Fernando Alonso y Marisa Caprile vuelan alto en sus trabajos pero tienen los pies muy bien puestos en la tierra. Él, como director de operaciones de Airbus, se dedica a probar los aviones en los que luego todos viajaremos y la muestra de que le va bien es el recién nacido Airbus A350, la aeronave más revolucionaria del mundo, que comenzará a llevar a pasajeros a finales de 2014. Ella, presidenta de la ONG Por la Sonrisa de un Niño, se ocupa de hacerle la vida mejor a miles de niños camboyanos, de sacarles del basurero para educarles, formarles y ofrecerles un futuro con garantías. Dos oficios tan dispares en esencia que, sin embargo, hallan un punto de encuentro muy al final, cuando, hecho el trabajo, en conferencias como la de ayer en Noreña, abren la perspectiva y se preguntan si han conseguido su objetivo: "dejar el mundo un poco mejor de lo que lo encontramos".Y la respuesta es positiva: Airbus ya ha vendido 750 aviones de los que ahora pone a punto Alonso y, en Camboya, casi todos los niños acogidos en el último campamento de verano de la ONG han encontrado trabajo y han conseguido, por ello, enderezar su rumbo y el de sus familias.

Fernando Alonso y Marisa Carpile llevan casados casi treinta años y tienen tres hijos. Ayer estuvieron en la Casa de Cultura "Severo Ochoa" de Noreña para profundizar en sus ocupaciones laborales y explicar que los ensayos de vuelo en Airbus y la educación de niños en Camboya son actividades que se pueden compaginar y que tienen más en común de lo que puede parecer. El puente principal que vincula sus trabajos, dicen, es el de la excelencia, una excelencia entendida como la manera de facilitar la vida a las personas y contribuir al desarrollo y al progreso. "Nosotros creemos que, como individuos, tenemos una responsabilidad hacia las personas que nos rodean para transmitir una ambición de progreso en todos los ámbitos de nuestras vidas", asegura Alonso, madrileño pero de padre asturiano (de Grado). "Muchas veces pensamos que las cosas no se pueden hacer y no es así. Los mejores trabajos, al menos para nosotros, son los que pueden cambiar las cosas y ayudan a cambiar el mundo", coinciden.

Su historia empieza en Madrid, donde se conocen, pero se desarrolla en Toulouse (Francia), donde residen desde hace décadas. Allí se mudan por él, obligado a trasladarse a la ciudad en la que se encuentra la base central de Airbus. El trabajo de Alonso, que le tiene la mayor parte de tiempo en el aire, consiste en probar que los aviones en los que la gente volará funcionan. Esos aviones que durante años idean y fabrican decenas de miles de personas, entre las que él se encuentra. "Desde que tenemos pensado un avión hasta que lo entregamos a las compañías aéreas pasan unos ochos años", cuenta Alonso, que explica que sólo se lanzan a fabricarlo cuanto tienen un pedido mínimo de 200 unidades. Del A350, el de última generación, ya tienen 750 unidades vendidas. Las dos primeras se les entregarán a Qatar Airways a finales de 2014. Hasta entonces, Alonso y los seis ingenieros que le acompañan en los vuelos de prueba seguirán metiéndole horas y horas de vuelo a las dos unidades que ya están terminadas. "Tenemos que probarlos en condiciones extremas. Iremos a Canadá a ver cómo se comporta a veinte grados bajo cero, después al golfo Pérsico en verano para estar a 50 grados, aterrizaremos en el aeropuerto de La Paz a 4.000 metros de altura... Tenemos que llevarlo al límite para ver que funciona correctamente", explica un tipo que se pasa todo el día en el aire: "Despegamos a las ocho de la mañana, aterrizamos a las tres, cargamos gasolina y volvemos a despegar a las cuatro hasta las ocho de la tarde". Y así seis días por semana.

Alonso, hermano de Pedro Alonso, el médico que fue galardonado con el "Príncipe de Asturias" por el proyecto para conseguir una vacuna contra la malaria, repasó en su conferencia la trayectoria que se sigue en la construcción de un avión. Lo hizo a través de un vídeo en el que se pudo observar desde el encaje de las distintas piezas procedentes de varias parte del mundo hasta los primeros vuelos. "Mi trabajo me apasiona", insiste.

La misma pasión que siente Marisa Caprile, hermana del modisto Lorenzo Caprile. A Marisa casi se le sale el corazón cuando, en el colegio de sus hijos en 2002, vio un vídeo de unos niños camboyanos comiendo en un basurero: "Me imaginé a mis hijos", dice. A los pocos meses se fue a aquel país a ayudar. Se fue con 19 monitores a cuidar de 250 niños. Era el año 2002. El verano pasado se llevó a 141 voluntarios para cuidar de 3.000 niños al día. "No para de crecer y todavía hay mucho por hacer. ¿Si supone un sacrificio? Puedo asegurar que se recibe muchísimo más de lo que se da", dice.

Durante su alocución, que también acompañó de un vídeo del trabajo de la organización en el país asiático, Caprile destacó algunas experiencias. Como el día en que llegó y vio a los niños con el pelo rubio: "Pensé que se teñían y no daba crédito porque no tenían dinero. Luego me explicaron que era debido a la desnutrición, que el pelo les crecía descolorido". Caprile insistió en que los trabajos que realiza la organización buscan la excelencia: "Queremos educar a los hijos a largo plazo". Al final del acto se dedicó un sentido homenaje a Juan Junquera, miembro recientemente fallecido de la Asociación Contigo.