El buen amigo y correligionario Macrino Suárez fue un destacado estudioso de las ciencias económicas, a cuyo estudio y aplicación dedicó su toda su vida laboral en el Instituto Económico de Ciencia Aplicada de París.

En Madrid había comenzado su carrera de Económicas en 1952, donde la siguió hasta el 4.º curso, después de haber estudiado todo el bachiller en su Luarca natal, en el Instituto que durante la República fundara el alcalde don Luis Ochoa, hermano de don Severo. Y el 5.º, después de unos meses de detención preventiva, después de para varios días en los calabozos de la Dirección de Seguridad en la plaza del Sol por tener en su poder unos pasquines donde la juventud de entonces se burlaba de los «dos» generales, revestido el español de precioso traje de gitana y el presidente norteamericano luciendo uniforme de torero, gracias a las gestiones de su padre, renombrado almacenista de coloniales, pudo salir hacia Francia, donde en la Sorbona hizo el último curso de su carrera y se doctoró después.

En el París de los años sesenta del siglo pasado disfrutó de la protección de Maldonado, que le abrió las puertas del exilio republicano. Y allí comenzó su acción política. Y allí casó con una compañera del Instituto de la Ciencia Aplicada y tuvo un hijo.

Participó desde su militancia democrática y opositora al régimen en todos los movimientos europeístas y federales de su época y llegó a ser designado con el honroso título de ministro de la República. Vivió los últimos años de su vida en Oviedo como superviviente del último Gobierno. El último ministro, igual que el presidente Maldonado, que también falleció en Oviedo siendo el último presidente de la República. Dos hombres fieles, dignos, discretos, unidos por el común amor a la virtud republicana.

Regresó a España y a Asturias después de la muerte del general gitano al que debió su largo exilio. Y aquí firmó el 25 de mayo de 1999 con otros cuatro amigos, Corte Zapico, José Girón, Fernández-Alú y el que esto recuerda, la hoja que anunciaba la fundación del Ateneo Republicano de Asturias, del que fue su primer presidente.

En marzo de 2004, envió una comunicación a Madrid agradeciendo la concesión al Ateneo del premio «Azaña» que anualmente otorgaba la Izquierda Republicana. En aquella comunicación, en la que figuran las palabras que encabezan este escrito, Macrino Suárez abogaba por la unión de los republicanos. «La desunión de los republicanos fue un drama que debilitó a la II República y al exilio... Yo -seguía- asistí a la creación de ARDE (Acción Republicana Democrática Española, que aún vive aunque en estado de extrema languidez) y siempre tengo presente la esperanza y la alegría con que los viejos luchadores de Izquierda Republicana, Unión Republicana y del Partido Republicano Federal vivieron aquella tentativa de unión de los republicanos...».

Aquella valiente comunicación del ex ministro ponía en evidencia cómo la Izquierda Republicana que comandaba Isabelo Herreros, pretendido heredero de Azaña, no era legítima heredera del partido del presidente, sino una criatura espuria, pues la auténtica IR se había integrado en la Acción Republicana que formaran los partidos firmantes, con renuncia a su existencia independiente.

En círculos republicanos levantó muchas esperanzas la postura de Macrino Suárez, hasta el punto de que, en noviembre de 2005, Macrino fue invitado a intervenir en el Ateneo de Madrid, donde en su gran salón, lleno de un público expectante, pronunció un gran discurso en el que exaltó los valores republicanos, la unidad de todos sus elementos y recordó los principios de la laicidad que conforman la esencia misma del republicanismo militante, que supone una sociedad civil soberana sin trono ni cruz... en el mismo sentido en el que se manifiesta el embajador y ex subsecretario de Asuntos Exteriores Gonzalo Puente Ojea en su último ensayo «La Cruz y la Corona, las dos hipotecas de España». Por cierto, en el salón del Ateneo, al lado del señor Puente Ojea se sentaba el también embajador y también republicano don Ramón Villanueva, y a seguido el profesor Alberto Gil Novales, el primer estudioso del Trienio Liberal, cuyo gran «Diccionario Biográfico de España 1808-1833» apareció el año pasado sin los disparates y desenfoques que atesora el Diccionario Biográfico de los conmilitones del señor Anes, marqués de Castrillón y seis veces consejero de grandes empresas.

En el estrado del Ateneo, acompañando al ministro y presidiendo el acto, se sentaron don Javier García Núñez, vicepresidente del Ateneo madrileño, y los señores Victorio Sánchez, Manuel Murillo y Carlos Echevarría, presidente del Ateneo Republicano de Galicia, que también dirigieron al público algunas palabras.

Sin duda, aquélla fue la gran noche del amigo y correligionario que hoy lloramos. Pero su modestia, su repugnancia por la intriga política y lo limpio de sus convicciones y su residencia en Oviedo no favorecieron que, como alguno de los asistentes pretendía, Macrino Suárez pudiera colocarse a la cabeza del deseado proyecto unitario republicano.

Ayer, al conocer la noticia de su inesperado fallecimiento, uno de aquellos amigos de Madrid me repitió unas palabras históricas con que otro republicano recordó a D. Manuel Pedregal: «Pensó alto, sintió hondo y trabajó recio». Efectivamente, así fue la vida honestada y discreta de Macrino Suárez Méndez, el republicano luarqués que mañana volverá a su villa natal para reposar en el cementerio que mira a la mar junto a sus padres, que hicieron famoso su nombre al frente del gran almacén de ultramarinos «Macrino Suárez», y después «Viuda de Macrino Suárez», toda una época de Luarca.