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l Armeros en Trubia. «Nací en Oviedo, en una calle que ya nadie conocerá como tal, la calle de las Dueñas, que ahora se llama Palacio Valdés. Nací en un edificio de la placita que hay en esa calle, el 11 de agosto de 1917. Mi hija Margarita nació también el 11 agosto, pero no de 1917, por supuesto. Voy camino de cumplir el siglo, y a ver si llego... Mi madre, Etelvina, un nombre muy asturiano, era de Oviedo. Etelvina Miaja Menant, hermana del general. Mi abuela materna, Elisa, que murió dos meses antes de que yo naciera, era también de Oviedo. Y su esposo, mi abuelo materno, Eusebio Miaja Alonso, era de Trubia. Toda su familia fue de armeros que habían venido de Éibar (Guipúzcoa), los habían traído como técnicos a la Fábrica de Cañones de Trubia, que se había establecido a finales del siglo XVIII. Mi abuelo fue después armero en la Fábrica de la Vega, en Oviedo. Por parte de mi padre, que se llamaba Nicolás Rodríguez Suárez, toda la familia procedía de Cudillero; eran pixuetos. Mi padre fue comerciante muchos años en Oviedo y tenía su negocio en la calle Fruela, donde creo recordar que después hubo otro comercio que se llamaba La Innovación».

l Militar africanista. «Mi tío, el general José Miaja Menant, había nacido en Oviedo en 1878 y el año en que yo vine al mundo él estaba destinado en Asturias. Había ingresado en la Academia Militar de Toledo y después fue destinado a Oviedo como segundo teniente en el cuartel de Santa Clara, que hoy es el edificio de Hacienda. Yo nací en plena huelga revolucionaria de 1917, en agosto, y de ahí me debe de haber venido lo de izquierdista. Después, mi tío fue destinado a Melilla, así que fue "africanista". Más tarde tuvo varios destinos en la Península. Estuvo en Pravia y también en la provincia de Santander. Más tarde fue a Murcia y a Alicante, donde en 1921 nació su hija Josefa, Pepita Miaja, que después sería mi esposa. Ella sólo vivió cuarenta días en Alicante, los de la cuarentena posterior al parto de su madre. Para entonces se había producido el Desastre de Annual, en África, y a José Miaja lo destinaron inmediatamente para allá, de modo que fue la segunda vez que iba a África. Mi mujer se crio en Melilla prácticamente y luego su padre ya fue destinado a Badajoz, donde ascendió a general. De ahí pasó a Madrid, a la I Brigada de Infantería, y después a la I División del Ejército de la República, también con sede en Madrid. Luego estalló la guerra civil».

l Un alcalde y un docente. «Un alcalde de Oviedo, Félix Miaja, era primo carnal de José Miaja y de mi madre. Fue el segundo alcalde de la República en Oviedo; el primero lo había sido Luis Laredo, creo recordar. A Félix Miaja lo pilló la guerra, lo apresaron al empezar la contienda y el cerco de Oviedo, lo condenaron a muerte y después lo indultaron. La condena debió de ser porque después de Octubre de 1934 él, que era abogado, había defendido a varios de los inmiscuidos en la revolución. Eso y el haber sido alcalde durante la República parece que era motivo de un crimen terrible. Terminada la guerra se fue a Madrid y murió por una operación insignificante a la que se sometió. Y otro pariente de mi familia fue Pablo Miaja, que hoy da el nombre al Grupo Escolar Pablo Miaja, aunque durante la dictadura de Franco habían suprimido su nombre. Pablo era hijo de un hermano de Eusebio Miaja, es decir, también primo del general y de mi madre. Durante la guerra civil lo habían mandado a Rusia al frente de un grupo de niños de la guerra. Allí estuvo algún tiempo y luego regresó a España. Tenía unos parientes o amigos en la Argentina y allá se exilió y allí murió. Republicano de toda la vida, era un hombre romántico. Me acuerdo muy bien de él, con su barba muy respetable. Fue una persona muy popular y respetada, muy dado a las labores sociales y a la educación moderna de los niños».

