Había que saber qué bancos había habido, qué vida habían tenido y acceder a los balances posibles e interpretarlos, en lo que nos ayudaban los especialistas del centro de estudios. Teníamos que buscar en la «Gaceta» de Madrid, lo que hoy es el BOE, y luego las actas de constitución, más toda la información ya escrita sobre la banca en general, que no era mucho. Por cierto, del Banco de España se decía a mediados del XIX que su capital no era el que debía ser. Eso hoy suena.

-¿Cómo entró en la docencia, donde cumplió ahora 44 años?

-Cuando estaba trabajando en la «Historia de la banca española» se creó la Universidad Autónoma de Madrid, a la que en 1968 fue de catedrático de Historia Miguel Artola para la Facultad de Filosofía y Letras. Yo pensaba hacer el doctorado y me llamaba la atención la época del final del reinado de Fernando VII y comienzo del de Isabel II, que había habido un cambio en la vida política y económica fundamental: se pasa de la monarquía absoluta a la constitucional, y eso iba acompañado de un sistema económico de mercado. Artola era un gran conocedor de esa época y le pedí audiencia para consultarle. El día que me recibió estaba muy preocupado porque le acababan de comunicar que tenía dos grupos más de los previstos y carecía de profesores para ello. No hablamos de mi asunto y yo salí de allí para empezar a darle clase de Historia de España a uno de esos grupos al día siguiente.

-Eso es estar en el lugar adecuado en el momento preciso.

-Eso es empezar una profesión improvisando. Pedí el programa, pregunté cuál era la bibliografía para cada tema y los iba preparando. Decía a los alumnos que mi ventaja sobre ellos era que yo sólo tenía una asignatura que preparar. Era una historia general de España, desde los visigodos hasta aquel final del franquismo, pero con un gran peso socioeconómico. He terminado mi vida académica como profesor con una asignatura muy parecida, Historia Económico-Social de España.

-En 1974 publicó «Historia de la Banca Española».

-A continuación empezamos una historia de los ferrocarriles españoles hasta 1930. La dirigía, desde fuera, Miguel Artola. Yo ya estaba de titular dentro del departamento de historiadores del Banco. Acabamos ese trabajo en 1978, año en que pedí la excedencia. En el centro de estudios coincidí con Miguel Boyer y Carlos Solchaga, que había sido compañero de curso.

-Pidió la excedencia para venir a Oviedo. ¿Por qué?

-Al crearse la facultad en la Universidad de Oviedo me reclamó Luis Carlón, decano comisario, al que Aurelio Menéndez había encomendado que la pusiera en marcha. Le presté toda mi colaboración. Esto era 1976. Comencé a dar clases.

-¿Conocía a Carlón?

-No. Le había hablado de mí el historiador Josep Fontana. Atendí la demanda de la tierra. Eso no suponía venir para quedarse, pero luego crearon la plaza de agregado y me sentí obligado a concurrir. Firmé la oposición, la gané y una vez ganada habría sido una fechoría no tomar posesión de ella o tomar posesión y volver a Madrid. Pedí la excedencia en el Banco de España con gran asombro de muchos y gran dolor por mi parte.

-Nos hemos dejado lo personal. ¿Cuándo se casó?

-A los seis años de acabar la carrera. Hasta la boda, en Trelles, yo seguía viviendo en la pensión. Cuando nos casamos tuvimos nuestro primer piso pasado Ventas, cerca del barrio de la Concepción. Mi mujer y yo estábamos muy bien en Madrid, una ciudad encantadora, pero tuvimos también razones personales para dejarla. Nuestro primer hijo, Diego, murió con 2 años. Fue un golpe tremendo porque desde los primeros días de nacer, en 1975, sabíamos que se moriría.

-Qué horror. ¿Qué tenía?

-Cuando nació, en Navia, se ponía amarillo, como sucede frecuentemente con la ictericia, pero no se le quitaba. A los 20 días, un médico de Luarca nos aconsejó que nos pusiésemos en manos de expertos en Madrid. Allí en seguida le descubrieron atresia de vías exteriores extrahepáticas. Le faltaban los conductos microscópicos que llevan la bilis desde el hígado al duodeno. Hoy lo arregla un trasplante de hígado, pero entonces no tenía remedio. A partir de que supimos que estaba sentenciado luchamos por un imposible, que es algo grandioso, y por tratar de hacerlo lo más feliz posible. Fueron dos años horribles porque no hay nada en la vida más duro que la muerte de un hijo... nada. Vino a amortiguarlo que nacieron Jacobo y Gonzalo, dos gemelos muy sanotes.

-En su familia había gemelos.

-Y en la de mi mujer. Nacieron en febrero de 1978 y la oposición a la agregación fue en mayo.

-Venir a Oviedo les daba una vida a estrenar.

-Sí, y pensamos que esos niños de meses iban a tener una infancia y una juventud mucho más feliz que en Madrid, casi inhóspita para un crío. Han sido felices en esta tierra. El balance es bueno. No quisieron salir y están colocados, uno como médico en el Hospital, otro como economista especializado en banca en Cajastur. También me influyó que siempre me ha gustado mucho la enseñanza. Me siento más realizado como enseñante que como investigador.

-¿Cómo fue la vida luego?

-Me dediqué a estudios sobre Asturias, de banca, migración e industrialización, salvo la «Breve historia del pensamiento económico español», que me encomendó Miguel Artola para su enciclopedia, cien folios de los que estoy muy satisfecho.

-¿Cómo siente que le ha tratado la vida hasta ahora?

-No me quejo. He vivido muy aceptablemente. Quiero pensar que hice méritos para ello. Tengo una familia magnífica. Estoy satisfecho de mis hijos, en cuya educación Pilar llevó más peso y lo hizo muy bien. Practiqué con ellos lo que me enseñaron -libertad plena con responsabilidad máxima- y funcionó.

-Acaba de jubilarse de la Universidad. ¿Cómo lo lleva?

-Mal. Me siento en condiciones de seguir. Hay una ley del 11 de marzo de este año que posibilita seguir en el ejercicio con todos los derechos y obligaciones hasta los 75 años y yo lo solicité. Responden que la ley no está desarrollada y que no se puede aplicar. Me dicen los amigos que han pasado por este trance que es inevitable sufrir unos meses, pero que, si tienes salud, luego hay una parte muy agradable. Me empujan a que haga proyectos y me llevan a algún congreso.

-¿Tiene usted otras... no me gusta llamarlo así... aficiones?

-Ignacio Herrero de Collantes los llamaba derivativos. Tengo compromisos adquiridos de trabajos pendientes, alguna conferencia, y soy lector, ahora de suecos de género negro.