Una famosa película de 1963, «La gran evasión», protagonizada por Steve McQueen, James Garner, Charles Bronson, Richard Attenborough, James Coburn y otros actores y dirigida por John Sturges, relataba la fuga de un numeroso grupo de oficiales ingleses y norteamericanos de un campo de concentración alemán durante la II Guerra Mundial, huida que sólo unos pocos consiguieron culminar con éxito. Nuestra Guerra Civil dio lugar a una fuga masiva de trescientos prisioneros republicanos asturianos de un fuerte situado en territorio franquista, muy lejos de su tierra, en la costa de Granada, operación culminada con total éxito.

La Delegación de Propaganda y Prensa de Madrid publicó el 9 de julio de 1938 un folleto titulado «Fuerte de Carchuna», en el que se relataba esa acción, que pasa por ser la primera y única de un comando en la Guerra Civil española. La protagonizó una treintena de hombres, de los cuales cinco eran asturianos y tenientes del Ejército popular republicano. El máximo responsable de la operación fue el mayor jefe de la 71.ª División, Luis Bárzana, también asturiano, y se saldó con la liberación de 305 soldados republicanos prisioneros en el fuerte de Carchuna, situado en Los Llanos de Calahonda, en la costa granadina, cerca de Motril. «Audacia, organización y disciplina» son las tres características que el mando del XXIII Cuerpo del Ejército de la España republicana destacó de esta acción. Los prisioneros liberados eran miembros del Ejército republicano del Norte, asturianos en su inmensa mayoría, que habían sido apresados tras el fin de la guerra en el Norte.

El fuerte de Carchuna se encuentra a unos cien metros de la costa y su guarnición estaba formada por un alférez, varios sargentos y veintitantos soldados. Los prisioneros eran empleados en la construcción de un campo de aviación y una carretera militar. El trabajo era muy duro y las condiciones de vida en el fuerte acentuaban la penuria que padecían los prisioneros. Además, algunos habían dado identidades falsas y empezaban a llegar inspecciones para reconocer si alguno había desempeñado algún cargo de responsabilidad.

Las líneas republicanas estaban muy cerca y cuatro de los asturianos presos tomaron la decisión de escapar con la idea de volver para liberar al resto de los compañeros. Tras muchas charlas, cuatro hombres, Joaquín Fernández Canga, de Sama de Langreo y 22 años, Secundino Álvarez Torres, también de Sama y 25 años, Esteban Alonso García, de 23, y Cándido López Muriel, de 23, todos tenientes del Ejército republicano del Norte, tomaron la decisión de llevar a cabo la fuga. Si lograban alcanzar las líneas republicanas, desde éstas se dispararían tres cañonazos para dar cuenta de su éxito.

Joaquín Fernández Canga fue uno de los más dinámicos de todos. En las salidas al trabajo en el campo observaba el terreno y lo dibujaba, buscando el mejor camino por el que tenían que evadirse. Cada uno de ellos dormía en una nave distinta y tras poner al corriente a los vecinos del dormitorio y calmar las ansias y los ímpetus de muchos de unirse a la fuga, fijaron la tarde del 19 de mayo de 1938 para escapar. A las seis de la tarde, sin armas de ningún tipo, emprendieron la fuga. Caminaron primero en dirección contraria al frente republicano, para posteriormente, descalzos, retomar el buen camino. El terreno estaba salpicado de vaguadas y marcharon durante seis horas, a tumbos, hasta llegar ante las líneas de sus correligionarios republicanos, donde gritaron: «¡Viva la República!», «Salud, camaradas» y «Viva Asturias», mientras subían una última pendiente con los brazos en alto. La posición a la que llegaron estaba defendida por los soldados de la 55.ª Brigada, que los acogieron con los brazos abiertos y «la emoción profunda que se siente (...) cuando un soldado de nuestras líneas abraza a un evadido del campo enemigo», según se cuenta en el folleto «Fuerte Carchuna». Eran las tres de la madrugada del 20 de mayo.

