En el anticuento de hadas de Janosch «El violín mágico», Josa, el hijo de un carbonero, parte de viaje iniciático al encuentro de la Luna. Amargado por su físico, pequeño y débil, que le impide seguir la profesión de su padre, su amigo el pájaro le regala un violín mágico que hace más grande o empequeñece a los seres vivos, según se toque.

El afán de Josa es hacer crecer y menguar la Luna, pero en su camino se encuentra al rey de las colinas azules, un rey que nunca se creía lo suficientemente grande ni fuerte. Mandado capturar por el monarca y obligado a tocar ante él, Josa interpreta al revés la melodía y hace desaparecer al rey.

Hay gobernantes para los que las encuestas nunca son lo suficientemente buenas, ni los medios de comunicación lo bastante parciales. Lo quieren todo y lo quieren ya, y apelan a la magia de las urnas para acrecentar hasta el infinito su poder omnímodo, ignorantes de que el pueblo, como Josa, también puede hacerlos desaparecer.

Hasta dejarlos del tamaño del ala de una mosca.