A la ya tradicional sensación de hartazgo electoral que provoca el arranque de las campañas, aquí y ahora se ha venido a sumar un «déjà vu» superlativo, un atrapado en las urnas, un vicio de comicio y, finalmente, una indignación mayúscula que acaso sólo pueda conducir a la abstención o a la acción directa.

Eso no ha impedido a los candidatos volver a representar la función inaugural; unos más conscientes del fraude, sin atreverse siquiera a poner vallas publicitarias; otros, con la bisoña ingenuidad de que la cola y la escoba todavía pegan; aquella, con un despliegue de estructuras y plataformas nunca visto y tampoco funcionando, y él?

Bueno, empezar la campaña saliendo por la puerta de atrás de una clínica es de traca. Sólo podía haberlo superado poniéndose un chándal Adidas, modelo comandante, y recorriendo a pie los tres kilómetros y medio que le separaban de Suárez de la Riva. Entrando por la plaza de Castilla entre bufidos, sudor y atascos. Como «Pídele cuentas al Rey» al revés.