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l El andamio de la Catedral. «Nací en 1941 y la imagen que desde San Lázaro vi durante toda mi infancia y juventud fue la del andamio en la catedral de Oviedo para reconstruir la torre y su aguja de piedra, destruida durante la Guerra Civil. Fue una obra larga, empezando por lo difícil de montar el propio andamio, que era un aparato del demonio y que iba bajando según iban haciendo los arreglos. Pero ya digo que toda mi niñez contempla esa torre cubierta y en reconstrucción. Tendría que buscar la frase tremenda que recogió el periodista José Antonio Cabezas, un paisano impresionante, y que cuenta en una de sus obras la anécdota que escuchó decir al tío que disparó el cañón, creo que, precisamente, desde San Lázaro. El impacto formó una nube de polvo y cuando se disipó ya no estaba la aguja. En efecto, en San Lázaro había unos cañones tremendos, en una zona de baterías cerca del cementerio, con trincheras y fortificaciones, que sería una pena que se perdieran. No les hacen mucho caso, para no variar, y es un error. ¿Por qué politizar esos temas a estas alturas? Ahora que es todo turismo también se ha inventado el turismo bélico y hay cantidad de ejemplos».

l Celebraciones de la liberación. «Y tengo cierto aprecio a esto en particular porque nosotros, de críos, jugábamos precisamente al "cerco de Oviedo", es decir, que nos dividíamos en grupos y unos cercaban y los otros defendían. Armábamos batallas entre nosotros, entre los buenos y los malos, y disparábamos y mirábamos hacia el Naranco, donde habían derribado los sanatorios durante la guerra. Y recuerdo también que una vez al año se celebraba la conmemoración de la "liberación de Oviedo" y se preparaban explosiones festivas por varios lugares del cerco. Eran bombazos con voladores como los de romería, pero grandes, y hubo una tragedia en una ocasión porque los chavales andábamos alrededor de las explosiones para ver si pillábamos algo para hacerlo explotar nosotros. Y resultó que uno de los colegas nuestros consiguió coger uno impresionante, hasta el punto de que jugó con él y le llevó dos dedos. Pero, aparte de estos recuerdos personales, insisto en que cualquier persona que quiera saber de la historia de Oviedo podría conocer lo que fue el cerco y hay una Asociación para la Recuperación de la Arquitectura Militar Asturiana que trabaja por ello».

l El tranvía número tres. «San Lázaro es mi barrio, aunque yo nací en Oviedo, en la calle Uría, en las casas del Cuitu. Pero en cuanto podía me iba a San Lázaro, donde estaba la casa de mi abuela y de mi madre. En aquellos años cuarenta, todo lo que ahora ves desde la plaza de la Catedral hasta San Lázaro eran, primero, ruinas; allí estaban las del Campillín y de la calle de Campomanes, con edificios que ya habían sido destruidos durante la Revolución de Octubre del 34, como también contaba Cabezas en sus crónicas. Y luego llegabas a la casina de mi familia en San Lázaro y todo alrededor era pueblo y más pueblo, casinas y praos y más praos. Ésa fue mi infancia, porque incluso cuando estaba estudiando en los Maristas todavía yo iba a comer a casa de la abuela. Y el verano también lo pasaba allí. Como no había pasta, había que veranear como podías y para mí, de crío, todo era San Lázaro. Despertabas por la mañana y te echabas a las calles del pueblo. Y ésa es la imagen que tengo de mi infancia, y la más cariñosa, de los juegos de crío con los demás chavales, en un ambiente popular y rural. Recuerdo que el tranvía número tres terminaba en San Lázaro y allí empezaba otro mundo, mi mundo».