Los evadidos no traían en mente otra idea que la de regresar al fuerte para liberar a sus compañeros y reclamaron entrevistarse con los mandos de la 55.ª Brigada y posteriormente con el jefe de la 71.ª División, que era el asturiano Luis Bárzana. El encuentro de los cuatro tenientes evadidos con Bárzana fue muy emocionante y consiguieron convencer a éste para patrocinar un plan para liberar a los asturianos de Carchuna, de cuya existencia ya se tenía noticia en las líneas republicanas. Primeramente, se dispararon los tres cañonazos convenidos.

Entre los sargentos de la guarnición de Carchuna había un malagueño, Rafael Guerrero Rodríguez, reclutado por el Ejército franquista, pero de simpatías republicanas, que junto a otros sargentos decidieron no pasar lista la noche de la huida, el 19 de mayo, y a la mañana siguiente para no denunciar la fuga y dar más posibilidades de éxito a los fugados. Cuando ya no había duda de que habían logrado su objetivo, denunciaron al alférez, jefe del cuartel, la ausencia de los prisioneros.

En el plazo de dos días se elaboró el plan de rescate y se decidió su ejecución. Lo primero que se planteó era si los cuatro tenientes huidos estaban dispuestos a participar en la operación, a lo que todos accedieron. Para llevarla a cabo se preparó un grupo de treinta hombres, entre soldados de la 55.ª Brigada, paisanos guerrilleros de la zona y los cuatro asturianos, todos al mando del teniente Bill. En Castell de Ferro, lugar costero muy próximo, se prepararon dos embarcaciones a motor que habían de trasladar al comando. El teniente Bill mandaba una de las motoras y lo acompañaba el teniente asturiano Fernández Canga; la otra embarcación iba dirigida por el teniente José Fernández Rodríguez, asturiano también, que era el ayudante de Luis Bárzana, y con él iban los otros tres tenientes evadidos. A la una de la madrugada del día 23 de mayo salió la primera motora, y cuando la segunda iba a hacer lo mismo, una avería en el motor le impidió emprender la marcha. Se reparó la avería, pero el retraso impidió a la segunda barca contactar con la primera y llevar a cabo la operación. Ambas anduvieron navegando perdidas hasta que decidieron volver a la base.

Para que no trascendiera ninguna noticia de lo planeado, los participantes fueron encerrados y aislados. La misma noche del 23 de mayo, a las 22.00 horas, se volvió a repetir el intento, realizando algún cambio entre los expedicionarios. Sólo se disponía de una motora, a la que se ató una lancha de remos. Bárzana supervisó toda la operación. En la motora embarcaron el teniente Bill, José Fernández Rodríguez, el ayudante de Bárzana y quince soldados. El resto fue en la de remos.

Las dos barcas llegaron a la altura del cabo y faro Sacratif, muy cerca del lugar elegido para el desembarco. Lo hicieron los primeros en la barca de remos, que se acercó a tierra. Cuando la de motor intentó la misma maniobra tropezó con unas rocas y tuvieron que echarse al agua y con ésta al cuello llegar a tierra. Una vez desembarcados todos, ordenaron a las dos lanchas que regresaran a la base de Castell de Ferro, dispuestos como estaban a llevar hasta el final su acción. «O vencemos o morimos», se dijeron.

La primera maniobra fue ocupar una chabola utilizada por los carabineros, que estaba antes del fuerte, donde no encontraron a nadie. En ella se dejaron provisionalmente las bombas de mano que transportaban. Lo siguiente fue cortar los hilos del teléfono para que no se pudiera comunicar con la guarnición de la Guardia Civil de Calahonda con Motril, de lo que se encargaron Joaquín Fernández Canga, dos guerrilleros, un tirador y un enlace. Otros tres guerrilleros y dos soldados marcharon a vigilar la carretera que conducía desde el fuerte a Calahonda. El resto, al mando del teniente ayudante de Bárzana, José Fernández Rodríguez, se dirigió a tomar el cuartel.

Mientras tanto, una compañía especial de la 221.ª Brigada republicana tomó posiciones frente a las posiciones franquistas en el barranco de Vizcaína, dispuesta a abrir fuego contra las líneas enemigas en cuanto se oyeran los disparos que sobre Carchuna hicieran los asturianos, a fin de despejar el camino de retirada. Luis Bárzana, el teniente coronel José María Galán, hermano de Francisco Galán, militar republicano que había luchado en Asturias, y otros jefes del XXIII Cuerpo del Ejército republicano esperaban expectantes tras sus posiciones el desenlace de la operación.