l El torno del hospicio. «Cuando me preguntan cómo encuentro Oviedo en la actualidad digo lo mismo que cuando me preguntan por Madrid: "¿Está muy cambiado?". "No, encuentro que está muy crecido". La zona del Cristo de las Cadenas, por ejemplo, eran todo prados, tal como yo la recuerdo, y ahora todo eso es una ciudad. Este hotel de la Reconquista, donde estamos hablando ahora, era el Hospicio y me acuerdo perfectamente bien de que su director, en aquella época, era don Macario Iglesias, que también había sido hospiciano. Me acuerdo de que tenían el torno en un lado de la fachada, el trono donde dejaban a los niños. Entonces, el centro de Oviedo era igual que ahora; no había calles peatonales, porque eso no era moda en aquel tiempo, pero, por lo demás, lo encuentro muy parecido. A pesar de que entonces era una ciudad de 60.000 o 70.000 habitantes, los chicos nos movíamos siempre en una zona muy reducida. A veces íbamos a la Cuesta del Naranco, donde había un plano inclinado. Allí bajaban unas vagonetas con piedra, tal vez, y ese plano inclinado desapareció con el tiempo, pero por él subíamos a tomar baños de sol donde está ahora el Centro Asturiano y donde estuvieron los sanatorios de tuberculosos».

l Los 17 Orejas. «Mis amigos de infancia eran, sobre todo, dos: uno, Pepín Aspiroz, que murió enfrente nuestro, en el otro frente, durante la toma de Teruel. Me impresionó mucho cuando lo supe. Y el otro gran amigo era Sabino Fernández Campo, y lo fuimos hasta que él falleció. A estos dos amigos los conocí cuando mi familia se mudó de la calle de las Dueñas. Yo tenía entonces unos 6 años y mi padre se había retirado del negocio. Construyó un chalé en la calle Matemático Pedrayes, en un prado pegadito al de los Orejas, que eran diecisiete hermanos. Me acuerdo de que eran nada más que dos o tres chicas, y los demás, chicos. Recuerdo a Carlos, Pilarina, Paco, Joaquín, Rufino, Luis? y a los gemelos Valentín y Alfredo. Éste llevaba tirabuzones y conservo una foto en la que estoy con todos ellos y una niñera junto a una vara de hierba que tenían en el prado, donde jugábamos. Los Orejas tenían un mozo que se llamaba Víctor, que se casó con una criada nuestra, Amada. Se casaron y cuando volvieron del viaje de bodas, en el camino de Cristo se asfixiaron con un brasero y murieron los dos. Ya cuando yo estaba en el exilio en México, en una ocasión, fueron algunos Orejas a una feria sobre la industria química y, hablando con Joaquín de política y demás, me preguntó cuándo volvería yo a España. "Cuando se muera Franco". "Pues cuando vuelvas a Oviedo, el primero que te va a recibir soy yo", me dijo Joaquín. Y, efectivamente, vine a Oviedo y estaba él sentado en aquella silla del hotel, esperándome para ser el primero en recibirme».

l De pantalón largo. «Así que mi familia se vino a vivir a Matemático Pedrayes y enfrente vivía Pepín Aspiroz, en un edificio de Marqués de Teverga. Yo iba un año delante en el Bachillerato y Pepín era compañero de curso de Sabino. Por eso los tres hicimos una gran amistad, muy grande. Todavía un tiempo antes de morir, Sabino me recordaba el día en que me puse de largo, de pantalón largo, quiero decir. En aquella época, el ponerse de largo era casi una ceremonia porque uno andaba de pantalón corto hasta los 14 o 15 años, cuando ya tenía hasta pelos en las piernas. Sabino se había puesto los pantalones largos antes que yo, aunque él tenía siete meses menos. Pero era muy alto en aquella época y yo era un poquito más bajo, aunque luego fuimos de la misma estatura. Un par de meses después de él fui al sastre y Sabino me acompañó a probar el traje. Ya digo que era una ceremonia como la primera comunión o como cuando los romanos se ponían la toga».

l Largas cartas con Sabino. «Cuando a los 16 años me fui a estudiar a Madrid, en 1933, empezamos a escribirnos largas cartas que él conservaba. Cuando estalló la guerra, perdimos el contacto absolutamente y ya no nos vimos. Él estaba en un bando y yo en el otro, pero en cuanto acabó la contienda volvimos a escribirnos. No recuerdo cómo fue, pero creo recordar que mi única hermana, Elisa, que después de la guerra siguió viviendo en Madrid y era amiga de Sabino, nos debió de poner en contacto. Así que volvimos a escribirnos y recuerdo cuando me envió unas fotografías con motivo de su ascenso a general; en ellas le estaban poniendo el fajín. Mantuvimos la amistad nuevamente y, como digo, no volví a España hasta que murió Franco. Desde entonces siempre nos hemos encontrado durante mis viajes y hemos hablado mucho. A pesar de que pensábamos distinto, hablábamos de política muy civilizadamente. Él era un hombre muy inteligente. Sabino estuvo bastante desencantado con el franquismo, pese a que había hecho la guerra en el bando nacional y había sido alférez provisional. Me contó muchas cosas en aquellas conversaciones nuestras, cosas que no decía en las memorias que, según me contaba, estaba escribiendo».

