En las recientes jornadas que organizaron LA NUEVA ESPAÑA y el Club Prensa Asturiana, en colaboración con la Facultad de Economía y Empresa, sobre «La Asturias que funciona», algunos de los participantes denunciaron el abandono en que se tenía en nuestra región a varios de los recursos que atesora, y en particular su riqueza forestal. Buena muestra de ello son las producciones de nogales y castaños, particularmente éste último, que a pesar de la extensión de sus plantaciones (unas 58.000 hectáreas) tan sólo se recoge una producción de unas 140 toneladas, según cifras de 2001.

No hay, sin embargo, una estadística muy rigurosa ni de la superficie ocupada por los castañares ni sobre la producción recogida, aunque parece claro que el castaño es la especie arbórea más abundante en nuestra región. También se dice que una hectárea de castaños bien cuidados puede producir de tres a diez toneladas, lo que indica bien a las claras que si se aprovechara la superficie ocupada por esta especie, Asturias podría ser la primera productora española y europea.

No fue así en el pasado, en el que la castaña era un producto alimenticio de primer orden. Cuando en la década final del siglo XVIII se estaban poniendo en marcha las fábricas de municiones y fusiles de Trubia y Oviedo, se contrató con carboneros navarros la producción de carbón vegetal con el que alimentar las fraguas y hornos, en tanto que se experimentaba con el uso del carbón piedra, como entonces se le denominaba. La corta de castaños que estos carboneros comenzaron a realizar en la zona central de Asturias, con autorización del Gobierno central, alarmó a la Junta General del Principado, que expresó su protesta en los siguientes términos:

«El gran perjuicio que se sigue en la corta y tala de castaños, reduciéndolos a carbón para las reales fábricas de municiones y fusiles, se hace tanto más sensible quanto en estos últimos años la esperiencia tiene acreditado que las cosechas de granos de Asturias no son suficientes para mantener su población, a la que servía de subsidio el fruto de la castaña, que en años de una produción regular se conceptúa por tercera parte más de mayz. Las reales fábricas de Su Majestad y bien común deven tener preferencia a qualesquiera agravio particular aunque sea grabe; pero el perjuicio que se sigue de aniquilar los montes de castaños es tan grande al Principado que no podrá subsistir en lo subcesibo como hasta aquí y para el Rey es de mayor consideración la ruyna de la población de Asturias que el beneficio o utilidad que pueda resultarle por algunos años de las fábricas» (se ha conservado la ortografía del original).

Difícilmente nos podemos hacer hoy una idea exacta de la importancia que la castaña tuvo en la economía rural asturiana hasta un pasado no tan lejano. Todavía en los años de la posguerra, este fruto era un recurso alimenticio de vital importancia. Un «Anuario estadístico de las producciones agrícolas» registraba en 1945 la existencia de 1.517.500 castaños en Asturias, con una producción de 56.147 toneladas. A partir de entonces, la cifra fue cayendo radicalmente y en 1957 se había reducido a 172.000 castaños y una producción de 2.064 toneladas.

El declive de la castaña empezó, sin embargo, mucho antes. La introducción del maíz, de «les fabes» y de la patata restaron protagonismo dietético a la castaña, que ya en el último siglo entró en una crisis decisiva. Sin embargo, la riqueza léxica que reflejan los vocabularios publicados a mediados del pasado siglo XX deja entrever el primordial papel que la recolección y consumo de castañas tuvo en tiempos pasados. Sólo en lo que se refiere a variedades de castañas, son más de una veintena los nombres recogidos, además de las variantes locales. Había castañas calvas, chambergues, durigas, garcías, la cruz, lagrúa, lagrúa roxa, marimuelle, misada, nargana, parruca, rapucas, valdunes, veigamisada, virdinas...

Las castañas se recolectaban vareando las ramas de los árboles, cuando el fruto estaba en sazón, en los días finales de octubre. Tal operación era conocida con diversos nombres, según las zonas, y matices, según se vareara desde el suelo o el árbol: vareixar, dimir, dumir, bailar, faldiar. El tiempo de la recolección de castañas se conocía en el occidente asturiano con el nombre de «vareixa». En Cangas del Narcea se celebraba en octubre el «sábado de varas», un mercado en el que se aprovisionaban de las varas de avellano empleadas en la «vareixa». Las había de varios tamaños para alcanzar a todas las ramas: vara de pico, de medios y de faldas en Occidente; la pértiga las faldas, picotera, verdión o raidiru en Lena. Se empleaba también un gabito, una vara larga con un gancho de la misma madera en el extremo, que usaba el vareador para subir al castaño y pasar de unos a otros. Cuando el extremo era de hierro, se llamaba a esta vara gancho. La operación de varear era bastante arriesgada, a juzgar por las abundantes noticias de accidentes que recoge, por ejemplo, el periódico local de Cangas del Narcea, «La Maniega. Boletín del Tous pa Tous», que se publicó entre 1926 y 1932.

Las castañas que se desprenden solas del árbol se llaman cañuelas o canyuelas, y al viento fuerte que suele formarse en otoño, contribuyendo a la caída del fruto, se le llama «vientu les castañes». Del suelo, los erizos se recogían con una especie de pinzas de madera llamadas morgazas o tiñaces, a las que alude el siguiente refrán: «agosto sicu, morgaces y cistu». Los erizos se amontonaban en un cercado de piedra, de medio metro de altura aproximadamente, llamado corra, cuerra o corripa, donde se tapaban con hojas y maleza, dejándose fermentar. Cuando ya estaban maduras, se extendían sobre un terreno próximo y se separaba el fruto del erizo golpeando con un rastro de madera.

Las castañas constituían un alimento fundamental durante el período invernal. En Poo (Cabrales) un refrán decía que «magüestu» por Navidad significaba que no había hambre. Amagostadas o asadas, las castañas formaban parte del convite en diversas celebraciones otoñales tradicionales, como la esfoyaza o el filandón. Las cocidas con la piel se llamaban corbatas, y pulguinas las cocidas sin ella. Parte de la cosecha de castañas se dejaba secar encima del llar, en el serdu o cainzu, y después se mayaban para desprender el pellejo y la segunda piel, convirtiéndose en mayuques.

Las castañas «mayuques» se preparaban igual que «les fabes», con tocino, chorizo y morcilla y se consumían a mediodía. Las castañas, ya maduras o mayucas, eran el ingrediente principal de diversos platos, haciendo el papel que posteriormente ocupó la patata. En Colunga, recoge Braulio Vigón la voz «mangaráu» con el sentido de «gachas de harina de mayuques», ya que también se obtenía harina de ellas. En el «Tesoro de la lengua castellana o española» de Sebastián de Covarrubias, impreso en 1611, se dice: «Las castañas son el sustento de algunas tierras montañosas, no sólo de los brutos, pero también de los hombres; y estando secas las muelen y hacen pan dellas. Tiénense por regalo estando asadas o cocidas».

Un recetario de cocina fechado en 1874 y guardado en la Biblioteca del padre Patac, en Gijón, recoge varias recetas con este fruto, como las castañas con chorizos, un plato que se comía en caliente y que debía de ser potente, además del potaje de castañas. También se consideraban en ese recetario ideales las castañas para rellenar pavos. En la actualidad, se sigue cocinando y consumiendo el pote de castañas, hecho con diversos ingredientes, en concejos como Candamo, Tineo, Proaza, Parres y otros, donde la castaña aún se recoge en cierta cantidad.