Desde el último cuarto del siglo XIX hasta los años cuarenta del siglo XX se da la gran emigración de asturianos hacia América. Probablemente el número emigrantes se acerque al medio millón, Los lugares de destino se repartían, sobre todo, entre Cuba y Argentina, con emigraciones especializadas, como las de Llanes a México, de las Peñamelleras y Libardón a Chile, o de Pola de Allande y Piloña a Puerto Rico y Santo Domingo. Nuestros paisanos de la emigración necesitaron casi siempre un rincón atopadizo propio, fundando los centros asturianos. Aunque el asturiano se sintió siempre orgulloso de ser español, buscó un espacio propio, para sentirse protegido, donde jugar a los bolos, cultivar nuestro folclore y nuestra gastronomía, celebrar fiestas y, sobre todo, hablar de Asturias; discutir, por ejemplo, mientras se juega una partida al tute cabrón, si hay más distancia de Cornellana a Salas o de Cornellana a Grado. Sin embargo, los asturianos de Chile se han sentido siempre plenamente integrados en los estrados españoles de Santiago y de Valparaíso, sin que esa unión de los centros suponga ninguna dificultad.

Hace cien años, el 23 de febrero de 1913, fue fundado el Centro Asturiano de Buenos Aires, una de las grandes realizaciones de los asturianos en América. Es una Asociación de Socorro Mutuo, Previsión, Beneficencia, Cultura, Recreo y Deportes. Con anterioridad, nuestros emigrantes ya habían fundado el Centro Asturiano de Rosario, el 1-11-1904, el más antiguo del Cono Sur, y el Centro Asturiano de Santa Fe, el 8-1-1909. El Centro Asturiano de La Habana, el primero de América, data del 16-5-1886, y se crea a partir de la Sociedad Asturiana de Beneficencia, cuya labor asistencial, como era habitual en las colonias de españoles, se había puesto en marcha con anterioridad (1877) a la fundación del centro.

El 20 de abril de 1913, en uno de los salones del diario «La Prensa», se aprobaron los primeros estatutos y se confirmó la presidencia del tinetense Hipólito Fernández, que primero había sido emigrante en Cuba. Más tarde, la cervecera Quilme aportó un crédito de 300.000 pesos, que contribuyó a consolidar el nuevo centro. Una intensa campaña del semanario «Heraldo de Asturias» ayudó a convertir en definitivos los intentos anteriores de crear un Centro Asturiano. Entre los precursores figura el Centro Orfeón Asturiano (1888), en 1895 tuvo vida efímera un Centro Asturiano y en 1912 surge el Círculo Asturiano.

Muy pronto proliferaron los centros asturianos en Argentina, donde, actualmente, quedan unos 16 en pleno funcionamiento. Además, los concejos y no pocas parroquias crearon peñas y sociedades de ámbito local. Entre las parroquias, merece un reconocimiento especial el centro Hijos de Libardón. Esta parroquia de Colunga conseguía sentar a la mesa a cerca de quinientos comensales el día de San Roque en sus centros de La Habana, Santiago de Chile y Buenos Aires. Entre los centros representativos de concejos, cabe citar los de Cangas del Narcea (1925) y el Club Tinetense (1932). Que surgieron -según tradición oral- por una discusión sobre folclore, a comienzos de los años veinte, en el propio Centro Asturiano. Se cuenta que estaban bailando el «Son d'Arriba» un grupo de cangueses, cuando un directivo del centro les indicó que ese baile no era asturiano y que, por tanto, no debía ser bailado allí. Esta discusión absurda -ya que el «Son d'Arriba» se desarrolla en las dos vertientes de la montaña occidental astur-leonesa- puso en marcha una escisión que, más tarde, enriqueció el número de asociaciones asturianas en Buenos Aires. El Centro de Cangas del Narcea goza de buena salud, contando con una bolera de la modalidad occidental de bolo celta, así como de animadas y numerosas partidas de tute. Hace un par de años, el músico Héctor Braga hizo que se suspendieran de inmediato todas las partidas de tute cuando comenzó a cantar, a capela, «Los carromateros», la inmortal canción asturiana que grabó Quin el Pescador en 1929 en el sello Odeón. «Esto a mí me derrumba -dijo el jugador más próximo, dejando caer las cartas-, no sé ya cuántos años hace que no oigo cantar esa canción».

