Cuando en mayo el Banco Santander absorba a su filial Banco Español de Crédito, al que ya dominaba desde 1994, y desaparezca la marca Banesto -un acontecimiento hecho público esta semana- se pondrá fin no a la más dilatada trayectoria financiera del país (pese a sus 111 años de actividad crediticia ininterrumpida) pero sí a la que acabó siendo la más legendaria porque ninguna otra institución crediticia aunó en su consejo de administración y durante tanto tiempo un elenco tal de representantes del poder oligárquico de la aristocracia, la alcurnia, el dinero, la política conservadora y la influencia monárquica y porque ninguna otra entidad (ni aun el intencionadamente denominado Banco Central, fundado en 1919) llegó a representar, durante tanto tiempo y con la magnitud con que lo hizo Banesto, la respuesta del poderío financiero mesetario y madrileño a la persistente hegemonía financiera de la burguesía periférica, primero catalana y posteriormente vizcaína y, de forma más tardía, asturiana.

El fin de Banesto oficializa también el epílogo a una etapa de la historia de Asturias, una época de pujanza industrial, financiera y capitalista en la que Asturias aportó a Banesto algunas de sus más acrisoladas dinastías en el control del consejo y del poder accionarial (Argüelles, Gómez-Acebo y Duque de Estrada, Sela, Figaredo, De la Mora Armada, Masaveu, Selgas, la alianza conyugal Cosío-Pando y el grupo Suñer-Abaitua) y en la que Banesto se erigió en el mayor empresario industrial privado de la región, con sus intereses y participaciones en Duro Felguera, Fábrica de Mieres, Trefilería Moreda, Celulosa de Asturias, Asturiana de Zinc, Concasa, Mefasa, Fundición Nodular, Fábrica de Loza de San Claudio, Electra de Viesgo, SIA Santa Bárbara, Barras Eléctricas Galaico-Asturianas, Hullera Española, Ferrocarril Vasco Asturiano, Ferrocarriles Económicos de Asturias, Sociedad General Azucarera (con instalaciones fabriles en la región)... y en el segundo Banco de Oviedo, Banco Gijonés de Crédito, Banco Castelao (Cangas del Narcea) y Banca Trelles (Navia).

La presencia asturiana en Banesto fue relevante desde su origen, en 1902. La entidad surgió como transformación de una sociedad de crédito de iniciativa francesa, la Sociedad del Crédito Mobiliario Español, impulsada en 1856, a semejanza del Crédit Mobilier francés, por los hermanos Émile e Isaac Péreire, financieros de origen judío que se habían formado a la sombra de los míticos Rothschild y con los que acabaron protagonizando un enconado pulso de competencia en Europa y, desde mediados del XIX, también en España en la financiación al Tesoro público y en el despliegue de la red ferroviaria española, entre otras inversiones. Los Rothschild, con la Sociedad Española Mercantil e Industrial; los Peréire y diversos socios españoles y europeos, con el Crédito Mobiliario, y la Compañía General de Crédito Español, de Alfred Prost y los hermanos Louis y Numa Guilhou (este último, el creador de Fábrica de Mieres e impulsor de una dinastía asturiana de los negocios y la industria) actuaron como inversores en España al amparo de la ley de Sociedades de Crédito, de 1855, que facilitó la aparición de la banca de inversión.

Los Péreire y sus socios, impulsores a su vez de la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte, que llevó el ferrocarril desde Madrid hasta Gijón, optaron por replantear su negocio financiero en España con el cambio de siglo.

En ello influyeron al menos dos circunstancias: el Estado había reducido sus emisiones de deuda (uno de los negocios del Crédito Mobiliario) y el despertar del siglo XX, en pleno pesimismo nacional tras el desastre de 1898, alentó, de forma contradictoria con el clima de postración y abatimiento generalizados, el gran resurgir de la banca española: en 1900 se crea el Banco Hispano Americano, con capital vasco y asturiano; en 1901, el Banco de Vizcaya, y en 1902, Banesto. De forma más tardía aparecieron el Banco Central (1919) y Banco Popular (1926). Antes, en 1856, había nacido el Banco Santander y en 1857, el Banco de Bilbao. De este modo quedó configurado el elenco de entidades que durante la segunda mitad del siglo XX constituyó el poderoso club de los «siete grandes» de la banca española.

