Oviedo / Llanes,

L. Á. VEGA / R. DÍAZ

Una lista oficial que acaba de publicar el Ministerio de Justicia en su página web cifra en 4.440 los españoles muertos en los campos de concentración de Mauthausen y Gusen, la tumba de los republicanos que cayeron en manos de los nazis ante la indiferencia de la España franquista. De ellos, un total de 84 nacieron en Asturias. No obstante, las asociaciones de supervivientes cifran en 192 los asturianos que fallecieron de extenuación, falta de alimentos o por las brutales palizas a las que eran sometidos los reclusos. Se enfrentaron a la derrota en la Guerra Civil y marcharon al exilio sólo para darse de bruces con un conflicto aún más brutal que terminó llevándose a la mayoría. Justicia también da cuenta de seis asturianas deportadas, sobre todo a Ravensbrück, al menos dos de las cuales murieron en el cautiverio.

Entre los fallecidos se cuenta Belarmino Ramos Méndez, nacido en Avilés el 17 de febrero de 1894, y cuya muerte se produjo en el campo de Gusen el 5 de noviembre de 1941. Belarmino Ramos era uno de los organizadores del PSOE en Avilés y su esposa era delegada de la CNT. Su hijo Galo Ramos compartió cautiverio con él y otro hermano, y sobrevivió para relatar más tarde su terrible experiencia en el libro «Sobrevivir al infierno», con fotografías de Nardo Vilaboy y supervisado por la escritora Ángeles Caso.

Ramos tenía 16 años cuando entró en Mauthausen, procedente de Angulema. Fallecido en 2002, siempre describía escenas horribles, como la de un SS estampando a un bebé contra una pared, o la propia muerte de su padre, extenuado y enfermo de ántrax, tras recibir un tratamiento de duchas heladas. Poco antes de morir recordaría sus lágrimas en el barracón al conocer la muerte de su padre, con 47 años. Un año antes de fallecer reunió fuerzas para regresar al escenario del horror.

De Belarmino Ramos se conocen las circunstancias del final que tuvo, pero las familias de muchos de los asturianos asesinados han tenido que conformarse durante muchos años con el silencio. «Mi abuela y mi bisabuelo se murieron con la pena de no saber qué había ocurrido con mi tío abuelo Manuel Villares Arias», asegura Sonia Martínez Villares, de Barres (Castropol). Villares nació en la localidad castropolense el 18 de diciembre de 1913, y su fallecimiento se registró en Gusen, el 15 de enero de 1942, con apenas 28 años. «No es justo que muriera en un campo de concentración ni que su familia tardara tanto en saber», añade. La propia hermana de Manuel Villares, Olvido, residente en Sama de Langreo, rememora aquel silencio que aplastó a las familias en las posguerra. «Hizo la mili en Galicia, en Marina, y a la vuelta estalló la guerra. Un día por la mañana fuimos con él a segar trigo. A la tarde dijo: "Voy a dar una vuelta", y no volvimos a verle más. Las tropas acababan de entrar por Galicia. Supimos que había luchado por Asturias y que le habían herido en el vientre. Y que luego se había marchado por el mundo, a pasar hambre y calamidad», relata Olvido Villares. «Mi padre, Ramón Villares, estuvo muy castigado. Tenía que ir todos los días a Castropol a dar cuenta al cuartel de la Guardia Civil», señala.

«Estuvimos muchos años sin saber de él, hasta que un hermano mío mandó una carta a la Pirenaica, y fue entonces cuando dijeron que Manuel había muerto a consecuencia de malos tratamientos», relata la anciana. «Era un chavalín. Que un ser querido haya tenido esa muerte es algo muy doloroso», finalizó.

Marcelino Andrés Champín Molledo no tiene ningún recuerdo de su padre, Andrés Champín Cuesta. No tiene ninguna fotografía, ningún papel, nada. Sólo sabe que cuando él tenía apenas 2 años, por asuntos familiares, su progenitor viajó de Cangas de Onís, donde residía con su esposa y sus cuatro hijos, a su país de origen, Francia. La mala suerte quiso que estuviera en París el 14 de junio de 1940, cuando los alemanes invadieron la capital gala. Fue detenido y enviado a uno de los campos de Mauthausen. La esposa del detenido, la canguesa Inocencia Molledo, recibió un par de cartas escritas a lápiz. Y ya no supo más de su marido hasta 1973.

Los familiares dieron a Marcelino Andrés Champín por desaparecido, pero iniciaron su búsqueda. Nada averiguaron hasta que un amigo de Toulouse les dijo en 1973 que había leído en un periódico que había muerto. Fue declarado oficialmente muerto en 1974, treinta y dos años después de su fallecimiento y tras una larga lucha de su familia. Andrés Champín ha averiguado después algunas circunstancias más en torno a su padre. Sabe que murió en Gusen «de hambre y necesidad» y que, como a muchos otros, cuando ya no tenía fuerzas para mantenerse en pie, «lo tiraron en una finca y lo dejaron morir allí. El hombre es el peor de los animales. Bebe sin sed, come sin hambre y mata por matar», añade Andrés Champín, que reside en Villahormes (Llanes). Asegura además que su padre, natural de Lyon y casado en Covadonga, era «demasiado bueno» y que lo llena de orgullo que así se lo hayan reconocido «casi todos los que lo conocieron».

Quedan cada vez menos voces para perpetuar la memoria de los asturianos muertos en los campos. David Moyano Tejerina, que había nacido en Ujo (Mieres), en 1922, falleció en Bélgica el año pasado. Entró con 19 años en Mauthausen y pudo sobrevivir en el llamado Kommando Poschacher, donde entraban los reclusos más fuertes para trabajar en las canteras cercanas.