Horas después del enfrentamiento, las calles del pueblo todavía estaban sembradas de piedras. Hasta cinco patrullas de la guardia Civil permanecían en el puente que da acceso al pueblo de Ciñera desde la carretera nacional.

A poca distancia, una anciana, sentada en uno de los bancos, recordaba vívidamente lo ocurrido. «Los persiguieron hasta el monte, y vi cómo detenían a uno que saltó a la carretera», señaló. «No les importó disparar cuando llegaban los niños del colegio», aseguró otra mujer, cuyos padres residieron más de veinte años en Lugones (Siero). La «toma» del pueblo por la Guardia Civil no la olvidarán fácilmente.

«Toda mi familia es minera y quiero que esta tierra siga siendo minera», aseguró la misma mujer. No obstante, reconoció que el empeño es difícil. «En la comarca sólo quedan unos trescientos mineros, en Ciñera deben trabajar diez en la mina. Si se cierra, no sé de qué vamos a vivir. No hay nada», añadió. En el pueblo queda un supermercado, pero «acabará cerrando, porque no hay de dónde sacar», indicó un vecino. «Esto no es un grito de socorro, es un grito de desesperación, para que esta comarca no se muera», sentenció la vecina anterior.

Los ánimos estaban ayer por la tarde exaltados después de la experiencia de la carga policial. Los vecinos aseguraron que hoy, jueves, podrían repetirse los incidentes. Algunos niños jugueteaban ayer entre los restos de la batalla de Ciñera, todo un tesoro a determinadas edades. Uno de ellos se entretenía incluso con los restos de un bote de gas lacrimógeno, sin saber muy bien de qué se trataba.