Las bases para la fundación de Banesto se oficializaron en el restaurante madrileño Lhardi, el 1 julio de 1901, con la presencia de dos asturianos (el senador y ex ministro llanisco Cayetano Sánchez Bustillo y el indiano moscón y empresario Manuel González-Longoria y Leal-Cuervo, primer marqués de La Rodriga) y el hacendista, ministro, presidente del Congreso y luego del Gobierno Raimundo Fernández Villaverde, nacido en Madrid e hijo del abogado ovetense Pedro Fernández Villaverde.

Con ellos estaba José Gómez-Acebo Cortina, marqués de Cortina, creador de una de las grandes dinastías de Banesto y cuyo hijo Jaime, sucesor en el banco, fue marqués consorte de la Deleitosa por su matrimonio en Llanes en 1927 con la también acaudalada asturiana Isabel Duque de Estrada y Vereterra, novena marquesa de la Deleitosa e hija del conde de la Vega del Sella.

Este reducto de influyentes personajes de la política y los negocios, junto con otros prohombres de la alta sociedad española, como el conde de Mejorada del Campo, el vizconde Irueste, el marqués de Tovar, el duque de la Seo de Urgel, el barón del Castillo de Chirel y un hermano del conde de Romanones, entre otros, y con la involucración de Gustavo Pereire y de la Banca de París y Países Bajos (Paribas) -que ya había intervenido en 1872 en la creación en Madrid del Banco Hipotecario- pactaron allí y entonces el nacimiento del Banco Español de Crédito como sucesor de todos los negocios y patrimonio del Crédito Mobiliario Español.

De aquí que, con el inicio de sus operaciones el 1 de mayo de 1902 en el paseo madrileño de Recoletos, como heredero de una sociedad de inversión y con capital (el equivalente a algo más de 120.200 euros) mayoritariamente francés (participado con el 30% por los Péreire; el 40% en manos de Paribas y sólo el 30% en poder de accionistas españoles), se hiciera célebre en Madrid el aserto de que la nueva institución financiera era el «banco de las tres mentiras»: porque no era banco, no era de crédito y no era español.

Banesto, merced a las conexiones financieras internacionales de sus accionistas franceses y a la fortísima ligazón con los intereses monárquicos, aristocráticos y políticos de la España de la Restauración de sus socios y dirigentes españoles, logró combatir esas suspicacias cáusticas y acrisolar un prestigio de marca que acabaría, años más tarde, por convertirse en sinónimo de solidez, rigor y disciplina bancarias.

Sus dos primeros presidentes, que cubren una etapa de doce años, fueron asturianos: Cayetano Sánchez Bustillo -ex gobernador del Banco de España y ex presidente del Banco Hipotecario- presidió Banesto entre 1902 y 1905 y Manuel González-Longoria lo hizo entre 1905 y 1912. Fue un período de afianzamiento del negocio y de la institución y una etapa en la que Banesto consolidó un binomio que iba a convertirse en un rasgo inveterado de la entidad: el continuo trasvase de sus dirigentes entre el consejo del banco y el banco del consejo.

Fue por ello Banesto desde sus primeros tiempos una expresión manifiesta del poder porque aunó como acaso ningún otro banco con esa magnitud el poder político (tanto liberal como conservador), el poder financiero y el poder industrial (con una vigorosa vocación de participación en empresas que arranca desde su origen, con las minas, ferrocarriles y compañías del gas que recibe del Crédito Mobiliario) y porque a ello sumó una sólida y estrecha relación con el rey Alfonso XIII y la poderosa influencia de relevantes dinastías de la aristocracia y destacadas estirpes de la burguesía emergente ennoblecida por sus servicios a la Corona a las que involucra como accionistas y consejeros.

