Personaje escurridizo en extremo, más allá de su papel como defensor de Oviedo -cuestionado, no obstante por el comandante Gerardo Caballero en un informe de 1943-, y como capitán general de Valencia -donde persigue y fusila a falangistas-, el general Antonio Aranda Mata (1888-1979) ha pasado a la historia como el conspirador por excelencia y en la nómina del MI-6, el servicio de inteligencia del Reino Unido. Este último dato, ya conocido desde hace años, acaba de ser verificado con la reciente desclasificación de documentos secretos de los archivos nacionales británicos.

Dichos documentos incluyen un informe y dos telegramas en los que se explica el plan para hacer llegar fondos británicos -a través del banquero Juan March- a diversos generales españoles. Por lo que se refiere a Aranda, la cantidad que se le asigna es de dos millones de dólares, la misma cifra que al general Nicolás Franco -hermano del Caudillo-, y al general Varela. Se trata de un plan en ciernes, lo que significa que esos documentos no atañen a las cantidades que pudieron ser entregadas efectivamente, según apunta a LA NUEVA ESPAÑA el historiador Luis Suárez.

En cualquier caso, el referido informe está fechado en junio de 1940 y describe el plan que el embajador de la Gran Bretaña en Madrid, Samuel Hoare, propone directamente al primer ministro Winston Churchill. El objetivo es evitar la entrada de España del lado de Hitler en la II Guerra Mundial y la situación española se describe del siguiente modo: «Franco desea permanecer neutral, pero está aterrorizado por Alemania; Suñer, Yagüe y el ala izquierdista de la Falange favorece la intervención; el ala derechista (requetés, carlistas, empresarios, la mayoría del Ejército y los campesinos), a favor de la neutralidad».

Hoare propone trabajar junto al «ala derechista» y reforzarla. El informe detalla la existencia de un «anillo interior» de cinco miembros: Nicolás Franco (entonces embajador en Lisboa), Varela (ministro del Ejército), Aranda, Gallarza (ministro del Interior) y Kindelán, capitán general de Cataluña. De ellos se dice que están «en contacto con March, pero desconocen la conexión británica». En efecto, el banquero de origen mallorquín les ha ofrecido los fondos, pero les ha dicho que proceden de empresarios y banqueros españoles que abominarían de que el país se involucrara en otra guerra justo después de la contienda civil de 1936-1939.

El informe habla también de un «círculo exterior» de siete generales que están «en contacto con los otros cinco, pero no saben nada de March»: Queipo de Llano, Orgaz, Moreno, Alonso, Solchaga, Asensio y Muñoz Grandes». Todo el plan que se le propone a Churchill suma 20 millones de dólares, unos 330 al cambio actual. El plan tuvo vigencia hasta 1943, año en el que Alemania se desfonda en la campaña de Rusia e Italia comienza a ser invadida tras el derrocamiento de Mussolini. Franco ya miraba entonces hacia los aliados, excluida Rusia, evidentemente.

Pero antes de ello, la entrevista de Hendaya entre Franco y Hitler, en octubre de 1940, ya había dado a los británicos indicios de que España sería neutral, lo cual habría debilitado la intensidad, incluso monetaria, del «plan Hoare». No obstante, el complot del embajador tenía una segunda parte: crear una red clandestina preparada para dar un golpe de Estado si Hitler invadía España. El referido informe lo detalla de este modo: «Bajo ellos (los generales en nómina) existe una completa organización, antisabotaje y antiquinta columna, repartida por toda España. El objetivo es dar un golpe de Estado en fecha temprana y liquidar a Suñer, Yagüe y el partido pro Eje (Alemania y sus aliados). Franco podría permanecer como jefe de Estado y se piensa que él podría aprobar la conspiración, que se puede poner en marcha en cualquier momento y arrancará tan pronto como el factor Suñer realice un movimiento».

Rafael Moreno Izquierdo, profesor de Periodismo en la Universidad Complutense e investigador en Washington de los servicios de espionaje en España durante la II Guerra Mundial II, ha analizado los documentos recién desclasificados, «que están contenidos en el legajo denominado "neutralidad española"», según explica a LA NUEVA ESPAÑA. «Los historiadores habían investigado ya los sobornos, pero no se sabía a cuántos iban dirigidos ni cuál era su cuantía», indica Moreno, quien resalta cómo Aranda está «entre los líderes, ya que incluso había pedido armas a los EE UU».

