Manuel Lombardero (Teverga, 1924) relata en esta segunda entrega de sus «Memorias» sus etapas como empleado de la librería Cervantes, como librero por cuenta propia y su entrada en la editorial Planeta, en Barcelona, con José Manuel Lara.

lIntelectuales de monte.

«La librería Cervantes, donde yo había comenzado a trabajar a los 13 años, como Paco Ignacio Taibo, estaba en Doctor Casal, 7, un poco más arriba de donde está hoy. Alfredo Quirós era un buen librero que, además, estaba dedicado preferentemente al Magisterio, cosa que las demás librerías no atendían. Estaba la librería Martínez, que era más clásica y puede que más importante, y dedicada a la Universidad. Había otra muy buena, la librería Galán, aunque estaba algo apagada. Pero Quirós era un hombre activo, dinámico, y ya digo que atendía mucho al Magisterio y estaba informado de los concursos de traslado y de todas las circunstancias de la profesión. Trabajaba el libro escolar, los pizarrines, las libretas..., pero también se dedicó a la literatura. Había clientes como Luis Muñiz Toca, un intelectual de Oviedo que siempre que venía gente importante a la ciudad la traía a la librería. Recuerdo cuando trajo a Dámaso Alonso y a Joaquín de Entrambasaguas, a quienes, junto a Muñiz Toca, les vi también en el Aramo, en la Mostayal. Era domingo por la tarde y allí estaban con corbata y todo, siguiendo esa tradición de los intelectuales de andar por las montañas. Los chiquillos de la librería éramos los encargados de ir a Correos a la seis de la tarde a recoger los paquetes con las novedades. Se abrían e iban los clientes a ver qué llegaba. Uno de ellos era Jesús Villa Pastur, el crítico de arte. Años más tarde, comió varias veces en mi casa de Barcelona porque le pasó algo curioso. Él era policía y en una reunión de intelectuales antifranquistas que hubo, creo que en Praga, alguien dijo: "En Oviedo estamos bastante bien porque la Policía no se mete mucho con nosotros y tenemos un amigo que es Jesús Villa Pastur". Como consecuencia de eso, le destinaron a Mallorca o a Menorca, y entonces fue cuando pasaba por Barcelona».

Foco cultural.

«Con 21 años me proponen poner la librería Colón, en González del Valle, pero duró sólo cinco años. De todos modos, fue un poco un foco cultural. Recuerdo que Marino Gómez-Santos aparecía por allí y decía: "Aquí se aprende mucho". Edité tres libros de poesía: uno de Manolo Pilares, otro de Luis Landínez y otro que fue una antología de los poetas que iban a las tertulias de la librería (entre ellos, Ángel González), y en el que había dos poemas de José María Martínez Cachero. Luis Landínez había quedado finalista del premio Nadal con "Los hijos de Máximo Judas", una novela que se editó entonces y llegó a Oviedo con ese prestigio y con el de unos cuadernos de poesía que había editado en Santander. Apareció por la librería y se hizo muy amigo nuestro, también de Paco Ignacio y de Ángel González. Un día llega a la librería un tal Cañedo, que era un íntimo amigo de Cachero, y dice: "Landínez es homosexual". Era un hombrón peludo, y entonces yo le comenté: "Oye, nos han dicho esto y no es por nada, porque puedes ser lo que quieras, pero a veces vamos al cine y paseamos por la noche y todo eso, y habrá que tratarlo convenientemente". Y él respondió que sí. Años más tarde murió de un modo raro: un día llega un tren a Madrid, no procedente de Oviedo, y un hombre permanecía sin moverse de su asiento. Cuando fueron a despertarlo, vieron que estaba muerto. Era Landínez».

Tertulias de botica.