l Del mercurio y del campo. «Mis padres fueron Ignacio Quintana y Amparo Pedrós. Este apellido Pedrós debe de tener cierto origen catalán, porque hubo un Pedrós, desconocido para nosotros, que fue marino mercante y murió ahogado en los tiempos de Maricastaña. En la mayoría de las familias no se conservan historias de los antepasados, y no sólo ha sido por la Guerra Civil, que, por supuesto, era un tema del que no había nada que hablar, sino por la falta de curiosidad para remontarse a los orígenes. Pero sí tenemos esa remota idea de un catalán Pedrós. Por parte de mi padre sí tengo constancia de antepasados, como mi bisabuelo Ignacio Quintana, que hacia 1840 era capataz técnico en una fundición de Mieres y especializado en mercurio, con lo cual supongo que procedía del Sur, de lugares donde había minas de dicho mineral. Fue capataz de la empresa La Unión Asturiana. Mi abuelo, al que tampoco conocí, fue Eugenio Quintana, empresario minero, del carbón, director gerente de Hulleras de Veguín y Olloniego, y de la época de Pedro Duro y aquella generación de industriales. Y mi padre, Ignacio, estaba establecido en Oviedo. Así que los Quintana vienen del origen de la industria minera y los Pedrós de San Lázaro, del campo. Mi abuela, Vicenta, que tuvo que tirar muy pronto ella sola para adelante, porque quedó viuda muy joven, tuvo en San Lázaro un bar que yo ya no llegué a conocer, pero que había sido un chigre importante».

l Sálvese quien pueda. «Cuando yo nací, el 6 de julio de 1941, mi padre seguía dedicándose a los negocios mineros, pero en la época en que todo aquello estaba desmantelándose hasta acabar en la nacionalización y en el sálvese quien pueda. Después nació Hunosa y puede que sigamos en ese mismo «sálvese quien pueda». Ya digo que estudié en el Colegio de los Maristas, que estaba en la calle de Santa Susana, enfrente del Instituto Alfonso II. Allí había estudiado también mi hermano mayor. Fuimos cuatro hermanos, por este orden: Samuel, Tita (Vicenta), Mari Carmen y yo, el pequeño, y con ciertas diferencias de edad entre nosotros. Tengo 70 años y mi hermano mayor tiene unos 84, pero está como un cañón. Siempre me troncho con él porque, como yo tuve un buen accidente, el del ictus, con el que podía haber palmado perfectamente, siempre le recuerdo que cuando enterramos al tío Ceferino yo le dije: «Samuel, han terminado nuestros mayores y ahora iremos yendo nosotros». Luego, más adelante, cuando murió mi hermana Tita, más joven que Samuel, y yo estuve tan cerca de palmar, le dije: "Oye, a ver si vamos por orden"».

l Menos Oeste y más Quijote. «Con los Maristas fueron diez años de mi historia, desde la Primaria a los siete del Bachillerato. Y es curioso porque he cumplido diez años desde el ictus y llegas a la conclusión de que esta última década ha pasado volando, pero, claro, fueron diez años como aquellos de mi infancia y adolescencia. Es un mundo entero, un tiempo que te parece infinito, en el que tuve que empezar de cero, aprendiendo de nuevo a hablar y a escribir y haciendo palotes, con una profesora. De los diez años con los Maristas, aunque no se sacara mucho jugo, tengo que resaltar aquellos pocos profesores laicos que había en el colegio. Por ejemplo, Martínez Cachero. Ahora lo miro con perspectiva y me digo: "¡Cachero, Dios mío, qué personaje como profesor!". Y no digamos otro que era Manolo Avello, el periodista, que era un tipo impresionante y nos tronchábamos con él. Cuando después se ha hablado tanto de que era un tipo bien simpático, eso ya lo habíamos descubierto nosotros de críos. Era profesor de Literatura o de Formación del Espíritu Nacional, y en sus clases siempre había hueco para alguna broma; incluso, nos ayudaba a ponerle motes a los frailes. Era absolutamente genial, al igual que Cachero, aunque éste tenía otro estilo como profesor, pero siempre me acordaré de aquello que tanto nos decía: "Menos novelas del Oeste y más Quijote"».