En efecto, uno de los pasos del «defensor de Oviedo» en su larga carrera conspirativa fue el que describe Manuel Ros Agudo en su libro «La guerra secreta de Franco» (2002). Citando al historiador americano David Stafford, Ros Agudo relata que «en marzo de 1942 Aranda había contactado con la Embajada norteamericana en Madrid pidiendo armas para el caso de que una junta militar se hiciera con el poder. El golpe tendría lugar, precisó Aranda: a) si la guerra terminaba y Franco no era capaz de mantener la ley y el orden; b) si Alemania invadía España y Franco no organizaba una resistencia efectiva; c) si el Caudillo rechazaba tal resistencia o daba a las fuerzas alemanas derechos de paso por España en dirección al norte de África».

«EE UU sigue con España la pauta marcada por la inteligencia británica», precisa Rafael Moreno acerca del hecho de que Aranda se dirigiera en ocasiones a los americanos. En todo caso, lo que los National Archives de EE UU y los de la Inteligencia británica ponen de manifiesto es que Aranda «es un conspirador nato, que incluso busca protagonismo. También consigue apoyos y no es un lobo solitario», comenta Rafael Moreno. Pero, ¿qué ideas hay en la cabeza de este peculiar conspirador? «Da bandazos, no es dogmático, ni siquiera coherente a lo largo del tiempo», agrega el profesor de Periodismo, que advierte cómo «una petición suya de entrar en la masonería en 1935 significaba vincularse a una entidad liberal, pero también apoya a Franco en el alzamiento, y luego propugna una monarquía para España, si bien no se trataría de una monarquía liberal, sino al estilo de Alfonso XIII y Primo de Rivera, es decir, con un hombre fuerte bajo el Rey».

Pero más allá de diseños hipotéticos, «el problema de Aranda es que actúa frívolamente porque todo el mundo sabe que está conspirando; Franco lo sabe, pero no ve un peligro real en ello y dejarle hacer servía para simular que su régimen no era una dictadura férrea», explica Rafael Moreno. Este juicio sobre Aranda es el más extendido entre los historiadores. Por ejemplo, Paul Preston, en sus estudios sobre el franquismo, califica a Aranda como «el más enérgico y vocinglero; era notoriamente indiscreto y Franco sabía que estaba en contacto con los británicos. Se le atribuían sentimientos republicanos y no ocultaba sus contactos con la oposición antifranquista verdadera, la de izquierdas. Aunque en las comunicaciones con sus interlocutores británicos e izquierdistas se refería continuamente a un inminente golpe contra Franco, su principal actividad consistía en hablar. Al final los británicos lo consideraron un veleta, indigno de toda confianza y sin lógica».

Sin embargo, ¿cómo es posible que a un hombre así le hubieran reservado dos millones de dólares? Porque, al menos hasta 1943, el concepto que de Aranda tenían los británicos era altísimo. En un informe del embajador Hoare de marzo de 1942, -recogido por el citado Manuel Ros- se dice del general español que «aunque más que ligeramente inclinado a un fácil optimismo, demuestra netamente más sabiduría política que la mayoría de los dirigentes de España, y se le menciona frecuentemente como posible líder de la Junta de generales que podría hacerse con el poder si la Falange se desacreditara».

Según Rafael Moreno, «Aranda había logrado los apoyos británicos y americanos, que confían en él como fuente de información, pero tras la entrevista de Hendaya disminuye la tensión de la entrada de España en la guerra y al final de ésta, en 1945, los ingleses se preguntan si hay que cambiar el régimen de Franco, pero no se piensa en don Juan ni en Aranda, al que no consideran serio como para aglutinar la oposición española; por tanto no hay opción alternativa y sigue Franco».

El asturiano Enrique Moradiellos, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura y autor del libro «Franco frente a Churchill», califica a Aranda de «personaje multifacético que cubre distintos papeles». Su tipo corresponde al de «un militar muy característico, no católico integrista ni filofalangista, pero conservador y persona de orden». Tras su paso por África y «siendo republicano, como Queipo de Llano, se decanta por la sublevación de 1936 y consigue defender Oviedo, pero después no está de acuerdo con la deriva filofalangista del régimen». Moradiellos describe cómo «de 1939 a 1942 la dinámica española enfrenta a la Falange con militares apoyados por la Iglesia que no quieren ceder poder a Serrano Suñer».