Del grupo de asalto al cuartel se separaron tres grupos mandados por los tenientes asturianos Secundino Álvarez Torres, Esteban Alonso García y Cándido López Muriel, con tres soldados cada uno. Fueron acercándose en columna de a uno y rodearon el fuerte, reuniéndose en una esquina los tres jefes con el teniente José Fernández Rodríguez, jefe de todo el grupo. Vieron entonces venir a un prisionero tapado con una manta. Uno de los tenientes asturianos se acercó a él y le preguntó:

-¿Tú eres asturiano?

El prisionero reconoció la voz de su paisano y contestó:

-Mecachis en diez. ¿Venís desde Asturias andando?

Se dirigieron entonces hacia la puerta del fuerte donde estaban dos centinelas, a los que se acercaron sin que se dieran cuenta, dándoles el alto. A los dos se les cayó el fusil de la mano y pusieron los brazos en alto. Se informaron de dónde había otros centinelas y el teniente López Muriel fue en su búsqueda. Otro guardia que estaba en el exterior hizo ademán de disparar, pero fue herido antes de conseguirlo. Otro centinela que había por el exterior fue silenciado por el teniente Fernández Canga, que tras cortar los hilos telefónicos se incorporó con los asaltantes.

Todo fue muy rápido y no dio tiempo a los guardias de dentro a reaccionar. Los tenientes asturianos se dirigieron a toda velocidad hacia las habitaciones del alférez y de los sargentos, provistos de sus armas y sus linternas. El alférez se entregó inmediatamente, pero los sargentos que dormían juntos en otro cuarto echaron el cerrojo. Desde fuera llamaron al sargento Guerrero:

-¡Guerrero, salte, que no pasará nada!

El sargento salió, pero sus compañeros, temiendo que fuera una emboscada, dispararon hacia el exterior sin consecuencias. Se lanzó una bomba y entonces todos los sargentos salieron con los brazos arriba. Mientras, se había ido entregando el resto de la guarnición y los asturianos presos, alertados por los disparos, gritaban desde sus dormitorios:

-¡Viva la República! ¡Viva Asturias!

Impacientes esperaron hasta que el fuerte de Carchuna estuvo totalmente dominado. Toda la guarnición fue puesta en fila en una habitación y se reclamó la presencia de tres de los asturianos presos para que señalaran quiénes eran «los verdugos del fuerte». Fueron denunciados el alférez, tres sargentos y el cabo furriel. Sin más dilación, fueron puestos contra la pared y fusilados. Los tres sargentos y el cabo cayeron desplomados, pero el alférez salvó en primera instancia e inició la huida. Rápidamente fue alcanzado y ejecutado.

Inmediatamente, se repartieron los treinta y dos fusiles de la guarnición entre los liberados y a otros cuarenta voluntarios se les armó con las bombas de mano que se habían almacenado en la chabola de los carabineros. Formados todos en línea de tres, se dirigieron hacia Calahonda, donde se produjo un choque con fuerzas de la Guardia Civil, en el cual resultaron muertos dos de los asturianos liberados, antes de apoderarse del pueblo.

Mientras todo esto sucedía, la compañía especial de la 221.ª Brigada esperaba a oír el fuego de los asturianos liberados para iniciar su ataque. A las cinco menos cuarto de la madrugada se oyeron los disparos y comenzó su ofensiva para facilitar el paso de las líneas de los liberados. La sorpresa y el verse atacados por el frente y la retaguardia, desde donde presionaban los asturianos fugados de Carchuna, facilitaron la caída de la posición franquista y la desbandada de sus defensores. Los huidos pudieron ganar las líneas republicanas atravesando el puente del Torilejo, culminando con éxito su acción, aunque con algunos heridos. Ya en territorio republicano fueron recibidos con emoción y abrazos por Bárzana, el teniente coronel Galán y otros mandos.

El general Ramón Salas Larrazábal, en su «Historia del Ejército popular de la República», escribe que «este golpe de mano fue lo más espectacular de cuanto realizó el Ejército de Andalucía». Luis Bárzana, el jefe de 71.ª División, y Ramón Pedrosa, jefe de la 55.ª Brigada, fueron distinguidos con la medalla del deber.