l Inquietudes religiosas. «Era la época en la que empiezas a funcionar y a salir a flote como podías. Conseguías lecturas, muy escasas si no tenías biblioteca en casa o en el colegio. Ir rompiendo como joven era difícil. Las inquietudes religiosas eran las que predominaban en aquella época, en aquel Oviedín de los años cuarenta y cincuenta. Luego te ligabas a la Acción Católica en los mismos Maristas; empezabas de aspirante y luego salías de la juventud estudiantil. Y la inquietud que se iniciaba como una cuestión religiosa pasaba luego a ser social y al final lo fue política. Y siempre la inquietud surgía por ahí, porque hasta los propios religiosos de los Maristas que se metían a animar a los chavales eran los frailes más inquietos entre ellos mismos. Estas cosas las explicas ahora a los jóvenes y nos las entienden, te miran de largo; pues sí, entonces había que salir a flote así».

l De Mayo del 62. «Siempre he dicho que mi generación, más que de Mayo del 68 es de Mayo del 62, el año de la gran huelga en Asturias. Estamos celebrando sus aniversarios y todos pensaban que aquello era una cosa de las izquierdas, pero llegó a serlo de todo. Recuerdo que en la Facultad de Derecho hicimos una colecta y fuimos a llevar el dinero a las familias de los mineros. Nos pilló Claudio Ramos, el jefe de la Brigada Político Social, pero no fue un problema demasiado grave. Aquello era de izquierdas o de derechas, o de lo que pudieras, porque en el caso concreto del 62 ya estabas implicado en el tema religioso por la Acción Católica y con contacto con la JOC (Juventud Obrera Católica); y luego te metías por las historias más ligadas al movimiento obrero, y cuando llegas a ese punto estás organizado, entre comillas. Y la huelga del 62 fue el hachazo fuerte, con el que empezabas a hacerte rojo. Todavía había poca organización política, pero básicamente te organizabas. Cuando empieza lo del 62, los papeles que lanzaba el Partido Comunista todavía hablaban de la OSO, la Oposición Sindical Obrera. Los grupos sindicales que empezaron a organizarse se iniciaban con reivindicaciones económicas; las huelgas nacen con un contenido básicamente económico y el que las convertía en políticas era el propio régimen franquista. Lo que se defendía en la huelga era el propio salario, y se atacaba el atraso económico, la inseguridad de los accidentes mineros y con todo eso iban ligando los históricos comunistas o socialistas».

l Una beca por Ignacio de la Concha. «Estudié los tres primeros años de la carrera de Derecho en la Universidad de Oviedo y después conseguí una beca para continuar cuarto y quinto en Madrid, donde comienzo en el curso 1962-1963, cuando acababan de pasar las huelgas. En Oviedo, en la Universidad estaba Juan Cueto, por ejemplo, o el actor Carlos Álvarez, un año mayor que yo. Había actividades, algunas en el propio SEU, el Sindicato de Estudiantes Universitarios, el oficial y único. La gente que quería o sabía hacer cosas, como el teatro, las hacía en el SEU o donde fuera. El caso es que ibas a una obra de teatro en la Caja de Ahorros, por ejemplo, y aquella actividad era importantísima para nosotros. Y mi paso a Madrid fue verdaderamente ansiado; era salir del agujero. Conseguí la beca a través de un catedrático nuestro, Ignacio de la Concha, ligado a la Democracia Cristiana y de la tendencia de Joaquín Ruiz Jiménez. La beca era para la llamada Escuela de Ciudadanía Cristiana, un organismo creado entonces en el Colegio Mayor Pío XII, de la Asociación de Propagandistas. Ignacio de la Concha nos apreciaba a los "progres" de entonces y con él siempre tuvimos buena relación. Era famoso por las excursiones de contenido histórico que organizaba como catedrático de Historia del Derecho».