En ese marco, la actuación de Aranda como gobernador militar de Valencia fue ilustrativa y la reseña Ismael Saz Campos, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia. «Hay un choque frontal con la Falange y una pugna por el control, según testimonio que recogí de Adolfo Rincón de Arellano, jefe local falangista de Valencia». El autor de «España contra España» hace referencia a la «concentración de fascistas con motivo del aniversario del final de la guerra en Valencia, el 21 de abril de 1940, con toda la plana mayor nacional desplazada a la ciudad; fue una demostración de fuerza que, según los convocantes, reunió a 200.000 personas». Saz Campos juzga que el intento por parte de Aranda de «minar el poder de la Falange fue la etapa previa a su época de la conspiración».

De hecho, el general fue destituido en el Gobierno militar de Valencia en ese mismo abril de 1940, pasando a ser director de la Escuela Superior del Ejército. Antes, ya en 1939, con motivo del traslado de los restos de José Antonio Primo de Rivera al Valle de los Caídos, desde Alicante, miembros de la Falange asaltaron la prisión de esa localidad levantina. A continuación, Aranda ordenó la persecución y el fusilamiento de varios falangistas.

Ademas de esos hechos, «Aranda pertenece al grupo de los que habiendo tratado de tú a Franco, pero ahora no lo llaman Excelencia o Caudillo; son Orgaz, Varela o Kindelán, entre otros», precisa Moradiellos, quien agrega que las pretensiones conspirativas de esos generales dan un giro cuando presentan a Franco el «manifiesto de los capitanes generales de septiembre de 1943, en el que fracasan porque no todos lo firman». En ese momento, «Kindelán llega a la conclusión de que se puede actuar con o sin Franco, pero no contra Franco», añade Moradiellos. Será el general Varela el que entregue dicho manifiesto al Generalísimo, que viene a decirle: «Varelita, si permanecemos unidos no llegaremos al extremo, porque si cae el portero caen todos». Moradiellos sitúa esas frases en el mismo plano que «cuando Franco afirma que nunca será una reina madre, o que si sale lo hará en un féretro, es decir, yo o el caos».

Respecto a todo ello, «Aranda es el hombre que ha quemado sus cartuchos en seguida, mientras que las nuevas generaciones de oficiales que hicieron la guerra con Franco se adhieren a éste y la inteligencia británica o la americana se deciden, no por un programa de máximos en España, sino de mínimos», explica el profesor de Extremadura. Por ejemplo, «Franco permite en 1944 que los americanos utilicen la base del Ifni en los bombardeos sobre Alemania, y Churchill no quiere forzar incertidumbres políticas en España porque desde 1943 el Ejército Rojo avanza y el primer ministro inglés teme una España comunista».

Moradiellos sostiene: «de ahí que Gran Bretaña no aliente el golpe de fuerza ni de republicanos ni de monárquicos, ya que personajes como Pedro Sainz, Gil Robles, Kindelán o Aranda tienen contactos con la izquierda y con los republicanos moderados». A esas alturas, «Aranda está muy calado por los británicos», argumenta Moradiellos, «y el general forma parte de ese grupo de destituidos y cesados que dicen que pueden hacerlo y que saben más de lo que en realidad saben». En efecto, desde diciembre de 1942 Aranda Mata se halla en la reserva forzosa. De ellos, «Anthony Eden, que al cabo de los años sucederá a Churchill como primer ministro, decía en esa época que otra vez estos militares españoles estaban anunciando el golpe, pero que no lo creería hasta que lo viera».

En cuanto a la recepción de los fondos ingleses, Moradiellos precisa que «los generales implicados no siempre creyeron que eran sobornados por los británicos, sino que recibían el dinero de un grupo de empresarios, según les decía March». Era el mismo esquema que el propio March había utilizado antes de la guerra civil «con Mola, con Franco, con la Comunión Tradicionalista o con la Falange, es decir, cuentas preparadas para eventualidades; es una forma de organizar una conjura», concluye Enrique Moradiellos.

