El súbito e inesperado fallecimiento de Gerardo Herrero, fiscal jefe de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia, ha conmocionado y entristecido no solamente al mundo jurídico asturiano. En estos días, desde ámbitos diferentes se ha recordado justamente su valía profesional, se le ha mostrado en sus inquietudes artísticas, y, sobre todo, en aquellos rasgos que le caracterizaban como persona abierta, generosa y tolerante. Semblanzas que han expresado, a la par, su amplia y reconocida consideración social y su mérito y capacidad como jurista. Y es que el siempre difícil maridaje entre la vida profesional y la vida social fue elegante y eficazmente resuelto por Gerardo Herrero. Tanto más iba ganando en estimación social, cuanto más acreditaba en su quehacer público esos valores de independencia e imparcialidad que son propios de nuestro Ministerio Fiscal. Gerardo Herrero no estaba encerrado en una torre de marfil, ni era ajeno a la sociedad de la que formaba parte; participaba activamente en la activa vida social de nuestra comunidad, como a propósito de la ópera en Asturias y de sus vicisitudes lo recordaba Jaime Martínez.

En esa dimensión social de Gerardo Herrero fue también figura clave Esperanza, su mujer. Ambos, cara y cruz de una misma moneda, compartieron aficiones y afanes artísticos: la pintura de Esperanza, cuyos cuadros de estilo naïf -¿reflejo quizá de su inteligente candor?- decoran su casa, el cine de Gerardo? No fue nada extraño que sus dos hijos, cumplida su obligada estancia universitaria, se encaminaran hacia la música moderna y el cine, siempre apoyados con inteligencia y generosidad por Esperanza y Gerardo. Todos recordamos cómo coadyuvaron a la producción del corto del hijo, director de cine, que alcanzó un merecido premio cinematográfico.

Terminada su licenciatura, Gerardo Herrero se inclinó hacia el mundo de la Justicia. Siendo ya secretario judicial, tuve el honor de ayudarle como preparador en las oposiciones a la Carrera Fiscal que ganó con brillantez; la suerte de coincidir, luego y por años, en la Fiscalía de Oviedo y la fortuna de pasar de ser colega a ser compañero y amigo, algo que, por lo general, terminaba por suceder a los que convivíamos en esos afanes y trabajos en nuestra Fiscalía. Particular relación de amistad mantuvimos a lo largo de los años al integrarse Gerardo Herrero con su esposa, Esperanza, en ese pequeño círculo de matrimonios unidos por vínculos judiciales, que año tras año, aprovechando la conocida fiesta del Bollo, hacíamos recorridos turísticos.

En ese clima de confianza y amistad, germen de todo buen quehacer colectivo, Gerardo Herrero se instaló con esa sencillez que le caracterizaba, aportando a esa entonces pequeña comunidad su saber jurídico, su simpatía, su generosidad. Plenamente integrado en la Fiscalía, su acercamiento a la realidad le llevó a desempeñar durante años la delicada función de fiscal de Vigilancia Penitenciaria. Maduró allí su comprensión humanitaria de la Justicia, acercando el cumplimiento de la pena de prisión al más alto fin de la reinserción social, a la que dio su preferencia. Precisamente esa experiencia y ese saber penitenciario fue el tema central de su discurso de ingreso como académico de número en la Academia de Jurisprudencia de Asturias. Con justicia accedió a la Jefatura de la Fiscalía sucediendo al malogrado amigo Rafael Valero. Gerardo Herrero es ya historia. Ha pasado a ser parte de la historia de la Fiscalía asturiana, una Fiscalía que a lo largo de los años supo generar y mantener una altísima reputación y buena fama. De la parte de la historia conocida por mí, Gerardo se inscribe en esa lista de grandes Fiscales Jefes, de aptitudes y caracteres diferentes, pero partícipes de la misma idea de eficacia y de rigor jurídico: Fernando Lavín, Rafael Fernández, Odón Colmenero, Rafael Valero. Y de tantos compañeros, fiscales y magistrados que nos han dejado imborrables y hermosos recuerdos.

De ese pasado, que para personas de «la vieja guardia» a la que ya pertenezco es aún casi presente, es ya parte Gerardo Herrero. Causante de una herencia que ha dejado para su sucesor, quien, como siempre ha sucedido, contará con la inestimable aportación de todos los demás fiscales. Gerardo será, para todos nosotros, el amigo inolvidable.