El catedrático Miguel Botella (Granada, 1949) es uno de los mayores expertos del mundo en antropología física y forense. Su currículum completo no cabría en esta página, pero entre otras cosas ha participado en la identificación de los huesos de Cristóbal Colón, su hermano y su hijo; en la investigación de los asesinatos de Ciudad Juárez, en los recientes descuartizamientos de Medellín (Colombia) y en el estudio de momias egipcias, así como en infinidad de casos ligados a reconocimiento de cadáveres, restos humanos y demás indicios forenses. Cada vez que en alguna parte del planeta hay un caso difícil de resolver, suena su teléfono. Miguel Botella, que a su vez es el director del laboratorio de Antropología de la Universidad de Granada, está en Oviedo para participar como ponente en un curso de verano organizado por la Universidad sobre «Introducción a la antropología forense».

-¿La antropología forense es lo que se ve en series como «CSI» o «Bones»?

Realmente se parece, lo que pasa es que en la televisión se arreglan cuatro casos en una hora y nosotros tardamos un poco más. En realidad es la aplicación de los conocimientos de la antropología física a temas judiciales, básicamente en identificación de cadáveres.

-¿Está lo suficientemente integrado el antropólogo forense en las investigaciones judiciales o debería hacérsele más caso?

Sí. Ahora se está viendo con los casos mediáticos que están saliendo. Considero que nuestro papel es cada vez más imprescindible, es fundamental. Esta ciencia ha evolucionado mucho en los últimos años y tiene capacidad para aportar muchas cosas.

-Entre esos casos mediáticos está el de José Bretón. ¿Cómo pudo la forense confundir inicialmente los huesos de los niños con restos de animales?

Fue un fallo clamoroso. Eso es imperdonable. Cualquier persona que tenga un niño de 6 años y le haya cogido los dientes para el Ratoncito Pérez lo sabe. En eso no se equivoca ni un alumno de primero de carrera. Probablemente se confió demasiado y ni siquiera los analizó. No hay otra explicación.

-Pero no se ha podido extraer ninguna prueba de ADN.

Más del noventa por ciento de los casos forenses se solucionan sin necesidad del ADN, la gente está muy equivocada. El ADN sirve para confirmar, no dice quién, dice sí o no. Para una investigación de ADN siempre tiene que haber un trabajo previo del antropólogo, que deja el camino trillado para que después esos datos que arrojan los huesos se puedan comparar con el ADN, si es que lo hay.

-¿Entonces cree que los restos hallados en la hoguera de «Las Quemadillas» son suficientes para probar que Bretón quemó allí a los niños?

Si en una hoguera tenemos los restos de dos niños de la edad de los pequeños, quemados en fresco, es decir quemados con carne, y que están en el sitio donde el padre vivía, no creo que haya que decir mucho más. Además, en toda Europa no hay dos niños desaparecidos de esas características. Está claro.

-¿Si apareciesen ahora los restos de Marta del Castillo, qué podrían aportar los huesos?

Todo. Si aparece el esqueleto completo, lo primero serviría para identificarla con un 99,9 por ciento de fiabilidad. Después se sabrían las circunstancias que rodearon su muerte y se podría saber qué hicieron con su cuerpo después de haber fallecido.

-¿Hasta ése punto hablan los restos humanos?

Los huesos hablan; y hablan mucho. La información que pueden aportar podría sorprender mucho a un profano, pero lo importante es saber lo que dicen, y ése es nuestro papel, interpretarlos. Con los huesos se puede identificar a una persona, saber las circunstancias de su vida, de su muerte, cómo fue el tránsito de una cosa a la otra e incluso desvelar qué le ocurrió después de muerto a través de las marcas en los huesos, como ya he explicado con el caso de Marta del Castillo.

-Dicen los expertos que en el laboratorio que usted dirige en Granada se han desarrollado estudios y métodos impensables hasta ahora. ¿Cuáles son los más destacados?

Trabajamos en técnicas nuevas de identificación humana y, en ese sentido, hemos puesto a punto metodología para averiguar el sexo de una persona a través de un pequeño fragmento de hueso, estamos haciendo estudios sobre el pubis y de sus capacidades para identificar la edad y el sexo con precisión, avanzando en la información que ofrecen los dientes...

-¿Cuál es la parte del esqueleto que más información aporta?

Sin duda, la cadera. El hueso púbico es una enorme fuente de información. Es mejor que el cráneo.

-Usted ha trabajado en infinidad de casos de relevancia, ¿cuáles destacaría?

Eso es muy difícil. Trabajo mucho en América como, por ejemplo, en los homicidios terribles de Ciudad Juárez. También en casos de Colombia, Perú, Brasil... Después está lo de los huesos de Colón, los del príncipe de Viana (hermanastro de Fernando el Católico), del príncipe Sancho de Castilla, de San Juan de Dios...

-Lo de Colón fue a partir de 150 gramos de restos óseos que había en Sevilla. ¿Tanta información sale de tan poca muestra?

Cuantos más restos tengamos, mucho mejor, pero a veces un solo gramo revela muchísimo. Con Colón pudimos saber hasta que tenía artrosis y que lo descarnaron con un cuchillo para trasladar sus huesos sin restos de carne desde Valladolid, donde murió y fue enterrado inicialmente, hasta Sevilla.

-Ustedes también extraen información de los insectos que se encuentran cerca de los cadáveres, ¿no es así?

Claro. Los insectos tienen una apetencia por determinadas fases de la putrefacción. Cuando una persona se muere, o incluso antes de hacerlo, las personas tienen un «algo» que atrae a los insectos. Cuando pasan los días, va cambiando el tipo de insectos que se alimentan del cadáver. Si nosotros conocemos las larvas de esos insectos, podremos determinar cuando falleció esa persona. Por cierto, hay otra cosa en la que la gente está muy equivocada. Cuando te mueres, no te comen los gusanos, te comen las larvas de las moscas.

-¿Existe el crimen perfecto?

Siempre se dice que no, pero hay muchos sin resolver. Depende de quién lo cometa y de quién lo investigue.