Todo este maridaje de influencias e intereses se acrecienta y fortalece durante la I Guerra Mundial (1914-1918). Bajo el liderazgo de Manuel García Prieto, marqués de Alhucemas, quien desempeñó la presidencia de Banesto entre 1912 (nada más cesar como presidente efímero del Consejo de Ministros) y 1917 (hasta que vuelve a ocupar la Presidencia del Gobierno), el banco afronta un período de fortísimo desarrollo ligado a la inmensa prosperidad capitalista que depara a España su neutralidad durante el conflicto bélico. La portentosa capitalización de beneficios en el carbón, la siderurgia, los astilleros, las navieras y otros negocios permite a Banesto reclutar a nuevos inversores que en el período comprendido entre 1918 y 1927 adquieren las participaciones mayoritarias en manos francesas. Entran entonces en el banco y en su consejo algunas dinastías capitales en el futuro de la entidad, como los asturianos Argüelles, los Garnica, los De la Mora (emparentados, al igual que los Argüelles, con los Armada, de Gijón), y luego los Herrera, y otros apellidos con raigambre, y se fortalecen grupos como los Gómez-Acebo. Era «la flor y la nata», dijo José Gómez-Acebo, marqués de Cortina y presidente entre 1917 y 1932.

Este reforzamiento de la base accionarial permite a Banesto sortear la posterior crisis financiera y crediticia de los años 20, que acaba con los viejos imperios bancarios, como el Banco de Barcelona, Banco de Castilla y Crédito de la Unión Minera de Bilbao, que sucumbieron a causa del fin de la guerra y el cese de muchos negocios lucrativos.

Francisco Cambó, ministro de Hacienda, anunció en 1921 la Ley de Ordenación Financiera y su pretensión de «crear la aristocracia bancaria española».

Bajo la presidencia de Gómez-Acebo, Banesto se inserta en esa élite de las finanzas y emprende su expansión nacional al tiempo que acomete la ampliación de su cartera de participaciones industriales, de acuerdo con el modelo tradicional de banca continental. La inauguración en 1922 de su gran sede institucional en la calle Alcalá, de Madrid, no es más que la expresión diáfana de una aspiración de encumbramiento. En 1927 emprende una rauda estrategia de compra y absorción sucesiva de bancos: una treintena en lo que reste de siglo. Nadie llegó a tanto. Entre 1927 y 1986 Banesto adquirió un tercio de los 90 bancos que fueron engullidos por la gran banca española.

La anexión en 1929 del segundo Banco de Oviedo, que databa de 1920, y la absorción en 1932 del Banco Gijonés de Crédito (en cuya fundación en 1921 había participado Banesto) supone la incorporación al accionariado del banco madrileño de las dinastías asturianas Masaveu, Figaredo y Sela, que, años después, y durante décadas, ocuparon plaza en el consejo de administración y en el comité ejecutivo.

Las 30 oficinas que tenía el banco en 1921 se habían convertido en 400 en 1931, el año en que la caída de la Monarquía y la proclamación de la II República hizo temblar los sólidos muros de una institución venerable que reunía en su consejo a lo más granado del monarquismo conservador español. José Gómez-Acebo Cortina, el asturiano Manuel Argüelles Argüelles y Pablo Garnica Echevarría (presidente de Banesto entre 1932 y 1959) fueron ministros de Alfonso XIII y Gómez-Acebo había sido confinado a Fuerteventura en 1924 por el dictador Primo de Rivera por haberse rebelado precisamente contra la decisión del Directorio de prohibir el doble ejercicio de la política y las finanzas.

Garnica, monárquico, decidido a garantizar la supervivencia de Banesto a cualquier precio, ofreció sus servicios al Gobierno de la República (que amablemente declinó el ofrecimiento) y contrató como director general al bancario y banquero republicano Epifanio Ridruejo para acercarse al nuevo régimen.

La sublevación militar del 18 de julio de 1936 colocó a Banesto en su sitio. Con el banco dividido entre las dos Españas enfrentadas, Banesto «puso desde el primer momento todo lo que tenía a disposición de la causa nacional», dijo Garnica en 1952.

El franquismo fue el período cumbre de Banesto. Pese al recelo del dictador hacia los monárquicos juanistas y hacia el poder financiero (Franco vetó un proyecto de fusión de los bancos Central e Hispano por suspicacia hacia el excesivo poderío bancario), nunca como en la larga etapa que va de 1939 a 175 fue tan evidente el reinado de Banesto.

El llamado «statu quo» bancario de los primeros años 40 (que dificultó en extremo la creación de nuevos bancos) fue la gran oportunidad para Banesto, que acelera su expansión por España con la anexión de nuevas entidades regionales y locales, a la vez que amplía sus posiciones industriales, comprando participaciones relevantes en industrias, compañías de seguros y sociedades de servicios y promoviendo nuevas empresas como Asturiana de Zinc en 1957.

