Pilar Álvarez Sierra (Gijón, 1967) ha conseguido transformar su afición a la lectura en dedicación profesional. Lo que a primera vista parece una conjunción afortunada puede resultar también una pérdida de ciertos placeres cuando, como editora, ha de enfrentarse a la lectura de una media de 120 libros al año para seleccionar la veintena que entrará en el catálogo de Turner, el sello para el que trabaja en Madrid. El Ministerio de Cultura acaba de distinguir a Turner con el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial de este año por «el gran esfuerzo realizado con la publicación de ensayos de gran relevancia». Álvarez Sierra estudió en la Facultad de Ciencias de la Información y en la Escuela de Letras de Madrid, ciudad en la que lleva casi tres décadas, aunque asegura que «nunca me he ido de Gijón».

-¿Usted pertenece a eso que se llamó la «generación Villalpando», la del viaje Madrid-Asturias cada fin de semana?

Me fui a estudiar a Madrid en el ochenta y seis y pasé mucho por Villalpando y Villafáfila. Al principio, con 18 años, iba y venía muchísimo. Pero en seguida empecé a trabajar y me integré mucho en Madrid, donde vivo desde hace veintiocho años. No me veo tanto de esa generación. En aquella época encajé perfectamente, no sentí desarraigo y eso que entonces Madrid estaba más lejos; era un viaje de siete horas, no como ahora.

-Encontró entonces un acomodo natural en Madrid.

Eran otros años, la década de los ochenta, la movida.. Cuando yo llegué a Madrid todavía Tierno Galván estaba vivo. En aquel momento yo lo veía como una aventura enorme y Madrid no era la ciudad tan hostil en que quizá se ha vuelto ahora. En este momento vivir aquí es muy difícil, no quisiera yo tener veinte años ahora y enfrentarme a ello. De aquella era lo que más te apetecía, desde el minuto uno me encantó. Sigo teniendo a mis padres y cuatro hermanos en Gijón y voy mucho. Nunca me he ido de Gijón.

-¿Cómo surgió la orientación hacia el sector editorial?

Tardé mucho. No llevo tanto tiempo en esto. Lo primero porque en el sector editorial tradicionalmente hay muy poco trabajo. Se contrata a muchos colaboradores y hay mucha gente trabajando para la editorial, pero hacerlo desde dentro no es fácil. Empecé hace más de una década en una empresa que entonces era asturiana, la editorial Losada. Antes me dediqué a escribir para publicidad, era redactora de anuncios y traductora. En una feria conocí a quienes llevaban Losada, con sede en Madrid y en Oviedo, y de una forma muy natural empecé como ayudante del editor en 2003. Me interesó muchísimo el trabajo porque lo que más me ha gustado toda la vida es leer. Cursé estudios relacionados con esto en la Escuela de Letras de Madrid. Por fortuna todo esto me pilló en una etapa de cierta bonanza en la que encontrar trabajo no era la aventura en que se ha convertido hoy. Y digo que fue un golpe de suerte porque entrar a trabajar en una editorial no es fácil, ni en Asturias ni en Madrid.

-¿Qué cambios ha vivido el mundo editorial en los diez años que usted lleva en él?

El primer cambio importante es el económico, la caída de la actividad y, en consecuencia, de la venta de libros y de la red de librerías. El apoyo más importante de las editoriales son los libreros y los que sufren, los que están con la tienda abierta y pasan la mañana sin que entre nadie, son ellos. Dentro de la editorial hablamos ahora más de dinero que hace diez años. Ése es el gran cambio. Estás mucho más pendiente de los resultados económicos, de las tendencias, de las ventas día a día. Eso tampoco nos viene mal. Pese a la naturaleza soñadora de los que nos dedicamos a esto de los libros y las letras, ahora estamos muy pendientes del mercado, es una situación muy complicada para todos.

-Pero el sector del libro se enfrenta a cambios profundos que no tienen que ver con la crisis general.

Encaramos un cambio muy importante como el cambio de soporte o el mercado digital. En una editorial como la nuestra no sufrimos tanto estos factores. Nos dedicamos casi en exclusiva a la no ficción, a la historia, a la divulgación científica, a las biografías o el arte. Casi nadie se descarga de forma ilegal la «Historia del Imperio Romano» de Mommsen, que editamos nosotros. Nos la piratean, pero no lo sufrimos tanto como quienes se dedican a la ficción, a la novela, sobre todo romántica. El ocio se ha desplazado mucho de la lectura a otros tipos de entretenimiento y el móvil y la tableta nos están quitando la capacidad de atención básica para leer. Ése es un factor importantísimo aunque no se hable mucho de él. Está cambiando el modelo de ocio, en el que el libro antes era un elemento mucho más importante que ahora, lo que supone una pérdida de lectores importante.

-Usted apunta a un cambio de hábito del lector. No se lee igual en la tableta y no se retiene de la misma manera.

No es lo mismo, evidentemente. Empezando por un hecho puramente físico como es el volumen del libro. Cuando estás con un libro que exige cierto esfuerzo intelectual, sabes siempre cuánto te falta para terminarlo, algo que no ocurre con la tableta. En el lector electrónico pierdes la sensación de volumen del libro, que es un factor importante cuando lo tienes entre manos y que te empuja a leer más o menos. Y disminuye la capacidad de atención. Si estás cerrando el libro para entrar en el correo electrónico, en Twitter o contestando los «washapps» dejas de estar metido en la lectura. Eso de pasarse una tarde en el sofá con el libro se está perdiendo a marchas aceleradas.

-El premio es un reconocimiento a la parte de la editorial de la que usted se ocupa. ¿Dónde bucea una editora a la búsqueda de títulos y autores para enriquecer el catálogo?

