La mala reputación de la política no se le escapa a nadie, ni siquiera a los propios políticos, que día a día ven cómo su imagen pública cae en picado debido a los casos de corrupción que continuamente salen a la luz. Sin embargo, este desprestigio no echa atrás a los jóvenes que deciden militar en los partidos. Ellos creen que la honradez es posible dentro de la política y perciben en sus entornos más cercanos, tras alguna reticencia inicial, comprensión ante su decisión de acceder a las listas de afiliados de los partidos en su peor momento de popularidad.

«Sólo tuve problemas con la familia paterna. Me decían que era un radical, que Izquierda Unida es el extremo y me llamaban comunista, pero siempre sin ánimo de ofender», afirma Alejandro Fernández, que con 19 años es el coordinador de IU en Cangas de Onís. Asegura que en su casa la noticia tampoco sentó muy bien al principio. «Mi madre me decía que no fuese tonto, que no me metiese en política, pero acabaron apoyándome», afirma.

Unai Díaz, de 25 años y secretario general de las Juventudes Socialistas en Asturias, asegura que no se ha encontrado con esos problemas. «Nunca he tenido que explicar a los padres de mi pareja que soy político, porque ella también está afiliada». No obstante, el joven confiesa que entre su grupo de amigos a veces la militancia da pie a la sorna: «Hay bromas de vez en cuando».

Laura Gutiérrez, concejala del PSOE en Piloña con 26 años, tampoco ha tenido reparos para decir a qué se dedica, aunque confiesa que alguna vez causó sorpresa. «Estando en un campo de trabajo, yo no había dicho que era concejala, pero el director se lo dijo a los chavales y se quedaron todos pillados», recuerda. Gutiérrez cuenta que se metió en política porque la considera «el único instrumento transformador de la realidad».

El presidente de Nuevas Generaciones del Partido Popular, Pablo Álvarez Pire, asegura que él y todos los militantes de su formación ingresan «para tratar de ayudar a la gente». Álvarez revela que en su círculo la decisión fue una sorpresa. «Alguno de mis amigos me preguntaba que cómo podía meterme en estas cosas», aunque nunca le rechazaron.

Para David Medina, presidente de Nuevas Generaciones en Gijón, lo esencial para ser buen político es tener las cosas claras. «No es una profesión, el problema es que hay gente dentro que piensa que sí lo es. Carrera profesional y política no son lo mismo», indica. En su entorno ha encontrado más curiosidad que rechazo. «No somos mártires, no nos atacan por las calles», afirma. «Los demás nos ven como una vía para trasladar asuntos que hay que arreglar en los barrios, o cualquier otro tipo de problema para tratar de darle solución». Medina, de 27 años y militante desde los 19, se defiende de las críticas casi diarias. «Hay personas que tienen la imagen de un político en la terraza de un hotel de 5 estrellas, pero es falso, no estamos para chupar del bote», sostiene.

Activos y con ganas de cambiar las cosas, inconformistas, enemigos de las injusticias y con vocación de ayudar a las personas. Así es como se califican estos jóvenes que están tratando, desde los partidos tradicionales, de romper con la imagen distorsionada que construye la generalización de las malas prácticas de algunos políticos.

Los niños prefieren ser futbolistas

La mala fama de la política llega hasta los más pequeños. Una encuesta a niños divulgada ayer por una empresa de trabajo temporal revela que los más pequeños ya no quieren ser políticos. Esta profesión, que en ediciones anteriores del cuestionario se posicionaba entre las más deseadas, se ha situado, por primera vez desde que se hace la encuesta «¿Qué quieres ser de mayor?», en uno de los últimos puestos de elección, muy por debajo de trabajos como futbolista o profesora. Según el sondeo, sólo un 4,4 por ciento de los mil encuestados elige esta opción, y más del 17 por ciento cree que la clase política es la culpable de la actual situación económica y que debería desaparecer.