El viernes fui al cine con Pilar a ver la nueva versión de Anna Karenina. A la entrada me encuentro con Gerardo Herrero, amigo, compañero y vecino durante mi vivienda en la calle de Jovellanos, allá por el año l987, y desde entonces en constante comunicación, en tertulias, cenas, clases, en los tribunales, en la ópera. También en la Academia de Jurisprudencia, en cuyas sesiones coincidimos como miembros de número. A la sazón era fiscal superior de Asturias. Nos saludamos y cambiamos algunas palabras, interesándose por mi salud, cuyas vicisitudes ha seguido. Tenía sesenta y dos años, diez menos que yo, y siempre ha gozado de buena salud y buen humor. La noticia de su fallecimiento dio en seguida la vuelta a la ciudad. El suceso me ha producido una perturbación especial, por lo insospechado del evento, por la proximidad de nuestra última conversación y, sobre todo, por la desaparición inesperada de un amigo joven. A nadie nos pueden sorprender estas desapariciones repentinas porque forman parte de nuestro entorno, pero no acabamos de aceptarlas porque determinan una sensación de ruptura existencial tan tremenda como inasumible. Ha de pasar algún tiempo para que las cosas vuelvan a su cauce. Y mientras tanto, proyectas una película mental de vivencias comunes durante más de veinticinco años. Nos comunicábamos por el patio interior y le veía tomar los temas a los opositores que preparaba. Luego hablamos en la escalera y entraba en casa para ayudar en alguna reparación, porque era un manitas. Coincidimos en algunos juicios, él como fiscal y yo como abogado, en una inmejorable relación profesional. Dimos clases de Criminología en la Universidad porque había sido fiscal de vigilancia penitenciaria, y de eso sabía un rato. Me ayudó con su experiencia en la redacción del «Proceso penal». Me hacía precisiones, casi siempre acertadas, en los descansos de la ópera. Y en tantas ocasiones hablamos de todo, en el bar, en las cenas de dentro y fuera de casa, en la calle, en los pasillos de la Audiencia. Quise estar a su lado en momentos importantes, como en el acto de su toma de posesión como fiscal superior o la lectura de su discurso de ingreso en la Academia de Jurisprudencia. De todos nosotros se dicen y se podrán decir muchas cosas, pero de Gerardo hay una que nadie nos la va a discutir, era una gran persona, un buen compañero y gran amigo, y no porque haya fallecido, y casi siempre se dice en estos casos, sino porque es una verdad indiscutible, persona transparente y humana que siempre tuvo la palabra atenta y el gesto amigo. Fui al tanatorio a darle mi última despedida y a acompañar a su familia. Me comentó Esperanza nuestro último y reciente encuentro en el cine. Increíble. Adiós, Gerardo. Hasta siempre.