l Sindicato de izquierdas. «Lo que es la vida... Cuando vine a Madrid la primera vez, en 1977, Arias Navarro había sido presidente y, al poco tiempo, el Rey le había encargado a Adolfo Suárez que formara gobierno. Yo estaba en España y, como mucha gente entonces, me llevé una decepción terrible. Me pregunté qué clase de democracia era aquélla, porque nombraban presidente a un señor que era el secretario de la Falange. Luego Suárez fue una sorpresa. Recuerdo que en aquel viaje estábamos alojados en el hotel Villamagna, de Madrid, y Sabino mandó un coche a buscarme para que fuera a verlo al palacio de la Zarzuela. Entramos y los centinelas hacían el saludo, con lo cual yo pensé: "Lo que es la vida... hace unos me hubieran fusilado y ahora me reciben con todos los honores". Sabino y yo hablábamos de cosas de nuestra infancia en Oviedo y recordábamos cómo jugábamos al tenis en el antiguo club, que estaba en Matemático Pedrayes y en el que había un encargado que se llamaba Pepe. Ya digo que también hablábamos de política y coincidíamos en algunas cosas y no en otras. Nunca nos habíamos sentido enfrentados pese a que cada uno tenía su manera de ser y sus ideas. Cuando yo tenía 14 años se proclamó la República y desde esa época fui directivo, vocal, de la FUE, la Federación Universitaria Escolar, que era un sindicato de izquierdas. Sabino, en cambio, no participaba en aquello. Él era de una familia de derechas. Su padre, don Sabino, era de Latores y allí tenían una finca a la que íbamos para bañarnos en el río. Después, veníamos corriendo a Oviedo, para ir al cine. Don Sabino tenía un cargo administrativo en "La Voz de Asturias", uno de los tres periódicos que entonces había en Oviedo, junto con "El Carbayón" y "Región". Más tarde se fundó "Avance", periódico socialista. Con Sabino me he reencontrado cada vez que he venido a España y a su viuda, María Teresa, la sigo visitando siempre que vengo».

l Suelos podridos. «Inicié los estudios en una academia que se llamaba San Isidoro, en el Fontán, en la esquina de calle de la Magdalena. Allí hice los tres primeros años de Bachillerato y era una academia laica llevada por unos señores. Uno se apellidaba Frontera y otro era José Antonio Cepeda, padre de los periodistas. Uno de sus hijos fue después de la Falange, aunque él era muy republicano y un hombre muy eminente y muy erudito. Aquella academia era muy buena, pero muy chica y debajo estaba el Orfeón Asturiano. Cuando cerró, fui a estudiar durante dos años al colegio de los Maristas, que estaba en la calle Santa Susana. Luego me salí de los Maristas y no más terminé los estudios en el Instituto, que estaba en el que había sido colegio de los Jesuitas, en la misma calle Santa Susana. Pero el Instituto había estado antes en Santo Domingo, al lado del convento y colegio de los Dominicos. Pero el del Instituto era un edificio viejísimo y en una huelga que hicimos (digo que hicimos porque participamos todos), casi lo tiramos abajo, porque los pisos de madera estaban podridos. Protestamos y es cuando llega la República y la expulsión de los Jesuitas, y pasó el Instituto al edificio de éstos. En uno de los viajes que hice a Oviedo cuando comencé a volver por España me asomé al colegio de los Maristas a ver cómo estaba aquello. Salió un hermano marista y me preguntó si deseaba algo. "No, nada más deseaba ver esto porque antes de que usted naciera yo había estudiado aquí". Esa visita debió de ser hacia 1978 porque el colegio marchó después de allí. Toda esa zona de Oviedo ha cambiado muchísimo. Por ejemplo, lo que ahora son edificios de oficinas o la iglesia de los Carmelitas era el Campo de Maniobras, un prado al que recuerdo que vino el Circo Krone, un circo alemán de tres pistas. Allí estábamos nosotros viendo cómo lo montaban. Y lo que ahora es el cuartel del Cuerpo Nacional de Policía era otro prado en el que durante las fiestas de San Mateo montaban otro circo, que era nacional, pero no me acuerdo de cuál era. También veníamos a ver cómo lo montaban».