La figura de banquero ha sido objeto de estudio por parte del historiador Pere Ferrer, autor del libro «Juan March, el hombre más misterioso del mundo». Según Ferrer, «Aranda fue el número uno de aquella conspiración, y aunque no era un general líder entre los oficiales, a diferencia de Ordaz o Kindelán, sí era el más próximo a los intereses de los aliados». La prueba de esa preferencia por Aranda es que «la Embajada británica en Madrid recibe un télex en el que se indica que estén preparados para dar asilo político a March y Aranda si fuera necesario», agrega el historiador mallorquín.

Sin embargo, más tarde, «los británicos llegan a tener sus dudas con Aranda, aunque cuando le preguntaban si su gente estaba preparada siempre respondía que sí y se reafirmaba». Al general español «le veían titubeante y sin la condición de líder con ascendiente en el Ejército». Además, añade Pere Ferrer, «Aranda no tenía mando en tropa, ya que Franco, que también dudaba de él, le había apartado de todo y sospechaba que fuera masón». Ferrer señala, por último, que tras el plan de sobornos «la Embajada británica da a entender que el cambio de Franco en 1943 fue por la marcha de la guerra, más que por la labor de los generales». El historiador Luis Suárez es también de la opinión de que Aranda «es un personaje sumamente confuso, que fue cambiando de pensamiento, y cuyo punto débil fue su imprudencia». En el lado contrario, Franco «fue cauteloso con Alemania y cuando el germanófilo Serrano Suñer se va en una ocasión a Berlín ve que le están tratando como a un lacayo; se lo cuenta al conde Ciano en Roma y al volver apoya a Franco en no entrar en la guerra junto a Hitler». Todo ello sucede con «suavidad y silencio», resalta Suárez, pero «Aranda no entiende y quiere acciones públicas, un bombazo o cosas por el estilo; ahí estaba el error, en dar bombazos y en su protagonismo».

En cuanto al plan británico de sobornos, Luis Suárez señala: «No hay constancia de que se hayan ejecutado todas las entregas, sino que podían se cuentas en reserva como las que March utilizó el 18 de julio de 1936». La pista del dinero recibido por Aranda podría rastrearse en cierto modo, opina el periodista y escritor valenciano Francisco Pérez Puche: «En Valencia se ha dicho que tal finca o tal edificio habían pertenecido a Aranda, pero habría que investigarlo y comprobar si manejaba propiedades». En cualquier caso, «el plan británico de intervención en España no fue aplicado en su totalidad, de modo que James Bond, del MI-6, no tuvo que venir en ese momento», concluye irónicamente Luis Suárez.

A lo largo de 1943, hace ahora setenta años, se concentran varios hechos que refrendan la complejidad del general Aranda, que recorre las fases de militar africanista (1913-1931); republicano liberal que solicita su ingreso en la masonería (1935) y establece contactos con las izquierdas; coronel defensor de Oviedo (1936); gobernador militar de Valencia, antifascista y opuesto a Serrano Suñer (1939-1940); y conspirador en contacto continuo con británicos y americanos (1941-1943), para desembocar en la defensa de una opción monárquica que se superpusiera al régimen de Franco.

Precisamente en junio de 1943 Aranda informa a la Embajada británica en Madrid de liderar un frente unido con la finalidad de restaurar la monarquía y abolir la Falange con sus inclinaciones pro Eje. Pero a esas alturas, los británicos ya no se fían de las promesas de golpe de Estado. También en 1943 se producen investigaciones acerca de la condición masónica de Aranda. El expediente no se cierra hasta 1947 y la conclusión es que el militar había solicitado su ingreso en una logia, pero que había sido rechazado.

Por último, ese mismo año es el de la datación del informe del comandante Gerardo Caballero Olabézar, cuyas notas -conservadas en la Fundación José Barreiro de Oviedo- apuntan a que en julio de 1936 hubo en Aranda «vacilaciones y zigzagueos hasta dar con el camino de la verdad». Según el historiador Adolfo Fernández, vicedirector de la Fundación, los documentos de Caballero insinúan que Aranda «fue forzado a sublevarse», ya que su postura dubitativa podía estar relacionada con «las buenas relaciones que mantenía con Indalecio Prieto o con que Amador Fernández y Rafael Fernández no sospechan que Aranda fuera un militar que se sublevase». Al otro lado, «Caballero era muy falangista».

Tras su historial conspirativo, Franco apartó a Aranda definitivamente del Ejército en 1949 y en 1976 Juan Carlos I lo ascendió a teniente general, por su orientación monárquica y tal vez por sus grandes dudas.