Vegadeo,

T. CASCUDO

Sin haber asimilado aún las experiencias vividas durante un mes en Groenlandia, el veigueño Alejandro Pacios ya prepara su nueva aventura, en este caso en el Amazonas. El periplo de este productor audiovisual de 29 años forma parte de la tesis doctoral del arqueólogo y amigo Santiago D. Domínguez, que realiza una investigación sobre las tribus cazadoras y recolectoras del mundo. Pacios se ocupa de filmar las formas de vida de las tribus que visitan con el objetivo de producir varios documentales que den soporte a la investigación del arqueólogo conquense. Natural de Vegadeo, Pacios está afincado en Cuenca, destino elegido para cursar la licenciatura en Bellas Artes y en el que finalmente se ha establecido laboralmente. «Empecé cargando un trípode y cuando me di cuenta estaba haciendo una realización con ocho cámaras; hoy tengo mi propia productora», así narra su fulgurante carrera. En territorio conquense le conocen por su vinculación a la Semana Santa, pues ha producido buena parte del material audiovisual que promociona institucionalmente la cita. Tiene también varios proyectos cinematográficos en curso, pero, sin duda, una de las experiencias más emocionantes es la que desarrolla junto al arqueólogo.

El trabajo de Domínguez busca conocer los distintos métodos de caza empleados a lo largo de la historia, como base para comprender mejor los hallazgos arqueológicos y buscando facilitar también el trabajo de los investigadores de generaciones venideras. Con este punto de partida, el arqueólogo convenció al veigueño para emprender esta aventura, que les llevó a pasar el último mes de agosto en Groenlandia. «Está haciendo el doctorado y me planteó esta idea de recorrer el mundo para ver cómo cazan las tribus. Es un proyecto a cinco años en el que además de Groenlandia iremos al Amazonas, a África y a Australia», explica Pacios. De cada viaje saldrá un documental que esperan poder comercializar con diferentes cadenas de televisión.

Después de los primeros contactos para viajar a Groenlandia, aterrizaron en esta isla a orillas del Ártico, donde se empaparon de la cultura de los inuit (nombre con el que se conoce a los pobladores de la isla). La aventura les obligó a acompañar a los nativos durante largas jornadas de caza: «La caza allí es totalmente tradicional, así que a las nueve de la mañana nos íbamos al monte y nos dedicábamos a patear durante horas».

Los inuit cazan sobre todo reno, niisa (un tipo de ballena) y bacalao, pero, incide Pacios, lo hacen para sobrevivir y con el único fin de obtener alimento. «La caza de aquí es un hobby, pero allí cazan por necesidad de obtener comida; de hecho, sólo cazan lo que van comer». Otro dato curioso es que en la isla apenas existen carreteras y se trasladan en barcas de un punto a otro. Como están obligados a realizar largos desplazamientos a pie una vez cazan una presa, la preparan para llevarse sólo lo que se van a comer y así evitan cargar con todo el animal. La convivencia con los inuit fue estrecha y permitió a los investigadores constatar las escasas referencias de España que llegan al Ártico. A pesar del aislamiento en el que viven las tribus, tenían referencias de la dictadura de Franco. «Lo que no sabían era si había ahora un Gobierno democrático o no. También tenían noticias de la crisis económica». Y poco más.

Ahora, Pacios y Domínguez trabajan para editar los 400 gigas de imágenes que se han traído de Groenlandia y convertirlos en un documental. «Vamos a trocear el viaje en cinco documentales de media hora. Además, queremos preparar un compactado de todo el viaje, que esperamos tener listo para el verano».

Pacios encontró en Groenlandia un paisaje familiar que le recordó al del alto de La Garganta, en tierras de los Oscos, y también regresó enamorado del carácter de los inuit, que les acogieron y facilitaron enormemente el periplo, contribuyendo a ajustar el presupuesto. El coste de la aventura era uno de los escollos fundamentales a los que se enfrentaban y por eso tuvieron que apretarse el cinturón al máximo.

El desembolso final se quedó en unos 5.000 euros. Además, pusieron en marcha el sistema del micromecenazgo, que persigue la inversión de particulares y empresas en el proyecto. «Funcionó bastante bien, aunque no pagó el viaje por completo. Pero también es cierto que lo promocionamos un poco tarde, así que la acogida fue bastante buena», explica Pacios. Si todo va bien, el próximo noviembre pondrán rumbo al Amazonas, y esta vez con la ayuda de una persona vinculada al programa «Al Filo de lo imposible», lo que les está facilitando en gran medida las gestiones previas.