La caída del frente republicano se convirtió en un sálvese quien pueda, con patéticas escenas en los puertos, en los que no había embarcaciones suficientes para evacuar a todos los que llegaban. José Mata, comandante de un batallón, recibió un último aviso para evacuar y convocó a los capitanes para que se concentrara a la gente y decidir qué hacer. «Fuimos a Gijón para examinar la situación y vimos cómo la gente andaba a tiros para montarse en los barcos», contó posteriormente. «Y lo mismo ocurría en Avilés. Así que nosotros esperamos al amanecer y regresamos a la cuenca minera». Otros varios destacados mandos de milicias adoptaron la misma resolución al no poder embarcar con toda su gente.

Varios de los barcos que salieron de Gijón, Avilés y Luanco en la tarde-noche del 20 de octubre consiguieron burlar el bloqueo establecido por la escuadra franquista en torno a esos puertos y llegar a Francia. En total, unos sesenta barcos, con algo más de doce mil huidos, entre milicianos y población civil, consiguieron alcanzar diversos puertos franceses de la vertiente atlántica, como Douarnenez, Lorient, Saint Nazaire, La Rochelle, Pauillac (Burdeos), Arcachon y San Juan de Luz, enumerados de Norte a Sur.

Buena parte del Consejo Soberano lo hizo en el «Abascal», que llegó a últimas horas de la tarde del 22 de octubre al puerto francés de Douarnenez. Viajaban en el barco 66 personas encabezadas por Belarmino Tomás y los consejeros anarquistas Segundo Blanco, Ramón Álvarez Palomo, Maximiliano Llamedo y Onofre García Tirador, el republicano José Maldonado González y el socialista Rafael Fernández. Los primeros en desembarcar fueron Belarmino Tomás y Maldonado, ambos diputados, y luego lo hicieron los restantes miembros del Consejo Soberano. Fueron recogidos por unos coches enviados por la Embajada española en París y trasladados hasta la frontera española en la zona catalana. El resto de los viajeros, al igual que los que llegaron a los otros puertos, hizo el mismo viaje en tren, tras retirarles todas las armas que llevaban y prestarles un primer socorro, pues llegaban en su mayoría hambrientos y muchos de ellos heridos. El torpedero «T-3», en el que huyeron el coronel Prada, el jefe de las fuerzas navales, Valentín Fuentes, y los miembros de su Estado Mayor, llegó al puerto de Le Verdon. En otros barcos fueron llegando otras personalidades destacadas, tanto militares como políticos.

Antes de llegar a las costas francesas, muchos de los barcos pasaron multitud de incidencias. Algunos fueron apresados por los bous nacionales o por el temido «Cervera», que bloqueaban la salida, y creyeron todo perdido. Pero era tal la cantidad de embarcaciones que intentaban llegar a Francia que los barcos que acechaban eran incapaces de perseguir, detener y conducir hasta la vera del Cabo Peñas, donde eran concentrados los barcos apresados, a la totalidad de navíos a los que detenían. Algunos, tras recibir la orden de alto, tomaron durante algunas horas el rumbo indicado por los barcos franquistas, hacia el Oeste, pero en cuanto se echaba la noche o se alejaban lo suficiente, viraban al Norte y, tras describir un amplio arco, retomaban el rumbo a Francia.

Entre los barcos que llegaron había varios ingleses que también transportaron evadidos, como el «Stangrove», el «Bramhill», el «Hillfern» o el crucero «Southampton», que había conseguido librar del «Cervera» al «Stangrove» y que luego recogió en alta mar a los náufragos del «Mary Tere». Los evadidos eran en su mayoría pequeños barcos pesqueros que no llegaban a transportar ni a cien evacuados. Otros fueron mercantes de mayor capacidad que cargaron varios centenares de huidos.

Otros muchos barcos no pudieron burlar el cerco y cayeron en poder de la escuadra franquista. El periodista y escritor Juan Antonio Cabezas, que salió de El Musel la noche del 20 de octubre en el «Montseny», dejó un vivo relato de las vicisitudes pasadas por los miles de asturianos apresados en alta mar y trasladados a campos de concentración en Galicia. Según su crónica, a las pocas horas de navegación, el pequeño vapor en el que huían recibió la orden de parar sus máquinas. Al amanecer, vieron cómo se perfilaban en su proximidad «las siluetas trágicas de dos grandes navíos que suponíamos italianos. Custodiaban más de una veintena de pesqueros atestados de seres masificados sobre sus cubiertas (...).

