Cansados de la campaña, los propios candidatos han comenzado ya con la anticampaña, curiosa forma de pedir el voto que, en homenaje a Nicanor Parra, propone lo contrario de lo que se pretende. Las promesas electorales se cambian, entonces, por las antipromesas. Y ahí aparece, por ejemplo, un Cascos explicando, no ya lo que va a hacer si gana las elecciones (de nuevo el cheque bebé, de nuevo la industria, otra vez las carreteras), que eso sería lo fácil, sino lo que no va a hacer si no las gana. «Si no gano las elecciones, no me marcharé a Madrid» (el entrecomillado es mío, ojo, pregúntenle a mis abogados). El anuncio, el de que se quedará en Asturias si pierde (suponemos que si gana seguirá de viaje), no me negarán que no tiene su gracia. Ahora sólo hace falta saber qué hará Cherines si pierde las elecciones, si seguir de diputada en Madrid o mirar a ver. Y, claro, qué hará Javier Fernández si no gana o si no quiere ganar o si no se presenta candidato, qué Jesús Iglesias, qué UPyD (con perdón del pareado). Lo fácil, ya digo, es pedir el voto, lo difícil es negárselo a uno mismo. «Si no me votáis...».