De artimaña en artimaña, de enredo en enredo. El presidente del Principado, Francisco Álvarez-Cascos, ha cogido marcha y ha acabado circunscribiendo su gestión, su actividad al frente del Ejecutivo autonómico, a poner en marcha todo tipo de maniobras con las que enmarañar lo más posible la política regional. Tablas para desarrollar este tipo de iniciativas tiene de sobra, como lo ha demostrado con creces a lo largo de su prolongada carrera política.

Desde el mismo momento en que fue elegido presidente del Principado en el pasado mes de junio Cascos no ha parado de maniobrar, de intentar llevar al resto de los partidos a situaciones límite. El líder de Foro es un consumado especialista en sacar rentabilidad política de los enfrentamientos que propicia. Eso es lo que ha venido haciendo en los últimos meses. Si todas las energías que ha gastado en sus combates con la oposición y con otros muchos sectores de la sociedad asturiana las hubiera destinado a la búsqueda de acuerdos, a propiciar el diálogo, probablemente ahora no nos encontraríamos en vísperas de unas elecciones. Y si así fuera, el culpable de ello no sería, como ahora, Cascos, sino el resto de los partidos con representación en la Junta General, fundamentalmente el PP.

No se puede estar día tras día pensando sólo en cómo sacar la mayor rentabilidad política a lo que se hace. Eso es lo que ha venido realizando Cascos desde que accedió a la jefatura del Ejecutivo regional. Quiso gobernar con el apoyo de sólo 16 de los 45 diputados autonómicos, sin hacer concesión alguna al resto de los partidos y, encima, culpándolos una y otra vez de la falta de estabilidad de su gabinete.

En una democracia para gobernar, se ponga como se ponga Cascos, hay que tener los respaldos necesarios. Y si no, buscarlos, pero de verdad, no con triquiñuelas, con trampas, con medias verdades. Y con respeto generalizado hacia los otros partidos, hacia las instituciones, hacia las organizaciones sociales del tipo que sean; en definitiva, hacia los ciudadanos en general, aceptando la crítica legítima, provenga de donde provenga, e intentando sacar provecho de ella. Porque nadie está en posesión de la verdad absoluta.

Más humildad y menos soberbia sería una buena receta.