«Aunque estábamos relativamente cerca unos barcos de otros, nadie hablaba. En las cubiertas de algunos se veían más mujeres. En el nuestro, muy pocas. Observamos algo trágico. Desde que empezó a clarear el día empezaron a oírse disparos de pistola y verse cuerpos que caían por las bordas al mar. Eran los militares que no podían soportar la situación límite» («Asturias: catorce meses de guerra civil»).

Los barcos apresados, unos veintitantos, pusieron rumbo a Galicia, escoltados por los bous nacionales. Durante el trayecto muchas personas aprovecharon para deshacerse de armas, carnés y documentos comprometedores, y adoptar una nueva personalidad para dificultar el reconocimiento. Los primeros barcos se detuvieron en Ribadeo; otros continuaron hasta el Ferrol y La Coruña. En estos puertos comenzaron los primeros reconocimientos de los apresados por patrullas, generalmente de falangistas, que llegaron apresuradamente de Asturias para esa labor. Allí mismo se hicieron las primeras selecciones, y los identificados desaparecieron para siempre. El resto fue distribuido entre los diversos campos de concentración: Cedeira, Rianxo, Muros de Noya y Camposancos. En todos ellos actuó la llamada Comisión Clasificadora de Prisioneros y Presentados, que distribuía a los prisioneros hacia los distintos tribunales y consejos de guerra. Lo que ocurrió después es tema de otro capítulo de esta serie.

Los asturianos que burlaron el bloqueo y llegaron a puertos franceses fueron prontamente desembarcados y trasladados en su mayoría por ferrocarril nuevamente hacia España, a la frontera con Cataluña. Xavier Casademunt i Arimany, comisario de Asistencia a los Refugiados, recordaba en 1983 cómo «el Gobierno francés los metió en vagones de animales y nos los mandaba a nosotros». Los evadidos de Asturias venían «famélicos, llenos de sarna y con armas. Los desarmamos», sigue Casademunt, «conseguimos que comieran y hay que decir que los sindicatos franceses nos ayudaron mucho, y los enviamos a Barcelona en el mismo tren para que no contagiasen la sarna...» (citado por Etelvino González, «Ni cautivos ni desarmados»).

Los combatientes, una vez revalidados por el Ministerio de Defensa Nacional en los empleos que tenían en el Norte, fueron pronto reincorporados en diversas unidades del Ejército popular republicano y participaron ya en la ofensiva sobre Teruel, desencadenada a finales de 1937.

Los miles de refugiados civiles fueron atendidos, sobre todo, por el Centro Asturiano de Cataluña, institución creada en Barcelona el 10 de mayo de 1930, y por otros organismos, siendo distribuidos por diversos lugares de Cataluña, y los niños, acogidos en colonias escolares. La situación fue realmente difícil y algunos tuvieron que soportar condiciones de vida muy duras.

Aparte de los salidos a última hora, en los días finales de octubre, en Cataluña y otros lugares del Levante se encontraba ya un buen número de asturianos, sobre todo ancianos, heridos, mujeres y niños, que habían sido evacuados en los meses anteriores, especialmente en los de agosto y septiembre de 1937. Procedentes de esa evacuación, apunta Etelvino González, «habría en Cataluña en 1938 alrededor de 25.000 mujeres y niños de Asturias», y en total pudo llegar a haber no menos de cincuenta mil refugiados asturianos («Ni cautivos ni desarmados»).

Por último, el Consejo Soberano de Asturias y León, una vez evacuada Asturias y trasladado el grueso de los evacuados a Cataluña, acordó cesar en su actividad «por desaparición de su territorio y por estimar que la subsistencia de organismos regionales, cuando estas circunstancias se dan, no sirve más que para enquistarse en las propias funciones que incumben desarrollar a los órganos del Estado, dificultando su acción en el interior y produciendo lamentables confusiones en el exterior».

Todos sus miembros continuaron su acción política en distintos organismos de la República y de sus respectivos partidos. El anarquista Segundo Blanco entró a formar parte del Gobierno de Negrín, el 5 de abril de 1938, al frente del Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad.