Asturias necesita un gobierno que gobierne. En circunstancias normales insistir en ello sonaría a Perogrullo. En una región que ha vuelto a pasar por las urnas hace ya más de un mes y sigue a verlas venir con acusados síntomas de fatiga, tener que hacerlo demuestra una anomalía terrible en momentos sin precedente por su crudeza para tantas personas, hogares y empresas. ¿Qué más tiene que pasar para que nuestros dirigentes se decidan a conjurar el esperpento?

El único perdedor de las elecciones, curiosamente el mismo que tomó la decisión de convocarlas para ceder 54.000 votos en el envite, deja caer las hojas del calendario entre enredos y diatribas a la espera de que, con la venia de sus señorías y oxígeno de la emigración, la derecha con la que rompió violentamente le apoye y el partido más centralista de cuantos concurrieron a los comicios le brinde respiración asistida en su aventura regionalista si es menester. Perdió, pero se aferra a la Presidencia en funciones como si le amparase la legitimidad del vencedor, del mismo modo que cuando gobernó en precaria minoría se condujo como si tuviera mayoría absoluta.

La culpa no es sólo suya, pese a su carácter dominante y sus acreditadas dotes para la sobreactuación y el juego sucio, sino compartida, aunque lógicamente en menor proporción, con quienes se resisten a hacer pedagogía. ¿Por qué el PP le puso la proa a su ex secretario general después de haberlo llamado «galáctico»? ¿Por qué el PSOE considera que es un elemento «tóxico» que conviene apear cuanto antes de la política asturiana? ¿Por qué IU se siente en la obligación de arrimar el hombro para pararle los pies? ¿Por qué UPyD deja entrever que no es gente seria a la que pueda prestar su cortejado voto? ¿Por qué si todos están de acuerdo en lo fundamental malgastan sus energías en disimular ante los electores y dejar que sean otros los que decidan en vez de tomar la iniciativa?

Tanto los populares como los socialistas aseguran tener razones de peso para, cuando menos, desconfiar del actual presidente en funciones. Hablan de ellas en privado, pero callan en público. Ni unos ni otros parecen haber reunido las pruebas o el valor suficientes para asumir los errores propios y darles a los asturianos las explicaciones que sin duda merecen. Como matriz de la escisión forista, caso del PP; como partido ganador de las elecciones pese a los excesos, errores de bulto y zonas oscuras del arecismo, caso del PSOE, y en definitiva como alternativas de gobierno que son, puesto que ambos disputan al líder de Foro la jefatura del Principado, a ellos corresponde la mayor responsabilidad de arrojar un poco de luz entre tanta sombra.

El PP y el PSOE han cincelado tímidamente, a golpes erráticos, un perfil inquietante que en absoluto retrata al político que Asturias necesita en momentos tan cruciales: quien dirige en funciones los destinos de Asturias es para ellos un veterano de vuelta que intenta hacerse pasar por nuevo, un estratega eficaz en la conquista del poder que naufraga cuando toca administrarlo, un impostor que esgrime el deber cumplido para irse cuando su estrella se apaga y las obligaciones pendientes para regresar cuando intuye que puede cobrarse pieza, un sujeto correoso que alterna -cuando no mezcla- la política con los negocios, un déspota manipulador y obsesivo dispuesto a malversar la confianza de votantes bienintencionados, un enemigo de la libertad de expresión que combate a muerte y sin escrúpulos y, en fin, un mal enemigo del que conviene mantenerse lo más lejos posible.

Quizás haya que buscar en este último aspecto el motivo de tanta vacilación entre quienes por higiene política, intelectual y ética deberían llamar a las cosas por su nombre y obrar en consecuencia. «Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí». Las palabras del pastor protestante Martin Niemoeller (1892-1984), falsamente atribuidas al dramaturgo Bertolt Brecht (1898-1956), resultan particularmente ilustrativas del mal que nos aqueja.

El líder de Foro desató una guerra termonuclear para acabar con el PP de Asturias porque quería controlarlo, cosa que podía haber intentado cumpliendo con el reglamento y los plazos que él mismo contribuyó de forma destacada a dictar en su antiguo partido. No lo consiguió porque Rajoy y aquéllos a quienes amenazó con eliminar después de pedirles que se arrodillaran se opusieron. Pero la vida, que es madre de las paradojas, le ha llevado ahora a un despeñadero en el que su supervivencia depende de los populares. «Si no logra la Presidencia del Principado se convertirá en un Urtain de la política», opina un veterano ex dirigente socialista en alusión al juguete roto del boxeo español.

Quien no pudo gobernar con dieciséis diputados difícilmente podría hacerlo ahora con menos, pero tiene el atrevimiento de reclamar al PP el impulso definitivo para continuar su obra de demolición. Tocado tras dinamitar de nuevo las expectativas electorales de la derecha, pide auxilio para mantenerse a flote precisamente al partido que sigue intentando hundir. A los populares les queda una larga travesía por delante que tienen que hacer en solitario si quieren recuperarse del embate, pero no quieren ser ellos los que suelten amarras ante el temor de que su electorado les pase factura por dejar vía libre a la izquierda. No tendrían que abrigar ese miedo si, en vez de fingir para que todo parezca un accidente, unos y otros hallaran arrestos para explicar con claridad, de forma que los asturianos pudieran entenderlo, por qué la prioridad para que Asturias pueda recobrar la normalidad es orillar a Cascos.

Cien mil votantes asturianos más se quedaron en casa la última vez hartos de tantas torpezas y engaños, de políticos que crean problemas en lugar de resolverlos. ¿Cuántos más tienen que hacerlo para que alguien tome nota y ponga rumbo cierto en esta región a la deriva?

Coda. El pasado jueves se celebró en todo el mundo el Día de la Libertad de Prensa, proclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 3 de mayo de 1993. La comisión directiva de Foro Asturias, el partido que sustenta al Gobierno en funciones del Principado, no encontró mejor manera de sumarse a la conmemoración que arremeter contra periodistas independientes que tratan de hacer su labor con honradez, sin ceder al chantaje ni claudicar ante el poder. Aquéllos que intentan silenciar al discrepante porque no admiten más verdad que la suya, y que recurren para ello a insidias contra la persona, la empresa en la que trabaja e incluso su familia, pretenden dar lecciones de ética profesional. Bravo.