Quiero con este artículo rendir un sencillo y humilde homenaje al que fue mi buen amigo, José María Díaz Pevida, fallecido la pasada semana y que me acompañó durante dieciséis años en la junta directiva de Asipo, ocho de ellos como vicepresidente.

Sus méritos ya fueron reconocidos por Asipo en 1988 con la concesión de la insignia de oro de la asociación. Conocí a José María en los principios de los setenta, con motivo de la fundación de Asipo por unos cuantos empresarios asturianos, que, por aquellas fechas, asumimos el compromiso de la creación de un área empresarial de promoción privada, moderna, con todos los servicios y autónoma; hoy una realidad totalmente desarrollada y consolidada.

En aquellas maratonianas reuniones de más de cien personas muy pronto José María llamó mi atención. Sus profundos conocimientos económico-empresariales, su rigor en el análisis y exposición tranquila, su serenidad, pero, sobre todo, su saber estar.

Pero es que ya entonces José María no era lo que se dice un empresario al uso en aquellos tiempos. Intendente mercantil por la Escuela de Altos Estudios Mercantiles de Bilbao junto con su amigo y socio de Tekox Antolín Velasco Sanz. El título lo había alcanzado a base de tesón, trabajando y con evidente esfuerzo personal.

No debieron de ser nada fáciles los comienzos. Huérfano de padre y madre a los seis años, fue criado junto a sus dos hermanas, Lola y Valentina, por la familia de su abuelo Manuel, un auténtico padre para los tres. Pasada la Guerra Civil su familia de adopción resulta perdedora. No eran ciertamente buenos comienzos.

Pero el enorme tesón y empuje de José María todo lo puede. Una anécdota ocurrida cuando solo tenía catorce años revela que ya apunta una fuerte personalidad. Su biógrafo, José Enrique Mencía, lo cuenta así:

«Un vecino que era algo familia de mi abuela y que tenía fama de pendenciero y chivato -había estado primero con los rojos y más tarde con los nacionales, en la Falange- se empeñó en que mi abuelo le regara el campo con el agua de su molino y yo veía que mi abuelo no quería regar el campo pero tampoco tenía ganas de enfrentamientos». José María no pudo aguantar más y salió al encuentro del vecino. Le dijo: «Ángel, mi abuelo no quiere regar el campo, pero si usted le fuerza y pasa algo tiene que saber que yo soy un niño y aún estoy creciendo y algún día seré alto y fuerte» .

La advertencia surtió efecto: el vecino no volvió a molestar al abuelo.

Esta actuación, además de hacer patente el inmenso cariño que tenía hacia el abuelo, apuntaba dos facetas en el chaval: temple y fe en el futuro. Ambas le iban a ser muy útiles en su faceta de empresario emprendedor e innovador que pasados algunos años desarrollaría con fuerza.

Su protagonismo futuro como empresario de una pyme es sobresaliente. A partir de una tornillería vieja, obsoleta, no competitiva y operando solo en el mercado nacional, la transforma pasados algunos años en una empresa moderna, con productos y tecnología propios y competitiva mundialmente.

Para ello ha de hacer las maletas, ver lo que hay fuera. Estudiar el entorno, la competencia y, así, viaja por Alemania, Francia, Italia, Suiza, y funda Tekox en 1976, en compañía de Antolín Velasco, José Cosmen, Constante García y Manuel González.

Conviene hacer notar que cuando esto sucedía, a principios de los setenta, en Asturias todo transcurría alrededor de Ensidesa y la minería. Nadie ni por lo más remoto pensaba en salir fuera. Nadie, menos José María.

Su empresa, Tekox, es líder europeo en la fabricación de componentes para equipos de iluminación, electrodomésticos e instalaciones eléctricas de todo tipo. Produce con tecnologías y patentes propias, lo que la obliga a mantener un enorme esfuerzo de calidad y renovación constantes. Esto les ha permitido exportar a 40 países, algunos como China, Malasia, Taiwán, etcétera. El éxito ha premiado el enorme esfuerzo desplegado en Tekox, liderado bajo la batuta de José María y su equipo.

En cuanto al calificativo de señor con el que encabezo este artículo, nada mejor que reproducir aquí parte del discurso que pronuncié con motivo de la imposición de la insignia de oro de Asipo, en que dije esto:

«(...) Digo en mínima parte y digo bien y de forma absolutamente consciente. José María ha sido de los primeros llegados a Asipo, incluso llegó, creo, antes que yo, es decir, ha sido un adelantado en creer y crear Asipo. Posteriormente se afanó en ser de los primeros en edificar su empresa en el polígono para después continuar llenando el mismo de naves edificadas que resaltan, entre otras cosas, por su dignidad y buen gusto. Hace años que le pedí su personal apoyo y colaboración, que me concedió al momento sin la más mínima duda o vacilación.

»Y es entonces cuando de forma callada, casi sigilosa, José María presta a Asipo durante años todo su saber, su experiencia, su formación, su enorme capacidad de análisis, pero, sobre todo, como antes ya he dicho, José María aportó a Asipo su saber estar, su señorío natural, que ha contribuido a que Asipo tenga hoy una gran imagen entre el gran público y sea un capital muy valorado. Yo pregunto ahora: ¿Se puede pedir más de lo que José María nos ha dejado? Sinceramente, creo que no, por todo ello, en nombre de Asipo y en el mío propio, solamente te voy a decir: gracias, José María. (...)».

Hoy la empresa está gestionada por sus hijos, en particular, por José María, que ha contado con la inmensa suerte de tener durante años a un maestro excepcional, su padre.

Termino dando mi sentido pésame a su esposa, Manolita, y a sus hijos, José María, Leonardo y Alicia.

Descansa en paz, querido amigo.