Bruselas,

María José Iglesias

El espíritu de los chigres asturianos transita por el centro de Bruselas desde hace casi medio siglo. El bar Llanes, fundado por un matrimonio llanisco, el más antiguo del centro de la capital belga, se ubica en la rue du Marché au Charbon, la calle del Mercado del Carbón. Hasta en eso el café lleva la asturianía a cuestas. Su propietaria, Adelina Cueto Inés, nacida en Pría, llegó con su marido, Maximino Bueres, hace 46 años y desde el bar ha visto transformarse la ciudad, muy cerca de donde empieza el Camino de Santiago, al lado de la iglesia de Nuestra Señora de Finisterre, en la Rue Neuve, una de las calles más transitadas y conocidas de la ciudad. En las proximidades, dos tiendas de Zara refuerzan la presencia española. Adelina lo cuenta con orgullo.

El café aún conserva una estufa de leña con tubo metálico y mesitas bajas de madera rodeadas de sofás. Al traspasar su puerta, uno tiene la sensación de entrar en un bar asturiano de los años setenta. Los Bueres-Cuero se fueron a Bruselas en otros tiempos, cuando España no pertenecía al Mercado Común -la primera solicitud de ingreso llegó de la mano del ministro Castiella en 1962- y la ciudad no era la segunda «España» en la que se ha convertido gracias al amplio cuerpo de funcionarios europeos ubicados en Bélgica. En aquel ambiente en el que sólo se escuchaba hablar francés y flamenco, con una emigración asturiana que llegaba sobre todo a trabajar a las minas de Charleroi, a unos 60 kilómetros, cerca del actual aeropuerto, el matrimonio montó un bar que aún hoy desprende olor a carajillo y destila un vetusto encanto acorde con el de la zona, típica de cafés.

Porque en esta vida las casualidades son pocas, Adelina no considera banal que precisamente la taberna esté en una calle dedicada al carbón. Asegura que se fueron a Bruselas porque quisieron. Los llevó más el deseo de aventura que la necesidad. «No como los de ahora que en España no encuentran trabajo y no les queda más remedio que marcharse», señala. Lo suyo con el bar es una historia de amor. Contesta a los clientes en un francés que no ha logrado librarse de las influencias asturianas. «La verdad es que de haber sabido que me iban a hacer fotos habría ido a la peluquería», comenta con coquetería. La de una mujer que se ha dejado la piel sirviendo cafés, cervezas, vino y refrescos y que hoy, con sus hijos bien situados y poco interesados en continuar con el negocio, no renuncia a sus temporadas en Benidorm. «El bar lo tengo para entretenerme», señala.

El local conoció tiempos mejores. Hace años el barrio estaba de moda. Llegaban muchos clientes españoles. Ahora se han mudado al barrio de Saint Gilles. El centro histórico de la ciudad es un conglomerado en el que se ven más atuendos musulmanes que vaqueros. De vez en cuando llega algún nostálgico o gente que va de paso y ha oído hablar del local, que sigue siendo muy popular entre la colonia asturiana. No es el único con reminiscencias de la región. Hay unos cuantos. Pero sí el más longevo de Bruselas.