l Fusilamiento de Grimau. «De ese modo llegué a Madrid en el verano de 1962 y ya conecté con organizaciones políticas. Me interesaba en particular tomar contacto con un partido novedoso, el Frente de Liberación Popular, el FLP, conocido como el "Felipe". Nada más llegar ya estaba metido y también en el movimiento estudiantil de la FUDE (Federación Universitaria Democrática Española), el primer sindicato democrático de la Universidad, el primer tinglado que se montó independiente y alternativo al SEU. En la FUDE me encuentro con Javier Solana, con Carlos Romero, con Fernando López Agudín o con Rodrigo Uría, entre otros. Y en el "Felipe" coincido con José Luis Zárraga, que había sido compañero mío en los Maristas de Oviedo. Entrar en el "Felipe" fue algo que hice porque me impresionó mucho el fusilamiento de Julián Grimau. El "Felipe" llevaba funcionando desde los años cincuenta y tantos, pero en 1962 fue cuando casi lo destrozaron a base de detenciones policiales. Concretamente, la Policía empezó aquella operación también por aquí, en Asturias, en El Entrego, donde se había organizado una asociación de abogados laboralistas. Es decir, que el origen del "Felipe" en Asturias había estado en El Entrego y recuerdo que Nicolás Sartorius estuvo de abogado en las Cuencas. Más tarde ya pasó al Partido Comunista y también fue líder de Comisiones Obreras, que había nacido, como su nombre indica, como comisiones de trabajadores que se reunían para negociar con los patronos, hasta que llegó a organizarse como tal sindicato. En Madrid, el "Felipe" empezó a ligarse con la Universidad y ése fue su comienzo. Después del golpe que le asestan en 1962, cuando nos incorporamos nosotros aquello estaba solitario, de modo que casi fuimos nosotros, de nuevo, los primeros que se movían en Madrid con el FLP. Luego se recuperó rápidamente con gente de la Universidad y empezó a reconstruirse, a la vez que existía con más fuerza en Cataluña, en Barcelona y en la parte del País Vasco».

l Radicalización tras el 68. «Y, finalmente, el FLP ya fue prácticamente desmontado "legalmente" por nosotros mismos a partir del 68, porque la gente comenzaba a elegir otras opciones. Aquel proceso tuvo que ver con Mayo del 68, ya que se radicalizó la actividad política. El "Felipe" era un partido de una tendencia de gente muy concreta, universitaria (aunque no son tantos como dicen de sí mismos los que pasaron por el FLP), y ya digo que tras el 68 se radicalizó la gente por un lado y por el otro; unos, en línea con los movimientos fuertes que existían a la extrema izquierda, y otros, que ya preferíamos entrar en el Partido Comunista, o los que buscaban el Partido Socialista y no lo encontraban, porque ése era su problema inicial. Hice las milicias universitarias en Monte La Reina, donde coincidí con Carlos Romero, que después sería ministro del PSOE, y con Felipe González. Curiosamente, a nuestra compañía se la llamaba "La Internacional". Y luego pude irme a París. Pero antes, mientras estaba en Madrid, venía a Asturias con frecuencia y andaba con la gente del "Felipe" de aquí, en los años 62 y 63. En el 65 fue cuando me marché a París, hasta el 67, y al regresar de nuevo a Asturias volvía a la actividad del "Felipe", con gente de la Universidad o del movimiento obrero, por ejemplo, con José Antonio Casal, "Pity", que procedía de la HOAC, Hermandad Obrera de Acción Católica. Ésta era la prueba de que pasamos por una evolución muy semejante, aunque uno fuera estudiante y otro obrero, pero, en definitiva, siempre procedíamos o coincidíamos después en las mismas historias. En el curso 1967-1968 regresé a Madrid y dejamos el "Felipe" montado aquí, pero fue el momento en el que se desmontó a partir de la movida de París del 68».

l Beca de Jean Louis Simonet. «Y durante mi etapa anterior en París es cuando entro en contacto con la editorial Ruedo Ibérico, de la que después nacerían "Los cuadernos del Ruedo Ibérico". A Francia pude irme gracias a otra beca, muy interesante, de un francés, Jean Louis Simonet, un republicano con una visión absoluta sobre el progreso que debía darse en España hacia la democracia, que tendría que llegar más pronto o más tarde. Simonet amaba a España y era buen conocedor de su historia y de su etapa republicana. Era un alto funcionario que logró crear una línea de becas para españoles que se llamaba ASTEF. Nos llegaba noticia de que existía aquello gracias a los contactos políticos y lo cogías al vuelo. Gracias a esa beca pude pasar un par de años estudiando en París y trabajando».

Segunda entrega, mañana, lunes: Siglo XXI y movimiento vecinal