«En aquellos años, Paco Ignacio seguía siendo un hombre sorprendente, muy alegre, muy imaginativo, muy cariñoso. De pronto te daba un abrazo y te decía: "¡Cuánto te aprecio!". Ángel era muy circunspecto. Estudió Derecho y después Periodismo, y fue crítico musical en "La Voz de Asturias" cuando era director Roberto Velázquez Riera, que firmaba Robin. Cuando Ángel, que se apellidaba González Muñiz, comenzó a escribir, tuvo la tentación de firmar Muñiz Dice, por el famoso músico y musicólogo Muñiz Toca, pero debió de ser el director el que le quitó esa idea de la cabeza. Era un buen crítico y también escribía ya poesía, pero lo tenía oculto. Después vinieron los años en que estuvo enfermo de tuberculosis y se fue a vivir a Páramo del Sil, en León, donde su hermana era maestra. Ella estuvo sancionada durante unos años y no pudo trabajar porque había sido maestra de la República, concretamente del plan profesional, es decir, de donde los maestros salían con plaza y escuela asignada. Fue maestra en Llanera hasta la guerra; después quedó sancionada y cuando le autorizaron a volver a la enseñanza fue fuera de Asturias. A Páramo del Sil fuimos a visitar a Ángel varias veces, unas Navidades, Paco Ignacio, Benigno, Amaro y yo, durante unos días. Y también alguna quincena por el verano. Años más tarde me pasó una cosa muy curiosa: un día me llama Lara para que viese una carta que había recibido en Planeta. Era de una señora que decía: "Quisiera saber si el Lombardero que le acompaña a usted es asturiano". Era la hija del farmacéutico de Páramo del Sil, donde Ángel, la hermana y su madre tenían tertulia con el boticario y su mujer. Todavía tengo comunicación dos o tres veces al año con esa hija del farmacéutico, Conchita. Ángel estuvo allí dos años y medio, hasta que se curó, y también ejerció como maestro en un pueblo, Primou. Era una escuela de verano, porque debía de ser un pueblo que durante el invierno quedaba aislado».

«Vocación Juvenil».

«La librería Colón no funcionó y no le echo la culpa a nadie, sino que creo que fue por incompetencia mía. Me casé por entonces, en 1949, con María del Rosario González, Charo, de una familia conocida de la Argañosa, llamada de "los Gorriones". Hoy creo que tal vez la magnífica sintonía entre los amigos de toda la vida estuvo apoyada por el buenísimo entendimiento entre las respectivas esposas. Al fracasar lo de la librería es cuando me surge Barcelona, gracias a Landínez, y voy a Crédito Editorial Sanz, empresa para la que él trabajaba y donde también estaba José Luis Martínez, buen amigo y hoy presidente del Ateneo Jovellanos de Gijón. Estando allí es cuando me llama Lara. Pero antes conozco a un caballero asturiano que me propone poner una editorial y efectivamente creamos editorial Corinto, que edita varios libros y entre ellos una colección que llamó la atención y mereció críticas muy amables del Instituto Nacional del Libro. La colección se llamaba "Vocación Juvenil" e intentaba orientar a los muchachos hacia una profesión. Colaboró Santiago Lorén, ganador del segundo premio "Planeta" y médico, con el libro sobre medicina; Paco Ignacio, con el de periodista; Ángel, con el de maestro... Aquella editorial iba malviviendo y entonces volví a Sanz, pero como en Corinto había publicado dos novelas, una de Santiago Lorén y otra de un escritor gijonés, Alejandro Núñez Alonso, que eran autores de Planeta, ello me llevó a conocer a Lara por no recuerdo qué relaciones o reclamaciones o lo que fuera».

Dos del Pedroso.

«Pero más tarde me llama Lara de nuevo y me dice: "Quiero poner una organización de venta de libros a plazos y me he fijado en usted; le pago más que lo que actualmente gana y le doy una participación en los beneficios". Entonces consulté a dos personas: a Janés y a Alfredo Herrero. Éste segundo era un editor demasiado politizado, pero boyante e importante. Era muy amigo y conocía a Lara porque eran del mismo pueblo, del Pedroso, en Sevilla. Un día, en una cena literaria, el camarada Juan Aparicio, el citado factótum de la prensa, vio entrar a Alfredo Herrero, que era pequeño, y dijo: "Del Pedroso, lo bien hermoso", pero, en cambio, Lara era muy alto. Y Lara decía: "El Pedroso, ese pueblo que ha dado dos editores y ningún lector". Sobre la oferta de Lara, Herrero me dijo: "Si te firma ese contrato, lo cumple", pero Janés, por el contrario, me advirtió: "Primero se asocia usted con el diablo que con ése". Tenía explicación, porque Lara se había comprometido con Janés, puede que verbalmente, a dedicarse al negocio del papel y que no pondría una editorial. Pero el negocio del papel se liberalizó y dejó de ser tal negocio, con lo que Lara montó Planeta. Eso Janés lo tenía grabado. Pero me fui con Lara, y como curiosidad contaré que en aquellos años estudié Románicas y Lara me puso un chófer para ir del despacho a las clases. Estudié por el influjo de dos personas: de Charo, mi mujer, y del asturiano Etelvino González, que entonces vivía en Barcelona».