l El cine Fandiño. «Lo que está casi exactamente igual es el Campo San Francisco. La Fuentona, las Ranas? Tal vez el paseo de los Álamos es un poco distinto. Por ejemplo, donde está el monumento a Tartiere había un cine en un barracón, del cual tengo recuerdos de cuando era muy niño, tal vez de cuando tenía 5 o 6 años. Era el cine de los Fandiño, una familia que se exilió a México, donde hoy viven hijos y nietos y varios de ellos son médicos. El Cine Fandiño, ya digo, era un barracón de madera, aunque de él conservo una idea muy confusa. Pero lo que sí recuerdo es que tenía un timbre que funcionaba permanentemente para avisar a los espectadores del comienzo de las sesiones. Se proyectaba cine mudo y aquel timbre se me quedó muy grabado. Ya en el exilio fui a conocer a los Fandiño en México. Eran de Oviedo, pero habían vivido también en Gijón».

l Penalti de Trucha. «Del Oviedo de mi infancia no puedo olvidar el equipo de fútbol. Me acuerdo del campo de Teatinos, donde vi jugar una vez un partido contra el Español de Barcelona. Eliminó al Oviedo, que entonces era un equipo muy malo. El portero del Español era Zamora y le paró un penalti al Trucha. Luego estuve en la inauguración del nuevo estadio de Buenavista, en un partido España-Yugoslavia, el primer partido internacional que jugó Lángara, que metió un gol. El otro lo metió Luis Regueiro, del Madrid, y ganó España dos a uno. Regueiro murió en México, donde yo tuve mucha amistad con su familia. Ellos se fueron allí a jugar con la selección vasca y decidieron quedarse en el país como jugadores, no como exiliados. Luego tuvieron un negocio de maderas y los traté mucho a raíz de las compras que les hacía. Eran Luis y Pedro, los dos hermanos mayores, y tenían uno más chico, Tomás, que aquí había jugado en el infantil del Madrid y que en México estudió la carrera de Medicina y se hizo pediatra. Fue el médico de mis hijos y de mis nietos».

l Abuelo melquiadista. «Como dije, mi padre era comerciante y su tienda se llamaba como él, Nicolás Rodríguez. Estaba en el número 6 de la calle Fruela, y enfrente había una óptica y un muro muy grande con una pintura mural de un asturiano con su montera picona y el traje regional. Y decía: "Miraime bien, estoy fumando con papel de la Panoya". Mi padre no era persona de política; sí era liberal, pues en casa lo hemos sido todos. También por parte de mi madre, ya que el abuelo Eusebio Miaja había sido concejal suplente o algo similar y era de Melquíades Álvarez. Pero ser de Melquíades Álvarez entonces era como ser ahora anarquista. Y mis ideas políticas comenzaron, cuando era chaval, en la FUE. Recuerdo que los maristas me apreciaban mucho, pero no les gustó verme un día con una novela de Dostoievski, "Crimen y castigo". Ellos encontraron que aquello era una cosa muy revolucionaria y el director, el hermano Alfonso, me llamó la atención: "¿Cómo andas leyendo esas cosas de rusos?". Yo era también socio del Ateneo, que estaba en Marqués de Santa Cruz y era de tendencia republicana. Además, tuve un profesor que entiendo que lo fusilaron porque yo creo que era trotskista. Era un hombre muy de izquierdas, don Alejandro Solera, profesor en la Escuela de Trabajo, si no recuerdo mal. Él también influyó mucho en mi pensamiento y siempre tuve tendencias algo rebeldes. La proclamación de la República la presencié en la plaza de América, que ya se llamaba así. Recuerdo perfectamente la manifestación de entusiasmo y las banderas tricolor. Yo estaba en cuarto año de Bachillerato, con los Maristas y todos aquellos momentos me vienen a la cabeza. Por ejemplo, cuando había huelgas y trastornos, y la gente tenía mucho miedo a los mineros, porque decían de ellos que eran dinamiteros profesionales y que iban a volarlo todo. Cuando había disturbios, la Guardia Civil a caballo cargaba con los sables de plano, no de corte, contra los manifestantes. En la Escandalera echaban arena para que los caballos no patinaran y la gente decía: "Ay, ya enarenaron las calles; va a haber manifestación"».