Al final se trata de leer mucho, de continuo y todo lo que encuentres. Unos libros te llevan a otros. Cuando estás con una obra de historia o de divulgación científica y menciona otro título, eso te conduce a autores similares, te indica por dónde seguir leyendo. En una editorial como la nuestra es fundamental leer muchas publicaciones literarias extranjeras, desde el «New Yorker» hasta boletines sectoriales. Traducimos mucho del inglés y también del alemán. Los propios autores se mueven mucho, están dejando la reclusión de otros tiempos para convertirse en buenos vendedores de sí mismos. Los originales nos llegan cada vez con presentaciones más profesionales. En Turner leemos seis libros por cada uno que sacamos. Publicamos una veinte al año pues eso exige leerse al menos 120 libros, lo que supone mucho tiempo.

-Tiempo y una curiosidad muy amplia, considerando que los catálogos no se ajustan sólo al gusto de los editores y se orientan a captar públicos amplios.

En los libros de ensayo intentamos no estar en el momento, no nos basamos en las noticias para publicar. No publicamos cosas sobre el cambio climático, ni sobre la primavera árabe. Pretendemos que nuestros libros estén en la biblioteca del lector o en la librería durante mucho tiempo, que sean libros de referencia y se puedan leer ahora o dentro de diez años. Eso acota el nivel de lectura y nos permite obviar muchos libros que en realidad son reportajes periodísticos que a mí, personalmente, me encantan y leo con gusto pero que en la editorial decidimos no publicar.

-Ese planteamiento contrasta con la dinámica del mercado editorial, en el que ahora los libros tienen una vida muy corta.

Por eso no publicamos mucho y quiero pensar, con poca modestia, que eso es lo que se reconoce ahora con este premio. Queremos contribuir con pocos libros, no creando una inflación de papel, que tengan una vida larga. Y creo que los libreros se dan cuentan de que ese libro no tiene sentido devolverlo al almacén al cabo de un mes. A lo mejor vende cinco ejemplares al año, pero siempre habrá alguien que lo pida y seguirá siendo necesario, va a encontrar un lector. El librero es el primer responsable de que los libros no tengan esa vida tan corta y tan acelerada que tienen ahora las novelas.

-Se apartan también de una distorsión del mercado editorial español, que es el excesivo número de títulos publicados frente al exiguo número de lectores.

Vamos mucho a contracorriente. Por un lado, tengo los datos de que desciende el número de lectores y, a la vez, la percepción contraria. Hay menos lectores, se pierden las formas de relación con el libro que tenían otras generaciones, eso de ir a la librería, ver lo que hay y pensar lo que vas a comprar. Sin embargo, creo que hay muy buenos lectores, muy analíticos, y nunca se han publicado libros tan buenos y maravillosos como ahora. Los nuevos editores están sacando unos libros preciosos, cuidados, pensados, con buen papel. Nunca hubo libros tan apetecibles en las librerías. Está repuntando el interés hacia el libro como objeto, quizá como reacción minoritaria a esa aceleración del libro como elemento de consumo.

-Ediciones de ese tipo son las que están a salvo de la piratería y de los nuevos soportes.

El libro electrónico está sin resolver, es algo totalmente en mantillas. Pero el único futuro del libro en papel es que, además de un contenido perfecto que interese al lector, sea algo que merezca la pena conservar. Al lector le pedimos que pague, por término medio, entre 20 y 30 euros por un libro. Es algo caro, y con la crisis más.

Tenemos la obligación de darle valor a ese dinero, lo que significa no perderle nunca el respeto al libro como objeto, al papel, a la encuadernación, a que no haya ni una sola errata. El deber del editor es que no haya ni una errata. Hay que respetar al lector y darle lo que está pagando, que es el mejor libro posible, desde los aspectos de imprenta, a que no pierda las páginas al abrirlo o que no huela a amoniaco.

-Su nicho de lectores es muy específico, desde fuera da la impresión de que tienen un cliente con perfil bien definido.

El lector del tipo de ensayo que nosotros publicamos es un varón de más de 45 o 50 años. En términos generales, hasta los 40 hay una preferencia por la narrativa que luego se transfiere a la no ficción. Yo intento llegar a las lectoras y a gente más joven, algo que no resulta fácil en el sector de la ficción; pero me encantaría pensar que es un objetivo que estamos consiguiendo.

-Lectoras, la gran clientela. ¿A qué puede responder eso?

Efectivamente, son el mayor público potencial al que puede aspirar un editor, pero están más volcadas en la ficción.

-¿Qué libro de los editados le ha dado más satisfacciones?

Más que de libros hablaría de autores, como el historiador John Keegan. Todos los libros de historia, en general, nos dan muchas alegrías. La «Historia mínima de España» de Juan Pablo Fusi, que sacamos el año pasado modestamente, me proporcionó también mucha satisfacción. Llevamos tres ediciones, para nosotros todo un éxito. Lo mismo que la biografía de Nikola Tesla, publicada hace cinco años y que desde entonces no hemos dejado de reeditar. Tesla, el descubridor de la corriente alterna, se quedó ahí como el genio que no supo defenderse, el perdedor frente a Edison, y es un personaje que suscita mucho interés, es uno de nuestros libros más emblemáticos. Aunque como éxito de ventas, el más destacado es una historia del jazz que llevamos reeditando desde 2002. En realidad no son grandes números porque, como dice el fundador de la editorial, aquí nunca hemos jugado a la lotería de los best sellers, pero sí apostamos por libros de vida larga y sostenida en las librerías: ésos son los que de verdad nos gustan.