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La pasión creadora

En memoria de un hijo de Asturias que tenía mente clara, aguda inteligencia y profunda humanidad

Me correspondió hace años, cuando se le honró en Oviedo con la calle que lleva su nombre (calle Pepe Cosmen), intentar una semblanza. Hablé entonces de los que para mí eran sus tres puntos de referencia vital. El primero, que vendría a ser su microcosmos, era su familia, organizada en torno a esa gran mater familias que es María Victoria Menéndez-Castañedo y el núcleo de sus ocho hijos, en cuya formación en todos los órdenes volcó, con fruto evidente, sus mejores empeños. El segundo era su tierra, Asturias, un amor siempre difícil, pues nuestra región a veces exige más que da, pero que en todo caso otorga la fuerza, modela un preciso carácter y alimenta nuestra estima al reconocernos como uno de sus hijos. Este sería, por así decir, el "cosmos". El tercero sería el mundo entero, el más allá de Asturias, sin lindes ni fronteras, hacia el que Pepe Cosmen proyectó su genio empresarial. Este macrocosmos definía la universalidad de su despliegue vital, para el que los límites no eran un obstáculo, sino un reto a superar. Esos tres círculos concéntricos, movidos por la hombría de bien que presidía su actuar, proporcionaban a su personalidad una rotunda solidez, que era la primera sensación percibida por cualquiera que lo tratara.

Era un gran empresario, desde luego, uno de los más grandes que haya dado Asturias, con proyección de mucha importancia en España, y con significación en el mundo dentro del sector que había elegido, aunque sería muy injusto limitar su relevancia al mundo de la economía. Impulsó el desarrollo de gran número de empresas en diversos sectores, pero también de innumerables proyectos culturales, sociales y humanitarios, con una generosidad que se cumplía en sí misma, sin esperar retorno. Sus talentos eran la ambición creadora, el sentido común, la mente clara, la aguda inteligencia y la profunda humanidad, en un equilibrio poco frecuente de esos ingredientes.

Era hombre de principios, de creencias y de convicciones, pero ajeno por completo a cualquier sectarismo o pasión dogmática, y por eso tuvo amigos sin distinción de credos de ninguna clase, ni tampoco de posición social. Quizás fuera su mismo pragmatismo natural (tan asturiano) el que lo llevaba a valorar a la gente a tenor de la calidad de cada uno en cuanto persona y de su sentido de la lealtad personal. Era respetuoso en grado sumo, pero a la vez en extremo afable, atento a los detalles, y prodigaba a sus amigos un afecto de sinceridad inconfundible. Su gusto personal era por la sencillez, y el trabajo al que se entregó sin límites a lo largo de su vida no parecía representar para él un esfuerzo, sino su modo natural de realización personal, y una verdadera necesidad.

Por su experiencia, obras y trayectoria podía dar consejos a mucha gente y sobre muchas cosas, y siempre que se le pidió que vertiera al público su magisterio empresarial así lo hizo, preparando con el mayor cuidado sus intervenciones, aunque creo que le gustaba todavía más escuchar, degustando cualquier apreciación como si fuera valiosa, pues para él todas lo eran, una actitud que es signo de la mejor inteligencia. Sus opiniones nunca eran banales y denotaban la previa meditación sobre todo aquello acerca de lo que se manifestaba.

Escribo esta nota al poco de conocer su muerte, pero intento, al trazar este brevísimo y muy incompleto recuerdo de Pepe Cosmen, que la ecuanimidad no se vea afectado por la tristeza honda que me causa la pérdida de un excelente amigo.

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