Los centros asturianos mantuvieron vivo nuestro folclore en los años sesenta y setenta, cuando apenas quedaban gaiteros y grupos de baile en Asturias. Particularmente, el Centro Asturiano de Buenos Aires contó, desde los años cincuenta, con uno de los mejores folcloristas que dio Asturias: Manolo del Campo. Su repertorio con el grupo «Pelayo» era increíble. En primer lugar, no sólo incluía el folclore del centro y del Oriente, como ocurría con la mayoría de los grupos asturianos hasta finales de los años setenta. Siendo originario de Villanueva de Pría, en Llanes, hacía que el grupo «Pelayo» bailara también la jota de Leitariegos, la muñeira de Boal, el careao y el rebudixu. Interpretaban el folclore de casi todas las regiones españolas, así como las chacareras, cuecas y otros bailes argentinos. Cuando Jordi Pujol visitó oficialmente Argentina, como presidente de Cataluña, quiso felicitar al director del grupo que había bailado en su honor una sardana. Su sorpresa fue enorme al confesarle Manolo del Campo que no era catalán, sino de Villanueva de Pría.

El Centro Juventud de Siero y Noreña cuenta con un formidable grupo folclórico, formado por discípulos de Manolo del Campo. La Escuela de Asturianía contribuye desde Asturias a la recuperación del folclore colaborando con todos los centros asturianos. El Centro de Degaña de Buenos Aires resiste admirablemente el paso del tiempo incorporando nuevas generaciones de astur-argentinos a sus actividades culturales y recreativas.

El Club Tinetense se transformó en una admirable residencia de ancianos, que cumple una decisiva función asistencial dentro de las colonias asturiana y española. El Ayuntamiento de Tineo ha dado el nombre de una calle a Venancio Blanco, director de la benemérita institución, quien, con tinetenses como Carlos Rodríguez -hijo del alcalde de Calleras durante la II República- hizo el milagro de convertir un centro venido a menos en un motivo de orgullo para todos los asturianos.

El espíritu universal de los asturianos de Buenos Aires se pone de manifiesto al elegir en 1927 el diseño para la casona de la calle Solís, sede del Centro Asturiano, con una portada inspirada en la fachada plateresca de la Universidad de Salamanca. La piedra sillar del edificio fue llevada de Covadonga en noviembre de 1926.

Por iniciativa del Centro Asturiano de Buenos Aires, en el Jardín de los Poetas, en los bosques de Palermo, figuran sendos bustos de los escritores Ramón Pérez de Ayala y Alejandro Casona, quien da nombre, además, al salón-teatro del Centro Asturiano. Mientras Pérez de Ayala publicaba sus colaboraciones en el diario «La Prensa», en el exilio español de la posguerra, Alejandro Casona escribía «La Dama del Alba» en un banco de la plaza San Martín de Buenos Aires. Sánchez Albornoz pronunció numerosas conferencias en el Centro Asturiano de Buenos Aires, siendo nombrado socio de honor y recibiendo la medalla de oro de la institución.

Por acuerdo de 26 de julio de 1936 el centro adquirió unos terrenos en Vicente López, a orillas del río de la Plata para la construcción de instalaciones deportivas y de recreo, que hoy tienen el nombre de Campo Covadonga.

En los últimos tiempos las sucesivas directivas han tenido que afrontar la disminución constante del número de emigrantes asturianos y las repetidas crisis económicas del país.

En estos cien años los asturianos de Buenos Aires han creado escuelas, caminos, traídas de aguas, asilos, parques, etcétera en Asturias. Han sido solidarios con los emigrantes asturianos más necesitados y, sobre todo, han contribuido con su esfuerzo y con su inteligencia a crear riqueza en las dos orillas del charco.