Ricardo Pedreira, catedrático emérito de Contabilidad, relataba ayer en sus memorias para LA NUEVA ESPAÑA la perplejidad que sintió cuando en un órgano de representación de la antigua Comunidad Económica Europea (CEE) al que pertenecía propusieron crear un grupo de asesores para los asesores. Él, que era uno de aquellos asesores primigenios, se opuso al dislate. Se veía lo bastante capacitado para asesorar sin necesidad de que nadie le asesorase a él previamente. Sin embargo, sus protestas fueron en vano y se contrató a los asesores que iban a asesorar a aquellos asesores. «O sea, que hay una cantidad de chupones tremenda», sostiene Pedreira un poco desencantado con aquella CEE, hoy convertida en UE.

El chupón existía en aquel año 1986 del que habla este catedrático y pervive hoy en día. De hecho, si finalmente contrataron a los asesores de los asesores, lo más coherente sería que un cuarto de siglo después ya hayan metido en plantilla al asesor del asesor del asesor del asesor del asesor y cada decisión se asegure asesorándola muchas veces a lo largo de varias capas superpuestas de asesores.

El chupón, que es una especie invasora, muy resistente y bastante cara, se amamanta a los pechos de la burocracia; en el oscuro canalillo del organigrama de algunas instituciones que funcionan como una generosa ama de cría -donde chupan dos chupan tres-. No en vano, los franceses, que saben de República, representan a Marianne guiando al pueblo en topless. Por algo será.

Ni en estos tiempos de crisis y poda masiva se puede levantar todavía la alfombra de un organismo europeo, ministerio, consejería, sede presidencial o parlamentaria sin que aparezca ahí tumbado en posición lactante alguno de esos chupones que ha recalado en un despacho para asesorar a los asesores de los asesores de los asesores de los asesores, sin que se sepa con exactitud qué hacen salvo seguir con el feliz período de la lactancia. Lo único que necesitan saber es que la cosa pública es algo parecido a los pechos de la estanquera de Amarcord: hay de sobra para todos.

Chupones, por desgracia, los hay y los habrá, tal es la naturaleza parasitaria del hombre. Ellos no son el problema. El peligro son los que, en su pequeño trono público, gustan de rodearse de caros lechones. Y algunos son esos mismos que últimamente nos conectan a una implacable ordeñadora.