Madrid, Módem Press

Antonio López de Mingo, el hombre que durante años se hizo pasar por obispo para oficiar misa en Robléu, una aldea de la parroquia piloñesa de Cerecea, se llama en realidad Antonio Cabezuela Pastor y regenta el bar La Esquina, en el madrileño Mercado de Pacífico, ubicado en la calle Valderribas de la capital. En ese establecimiento servía ayer por la mañana cafés y bizcochos a varios clientes, ataviado con un uniforme negro de camarero, mandil a la cintura y trapo de cocina al hombro. «No tengo nada que decir, no me arrepiento», fue su primera respuesta cuando se le pidió que aclarara su condición de eclesiástico, que se autoatribuyó durante muchos veranos, cada vez que rendía visita al oriente de la región. Mientras, los dueños de los puestos cercanos no salían de su asombro al contemplar la imagen del falso prelado en las páginas de LA NUEVA ESPAÑA que destaparon el engaño.

El supuesto obispo, cuya única respuesta después de ser sorprendido tras la barra fue repetir, una y otra vez, que no quería que le hicieran fotos, llamó a la seguridad del mercado y a uno de sus familiares para echar de allí a los periodistas. Después, accedió a aclarar en parte el entuerto que él mismo creó a condición de que «se guarde la cámara de fotos».

En ese momento tomó la palabra para asegurar que «soy obispo del Palmar de Troya desde hace veinte años». En este sentido, añadió que «es en lo que creo y ya está». «No soy obispo católico, pero sí de la congregación del Palmar de Troya», subrayó a continuación, con tono más sereno, apoyado en la barra de su bar y ante la curiosidad de los dueños de los puestos adyacentes -una charcutería y una pollería-, y de los pocos compradores que había en el mercado un lunes a primera hora de la mañana, que no daban crédito al ver que el hombre que les sirve los cafés y los churros aparecía en una fotografía de LA NUEVA ESPAÑA encabezando una procesión, perfectamente ataviado de obispo, báculo y mitra en ristre.

A continuación, Antonio Cabezuela insistió, como un mantra, en que «no tengo nada que decir, no tengo nada que decir», después de que alguno de los presentes le inquiriera a cerca de por qué se hizo pasar por un obispo católico y engañó a los vecinos de Robléu, que lo recibieron con los brazos abiertos y le permitieron oficiar todos los oficios religiosos, incluidas las fiestas patronales, que atraen a centenares de visitantes en torno al pequeño templo del pueblo. Tampoco disipó las dudas acerca de la identidad de la supuesta monja ni del chófer que solían acompañarle en sus veraneos asturianos y con los que se alojaba en una pequeña vivienda.

Sin embargo, el falso obispo, con un contundente aplomo, que chocaba con la actitud agresiva e incluso violenta de la seguridad del mercado, de su empleado en el bar -un camarero latinoamericano- y del supuesto familiar al que solicitó ayuda, sí aseguró que no se arrepentía de nada e incluso afirmó con rotundidad que él «no ha engañado a nadie» porque «ni me he lucrado ni me he beneficiado de nada, ni he perjudicado a nadie ni he robado a nadie». Además, añadió que «si algún vecino del pueblo se siente defraudado, sólo puedo decirle que lo siento mucho, aunque engaña el que quiere beneficiarse de algo y yo, repito, nunca me he beneficiado de nadie ni he robado a nadie ni nada».

Antonio Cabezuela Pastor dejó claro, por otro lado, que «ya no volveré más a Asturias porque, aunque no me siento avergonzado de nada ni arrepentido de nada, ya no tiene sentido que vuelva.... Y ya no tengo nada más que decir...». Después cambió el tono para solicitar a los periodistas trasladados hasta la cafetería que se fueran «porque no me dejan trabajar en el bar y me están espantando a los clientes y yo vivo de esto...».

En ese momento, los miembros de seguridad del mercado invitaron «amablemente» a los periodistas a abandonar el local bajo amenazas del tipo «¡como no te vayas te rompemos las piernas y la cámara!». «Monseñor López de Mingo» fue el único que mantuvo la calma entonces y, displicente, solicitó a los encargados de la vigilancia que dejaran a los reporteros «porque me van a hacer caso y se van a ir ya, porque no quieren molestar nada más».

Lo que no pudo evitar fue la sorpresa y hasta el alborozo de alguno de los pocos compradores que había en el Mercado de Pacífico ayer lunes, a las 9.30 de la mañana, y de los dueños de los puestos vecinos al de su cafetería, que no salían de su asombro. «Yo no sé nada, eso es cosa de él... ¿Antoñito obispo? No me hagas reír», soltó el dueño de una frutería alejada unos metros del bar de Antonio Cabezuela.