Son las décadas en las que se incorporan al accionariado otros grupos dinásticos asturianos, como los acaudalados Selgas, de El Pito (Cudillero), y luego los asturmexicanos Cosío-Pando y también los vasco-catalanes afincados en Asturias Suñer-Abaitua.

Entre los años 50 y 60 el grupo asturiano se convierte en uno de los reductos regionales con más peso en el consejo (con Argüelles Armada, De la Mora Armada, Figaredo Sela, Sela Figaredo, Masaveu, Selgas...). En 1963 Banesto crea el banco industrial Bandesco; en 1967 suma ya intereses en 271 empresas españolas, y en 1968 se hace con los bancos asturianos Castelao y Trelles y ejerce el liderazgo de la banca española con 607 oficinas y una cifra de capital equivalente a casi el 50% de la suma de la del resto de los siete grandes bancos. «No se pone el sol en el firmamento de Banesto», dijo José Gómez-Acebo en la junta general de accionistas el 27 de abril de 1969.

El ingeniero donostiarra José María Aguirre Gozalo, fundador de Agromán, y que presidió la ponencia de obras públicas del Plan de Desarrollo franquista, asumió la presidencia de Banesto en 1970. Es el gran banquero español, el que instaura las comidas mensuales de los siete mayores banqueros del país en la planta noble de Banesto, el que ejerce la autoridad moral en el sector y el que ficha a ex ministros franquistas como José María López de Letona, Gregorio López Bravo y Federico Silva Muñoz para el consejo. Pero es también en la última etapa de su mandato cuando se incuban algunos de los graves problemas que llevaron a Banesto al desastre: una gerontocracia creciente en el consejo, pérdida de pulso en las familias y una carrera por el crecimiento para no perder la hegemonía frente al Banco Central. La compra del Banco Coca en 1978 abrió el primer gran agujero en Banesto, al que siguieron las pérdidas por la inversión en Tierras de Almería.

La llegada a la presidencia en 1983 de Pablo Garnica Mansi no enderezó el rumbo. La compra en 1986 de la Banca Garriga Nogués agrandó las pérdidas. El Banco de España se inquieta e impone como consejero delegado a López de Letona, que sólo encuentra el apoyo de Jacobo Argüelles Salaverría para hacerse con la presidencia. El resto de las familias se conjuran en contra. El Gobierno exige el saneamiento de Banesto con un agujero estimado de 73.000 millones. En el otoño de 1987, Mario Conde y Juan Abelló, aliados entonces, toman una participación relevante del banco tras la fastuosa plusvalía generada con la venta de Antibióticos a Montedison. Carecen de cualquier experiencia bancaria. Pero las viejas familias de Banesto, salvo los Argüelles, ven en Conde el redentor que los libre de López de Letona como futuro presidente impuesto. La oferta de fusión que plantea el Banco de Bilbao a Banesto el 19 de noviembre de 1987 y la inmediata opa hostil, el día 30, tras el rechazo a la unión amistosa, precipitan los acontecimientos. Garnica Mansi cede la presidencia a Conde y comienza el contraataque.

El Bilbao se retira. Y Conde se convierte en la gran estrella fugaz en el firmamento económico español. Banesto no resuelve sus problemas de solvencia. En 1988 intenta fusionarse con el Central. Son dos gigantes que se tambalean y tratan de sostenerse en pie apoyándose mutuamente, en un intento además de defenderse de cuatro enemigos comunes: los Albertos, Javier de la Rosa, KIO y Cartera Central. La fusión se rompe. Conde busca la salvación en J. P. Morgan, pero el Banco de España ya no espera más.

El 28 de diciembre de 1993 interviene el banco. Conde acaba encarcelado por delitos en su gestión al frente del banco. Banesto había dejado de ser «la historia de la austeridad y la rectitud», que había dicho en 1969 el marqués de la Deleitosa. El 25 de abril de 1994 Banesto fue adjudicado al Santander, que se hizo con el 73,45%, que en 1998 amplió con una OPA hasta el 89,74%. El 15 de enero de 1999 el banco cántabro absorbió a los ya fusionados Central e Hispanoamericano. El Santander, que en 1967 no estaba aún entre los siete grandes, se convierte en el mayor banco español. El último presidente de Banesto también es asturiano: Antonio Basagoiti García-Tuñón, vasco por vía paterna, es nieto, por la materna, del marqués de Las Regueras.