l Desastre de Annual. «Mi tío José Miaja venía con mucha frecuencia por Oviedo a ver a sus padres. Cuando murió el abuelo, Eusebio Miaja, en 1925, yo tenía 7 años y mi tío vino en el momento en que enfermó. Entonces él era teniente coronel. Después siguió viniendo con mucha frecuencia. Eran cinco hermanos, cuatro hombres y una sola mujer, mi madre. Cuando él ascendió a general, era alcalde Félix Miaja y recuerdo haber estado con ellos en el Ayuntamiento. José Miaja estaba destinado entonces en Melilla. Ya dije que había sido "africanista" y lo fue por dos razones. Primero el sueldo, que era más alto. El general tuvo siete hijos, cuatro chicas y tres chicos, y de ellos sólo queda una hija, la pequeña, que vive en México y tiene 85 años. Mi mujer falleció hace dos años y un par de meses antes también murió Luisa, la segunda hija. El general se fue a África por el sueldo y porque además, por la guerra, los ascensos eran más rápidos. Después, llegó el Desastre de Annual y aunque él estaba en la Península, de teniente coronel, lo llamaron inmediatamente para volver a África. Entonces estaba destinado en Alicante, donde acababa de nacer Pepita, el 3 de noviembre de 1921. Era cuatro años más joven que yo. La esposa de José Miaja y la niña permanecieron todavía en Alicante, porque entonces había que pasar la cuarentena posterior a los partos. Después ya se fueron a Melilla. Por ese motivo mi mujer, aun naciendo en Alicante no lo conocía y no fue hasta que empezamos a venir a España cuando pudo hacerlo. Tampoco conocía Asturias, pero le encantó venir en varias ocasiones. El Desastre de Annual fue una matanza espantosa por sorpresa, en la que cayó el general Silvestre. Muchos militares que estaban en la Península fueron destinados entonces a reforzar las posiciones. Y aquel desastre fue uno de los motivos del inicio de la dictadura de Primo de Rivera».

l El penal de Victoria Grande. «Termino el Bachillerato y en 1933, a los 16 años, me voy a Madrid a estudiar. Mi padre quería que fuera ingeniero. Había pasado dieciséis años viendo llover y recuerdo que cuando ya estaba en Madrid y un año después volví por primer a vez a Oviedo, pasé aquí cinco días y llovió cinco días y cinco noches. Ya se me había olvidado lo que era el agua tan permanente. A Madrid nos fuimos toda la familia, mis padre y mi hermana, porque como conté ya mi padre ya se había jubilado y había vendido el negocio. Tuvo un juicio con los Hurlé, que eran los dueños del terreno, y perdió el pleito. Así que vendió la tienda. En 1936 estalla la guerra y la familia de mi tío estaba en Melilla, de veraneo, aunque el general estaba en Madrid. No recuerdo exactamente si en ese momento era jefe de la I Brigada de Infantería o de la I División. Pero a su familia la agarraron los nacionales y la llevaron a la Comandancia Militar con el comandante militar de Melilla, Romerales, al que fusilaron. De la Comandancia los trasladaron al penal de Victoria Grande, que era para delincuentes de la más baja estofa. Mi futura esposa tenían 14 años y cumplió los 15 allí dentro. Estuvieron en el penal durante cinco meses y un día, hasta que los canjearon. El Gobierno republicano detuvo a la familia de un diputado carlista con el único objeto de hacer el canje y los canjearon entonces. Mi tío ya no quiso que vinieran a la Península porque se estaba en plena guerra y él consideraba que tenerlos cerca le hubiera quitado libertad de actuación. El Gobierno republicano les consiguió unos cargos diplomáticos en Egipto y allí estuvieron hasta el final de la guerra. Pero uno de los hijos del general, que también era militar, estaba en la Península y lo cogieron prisionero en Talavera de la Reina. Lo canjearon muy al final de la guerra por Miguel Primo de Rivera hijo».

l Conspiraciones de café. «Antes de la guerra civil, José Miaja fue desplazado en el Ejército y durante un plazo muy corto fue alejado a Lérida. Franco era jefe del Estado Mayor, se conocían desde África y se tuteaban. Miaja fue a despedirse, como era su obligación, y tuvieron una escena fría y desagradable. Miaja era liberal en todos sus principios y ellos estaban segurísimos de que no se iba a sublevar. No tenían duda de lo que pensaba y por eso lo habían alejado a Lérida. El general sí tenía relación amistosa con Mola, porque habían estado un tiempo en la misma compañía. Mi tío trató de convencer a Mola, en una conversación telefónica, de que no se sublevara y Mola le dijo que aquello ya no tenía remedio. Antes de la guerra, siendo Casares Quiroga presidente del Consejo de Ministros, un grupo de generales, entre ellos Pozas y Miaja, fueron a visitarlo para advertirlo de las reuniones de Franco o Goded, y que aquello era un peligro. Casares Quiroga les contestó: "Bueno, se reunirán a tomar café"».

Segunda entrega, mañana, lunes: En la defensa de Madrid